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césar coca
Madrid
Jueves, 2 de septiembre 2021
Hay películas que se recuerdan por una única escena. Y escenas que no habrían conquistado el imaginario colectivo sin la música que suena en ellas. Anthony Quinn y Alan Bates bailando un sirtaki en una playa son un símbolo de la cultura occidental. La partitura ... que Mikis Theodorakis escribió para esos tres minutos de celuloide despiertan las ganas de vivir al más desesperado de los seres humanos. Ese es el milagro. Y esa es la pieza que dio popularidad universal a un compositor y activista político que murió ayer en Atenas a los 96 años a consecuencia de los problemas de corazón que arrastraba desde hace tiempo.
Deja un catálogo inmenso de obras de todos los géneros (de la ópera a la canción, pasando por sinfonías, conciertos, piezas de cámara, oratorios, bandas sonoras, incluso himnos), pero su nombre estará unido para siempre al de Zorba, ese personaje que desborda vitalidad creado por el novelista Nikos Kazantzakis y llevado al cine por Michael Cacoyannis.
Theodorakis unió el rigor de la composición contemporánea con la tradición popular. Lo hizo desde la infancia. Nacido en la isla griega de Quíos, a tiro de piedra de la costa turca, se empapó en la calle y las iglesias de las canciones y la liturgia ortodoxa. Luego formó un coro, aprendió a tocar la mandolina y debutó como compositor casi al mismo tiempo que se unía a los grupos que saboteaban las operaciones de los soldados alemanes e italianos en la Segunda Guerra Mundial. Incluso fue detenido y torturado por fuerzas italianas tras ser descubierto ayudando a escapar a algunas familias judías.
Su formación académica la recibió en París, de la mano de Olivier Messiaen. En la capital francesa compuso su primer ballet, debutó en el ámbito de la música cinematográfica (en 'Luna de miel' de Michael Powell, coproducción angloespañola donde su obra se mezcla con la de Falla y en la que interviene Antonio el Bailarín) y se hizo amigo de Milhaud y otros compositores.
De regreso a Grecia, a comienzos de los sesenta, se dedicó a la gran tarea de poner música a los poetas de su país, clásicos y modernos. E inició su carrera política como diputado por una coalición de partidos de izquierdas. Cuando en 1967 se produjo el 'golpe de los coroneles', Theodorakis pasó a la clandestinidad. Ni siquiera la enorme fama mundial que le había dado la banda sonora de 'Zorba el griego' (1964) lo ponía a salvo de la represión.
De hecho, fue detenido, encarcelado, desterrado y finalmente enviado a un campo de trabajo. Allí supo que artistas de todo el mundo, movidos por Melina Mercouri, se habían movilizado pidiendo su libertad. La presión tuvo éxito y pudo salir del país para exiliarse en París, donde se concentró en la lucha contra el fascismo. Con su elevada estatura, su rizada cabellera y habitualmente vestido de negro, era un icono de libertad. Sus canciones sonaban en todas partes e hizo amistad con políticos como Mitterrand, Allende, Palme o Carrillo.
Tras la caída de la dictadura, regresó a Grecia y siguió trabajando en la música y la política. Fue elegido diputado en dos ocasiones y llegó incluso a ser ministro a comienzos de los noventa. Después escribiría otras tres obras, todas sobre piezas escénicas clásicas: 'Electra', 'Antígona' y 'Lisístrata'. Además hizo música para un puñado de producciones sobre textos de Aristófanes, Eurípides, Sófocles y Esquilo.
Su obra nunca fue objeto de controversia. Pocos han definido como él la esencia de la cultura griega clásica y moderna. Pero sí lo fue su evolución política, puesto que colaboró con partidos de derechas, harto –decía– de la corrupción que había visto en sucesivos Gobiernos de izquierdas, e hizo algunas manifestaciones públicas tildadas de abiertamente antisemitas.
Theodorakis trabajó a destajo y tocó todos los palos. En el cine colaboró con Cacoyannis y también con Litvak, Lumet ('Serpico'), Costa-Gavras ('Z' y 'Estado de sitio') y Dassin. La inmortalidad la había conseguido con una danza escrita para 'Zorba el griego' en apenas unas horas. Consideraba 'Canto general', el célebre libro de poemas de Pablo Neruda al que puso música e ideó unos coros impresionantes, su obra maestra.
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