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EMF: Schubert DipSecciones
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EMF: Schubert DipHay vendedores de vinilos más interesantes que los vinilos que venden. Entre sus colecciones esconden historias singulares y no es infrecuente que les acompañen deliciosas manías. Mi ranking de favoritos lo encabeza el hombre al que compré hace años el Schubert Dip (Parlophone Records, 1991) ... de EMF. Lo ofrecía en un foro de Internet a un precio muy razonable y en las fotos adjuntas garantizaba que su estado era impoluto. Si usted ha comprado alguna vez discos usados a ciegas (o cualquier otro producto), habrá comprobado en carne propia que la calidad en el universo de la segunda mano es un concepto vaporoso donde lo que para uno es impecable otro lo llama zarria. La ventaja en este caso es que el propietario vivía en los alrededores de Vitoria y por razones laborales paraba de vez en cuando en Logroño. Me ofreció chequearlos en persona un día que le tocará venir antes de pagarle. Le dije sí.
Acordarmos encontrarnos en un centro comercial de las afueras donde se aparca fácil. Era invierno. La Navidad acechaba. Como en esas películas de espías donde los actores se camuflan tras las solapas de un abrigo y utilizan nombres en clave, fijamos vernos a una hora determinada en uno de los lugares menos glamurosos de la historia del rock: un bar jamonero. Yo llevaría una bufanda negra; él, una bolsa de plástico con el material. Al llegar a la hora y el lugar acordados, todo el establecimiento estaba plagado de gente con bufandas negras y bolsas de plástico llenas de regalos. Apenas me acodé en la barra, un hombre se dirigió a mí formulándome la pregunta más metafísica y turbadora de mi vida:
-Hola, ¿eres tú?
Obviamente, era yo.
Nos sentamos en la única mesa que había libre para cerrar el trato. No dijo nada, pero le denoté un respingo al ver que todavía estaba llena de migas, restos de grasa y coca colas a medio beber. Él mismo despejó todo con meticulosidad de neurocirujano. Primero pasando una bayeta que le pidió prestada al camarero y luego secando la superficie húmeda usando un millón de servilletas de papel antes de sacar de la bolsa de plástico que portaba no una, sino dos copias de Schubert Dip. Una estaba impecable. La otra aún llevaba incluso el precinto. Me acercó la primera y pidió disculpas por anticipado.
-Tiene un roce en el lomo, pero se escucha perfectamente.
La miré y remiré hasta dar con la marca, casi imperceptible. El estado era mejor que bueno. Un disco casi gemelo al otro. Reluciente.
-Es el que ponía en el bar; este otro, es de mi colección, pero no está en venta.
No tuve que preguntarle para que me explicara que hacía poco había cerrado el pub que venía regentando desde joven en su pueblo. Estaba dando salida a los cientos de vinilos que habían sonado allí durante décadas y mantenía para sí mismo los que guardaba en casa. Su afición por el contenido de la música era también pasión por el continente, hasta el punto que no soportaba las carátulas mínimamente desgastadas y las huellas de dedos en el plástico. Me confesó que los DJ's que pasaban por su antro cada fin de semana no practicaban su mismo credo y manejaban los discos con brusquedad, los toquiteaban sin mimo, nunca los recolocaban donde los habían cogido. Para no pasar el mal rato que le provocaba aquella herejía, había acabado haciéndose con dos copias de la misma referencia cada vez que se surtía en una tienda de discos: una para agitar las noches de su barrio y la otra, que no siempre escuchaba porque al final acaba saturado del ruido constante, para engrosar la colección que atesoraba con extrema pulcritud en su propio salón.
Los días que coloco en mi plato el álbum de debú de EMF temo que al sacarlo del cartón se caiga al suelo sin barrer. Sufro pensando que una mota de polvo aterrice en los surcos, que el calor lo combe. Cuando suena Unbelievable, pienso en lo increíble que fue su primer dueño. Me calo una visera de medio lado y, en vez de bailar, me pongo a abrillantar los cristales de las ventanas a todo ritmo.
Dedicado: a Mario
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