Luz Casal se dispone a iniciar una de sus largas maratones telefónicas en la casa de Málaga donde pasa el confinamiento.

«Buenas tardes, soy Luz Casal, ¿cómo estás?»

La semana de ·

La artista hace gimnasia con Ella Fitzgerald y devora libros para olvidar que está lejos de su familia y de su piano. Las tardes las dedica a telefonear a todo el que se lo pide y a escuchar los estragos del virus

Domingo, 3 de mayo 2020, 09:03

Luz Casal (Boimorto, A Coruña, 1958) era una mujer de pocas palabras hasta que la pandemia clausuró a las gentes en sus casas. Incapaz de permanecer encerrada en su propio confinamiento, a finales de marzo decidió que sus tardes enjaulada las consagraría a ... proporcionar alas a otros. Desde entonces, lleva más de 1.500 citas telefónicas, casi todas con desconocidos, en las que escucha relatos de desesperación, pérdida y soledad, pero también de fortaleza y esperanza. Su voz, arrulladora y brumosa, obra milagros cuando al otro lado del móvil alguien descuelga y oye: «Buenas tardes, soy Luz Casal, ¿cómo estás?».

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Lunes

El estado de alarma me pilló en Málaga. Había venido a un cumpleaños familiar y tenía previsto salir de viaje el domingo 15 de marzo, pero aquí me quedé. Madrid, Asturias, Galicia, no sé dónde habría elegido estar...

9.00 horas. Hoy me levanto temprano. Durante este confinamiento estoy haciendo esfuerzos por mantener una mayor disciplina en mi vida, de manera que no dejo demasiado espacio para darme cuenta de que no puedo salir.

9.15 horas. Desayuno fruta, té verde y pan.

11.15 horas. Buena parte de la mañana la dedico a leer los mensajes que me envía la gente a través de las redes sociales. El 90% son peticiones para que hable con un familiar que está solo, con una hija que ha enfermado... Me dejan sus teléfonos y yo les llamo. Cuando llegó la pandemia sentí que tenía que hacer algo más allá que relacionarme con la gente a través de la música.

18.00 horas. Me siento en mi butaquita y marco el primer número. Llamo a Antonio, un gallego de 92 años que vive con su mujer de 90, por petición de su nieto; a Rosalina, una enfermera contagiada que está encerrada en una habitación de su casa, separada de sus hijos; a David, un técnico de rayos de un hospital madrileño que cumple 46 años; a Rosa, una mujer de 39 con parálisis cerebral a la que una amiga quiere arrancarla una sonrisa. Enlazo entre 40 y 50 conversaciones cada día, hasta las 19.55 horas.

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20.00 horas. Salgo a aplaudir a los sanitarios y a todos los colectivos que están dando la batalla.

Martes

13.00 horas. Antes de comer hago un poco de gimnasia basada en los calentamientos de cuando hacía ballet. Pongo a Ella Fitzgerald o a Soundgarden y adapto mis movimientos a ellos.

15.30 horas. Recojo la mesa. A menudo tengo ocurrencias cuando hago tareas corrientes que no implican una entrega física o intelectual. Surgen de forma primaria en forma de un título, una frase, un verso, una melodía... Aquí no tengo piano, así que no puedo desarrollarlo, pero no dejo que se escapen por si tiene algún interés. Lo último que he grabado es 'hastío que llega a ser dulce', algo así.

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18.00 horas. Llamo a Paco, un enfermero de Ibiza que se pregunta si después de la euforia volverá el olvido de la Sanidad; a Merche, a la que le han detectado cáncer de pecho; a Celia, de 19 años, autónoma en paro, como sus padres....

Miércoles

9.20 horas. El despertar es un momento muy chulo. Me siento con energía y llena de planes.

14.00 horas. Como variado. Afortunadamente, me traen la comida ya preparada.

17.30 horas. Me preparo mentalmente para empezar a llamar. Es bonito ver sus reacciones cuando les digo quién soy. Me reconocen enseguida, pero no están seguros de creérselo. Dicen que mi voz y mi forma de hablar trasmiten calma, pero mi espíritu no es apacible, es reflexivo. Si no caótico, mi ser interior se inclina más por la complejidad que por el equilibrio.

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20.15 horas. Hoy he tenido que dar varios pésames. Si alguien me estrujara como a una gamuza, no saldría nada. Pero tengo fortaleza, templanza y paciencia para volver mañana a esta butaquita. Vienen de fábrica.

1.30 horas. No es fácil que me duerma, así que recurro a los mismo ejercicios de respiraciones que hago antes de salir a cantar.

Jueves

10.30 horas. Estoy viviendo un presente intenso. No tengo mucha capacidad para pensar en mi misma, ni en mi futuro inmediato. Mi vida se ha quedado suspendida. Lo único que deseo de forma viva pero sin ansiedad es que esto acabe y retomar el ritmo. No me imagino qué voy a hacer además de salir a la calle.

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19.00 horas. Llamo a Rocío, una fan malagueña que tiene un hijo con autismo profundo y a un patólogo de Oviedo que me trató. Tiene una hija con cáncer. Un día me escuchó decir en la radio que yo era una mujer valiente y se echó a llorar. Tenía en su mano el informe que confirmaba que volvía a tener cáncer. Quiero darle las gracias y hacerle llegar mi ánimo.

20.30 horas. Me quedo conmocionada, pero satisfecha. Aunque hay una predisposición general al desánimo y la ansiedad, recojo tanta alegría por una simple llamada.

Viernes

12.00 horas. Siempre he sacado las cosas que me preocupan, que deseo o que me aterrorizan a través de la música. Así me expreso y me relaciono. Algunas canciones me han servido de terapia. Como 'Entre mis recuerdos'. El principio fue un consuelo cuando lo vi escrito: 'Cuando la pena cae sobre mi, el mundo deja ya de existir, miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos...' Mi padre acababa de fallecer de forma imprevista y aquello fue mi forma de exorcizar el dolor.

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18.30 horas. Llamo a Juan, un policía nacional que es cantante lírico con registro de tenor. Le pido un trocito de un aria. Me canta 'O sole mio'; a Pedro, un funcionario de prisiones que dice sentirse querido por los reclusos; y a Laura, una mujer con espina bífida que tiene a sus padres a su cuidado...

23.00 horas. Soy lectora contumaz. Me ayuda a abstraerme. Estoy terminando 'Las ciudades del mar', de Josep Plá.

2.00 horas. No sé cómo me va a afectar esta experiencia. Solo me preocupa levantarme con el ánimo suficiente para seguir escuchando a la gente.

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