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jon g. aramburu
Domingo, 4 de septiembre 2022, 00:22
Así, de entrada, llama la atención que alguien que ha vivido encaramada a las listas de superventas, encadenado giras y vendido más de cien millones de discos de Los Ángeles a Berlín se haya tirado trece años de su vida adulta monitorizada y teniendo que ... pedir permiso hasta para comprar un café. Que rindiera al mundo entero a sus pies y al mismo tiempo estuviera prisionera de un acuerdo de custodia legal que le incapacitaba para abrir una cuenta corriente o tener hijos. Pero que el muñidor de este plan fuera el padre y que este se embolsara a cuenta de la hija 130.000 dólares al año más gastos (que en 2018 superaron el millón, según Variety) ya es de juzgado de guardia. La vida de Britney Spears (Misisipi, 1981), la princesa del pop, hace palidecer la de estrellas como Macaulay Culkin, Lindsay Lohan, Michael Jackson o Brooke Shields, epítome todos ellos de la explotación paternofilial y muñecos rotos cuyos sueños acostumbran a serlo por delegación.
Pero hasta las pesadillas tienen un final, y Britney salió de la suya el pasado noviembre, cuando una jueza del Tribunal Supremo de California decidió poner fin de una vez por todas al dominio absoluto que James Spears ejercía sobre su hija desde 2008. El mismo James que tiene una orden de alejamiento de sus nietos después de haber agredido a uno.
La autora de hits como 'Baby one more time', 'Oops... I did it again' o 'Toxic' parece haber reconducido su vida, aunque para lograrlo haya tenido que esperar hasta los 39 años. Seis meses más tarde de que el tribunal fallara en su favor -lo que ella festejó brindando con una copa de champán, «la primera en 13 años», aireó en las redes-, la cantante se casó con Sam Asghari, al que conoció en 2016 cuando el modelo y bailarín iraní participó en su videoclip 'Slumber party' (fiesta de pijamas). Ninguno de sus dos hijos acudió a la boda.
Desde entonces, Britney se ha esforzado por mantener un perfil bajo, aunque en su caso eso merezca puntualizaciones. Al tiempo que se distanciaba de Instagram, subía a Youtube un vídeo de 22 minutos en el que repasaba la tormentosa relación con su familia -a su madre la acusa principalmente de mirar a otro lado y abandonarla a su suerte- y el calvario en el que habían convertido su vida. «Literalmente me mataron, sentí que mi familia me despreciaba. Era una máquina, ni siquiera un ser humano».
Ya fuera embutida en un mono rojo de látex, o intercambiando besos y caricias con Madonna y Christina Aguilera en la gala de los MTV, Britney había sido aupada al altar del éxito por millones de adolescentes, que absorbían su 'outlook' y sus declaraciones como esponjas. Pero mientras de puertas afuera era un ídolo, en casa sus padres la bombardeaban con críticas, desde llamarla gorda a todas horas hasta poner en entredicho su estabilidad mental por negarse a ejecutar un paso de baile. «¿Como pudieron hacer algo así y salirse con la suya? ¿Dónde estaba Dios?», clama Britney en la grabación, que acabó retirando al tiempo que se negaba a ser entrevistada por Oprah Winfrey, para no revivir así el circo que había sido su existencia hasta entonces. «Son montones de dinero, pero dar ese paso sería una locura», ha advertido.
La última noticia sobre ese carrusel que es la vida de Britney saltaba a los titulares esta semana, cuando se conoció que acaba de grabar la canción 'Hold me closer' en compañía de Elton John, que siempre se ha contado entre sus mayores defensores y al que sus círculos íntimos consideran un puntal de su repecuperación. «Britney estaba rota, como yo cuando volví a estar sobrio. Es muy duro cuando eres joven y yo no quiero ver a los artistas atrapados en el lado oscuro», declaraba el autor de 'Rocketman'. Las almas atormentadas se entienden.
A nadie se le escapa que Britney Spears no ha sido un modelo de templanza. Sus adicciones declaradas -alcohol y drogas-, arrebatos como y arremeter contra los paparazzi con la cabeza rapada y accidentes de tráfico le llevaron a perder incluso la custodia de sus dos hijos, Preston y Jayden, fruto de su relación con el bailarín Kevin Federline. Durante años, la cuestión no fue si Britney necesitaba o no tutela legal, sino si correspondía concedérsela a una persona más competente.
Pero las vicisitudes por las que ha pasado en los últimos años, incluido su ingreso en 2019 obligada en un sanatario mental, son tan desmedidas que activaron un movimiento, el #Free Britney, en torno al que se reunieron miles de fans y celebrities como Donatella Versace, Miley Cyrus o Rose McGo-wan. Todos con un doble propósito: rescatarla de la torre de marfil que guardaba un siniestro parecido con la cárcel y atajar los abusos cometidos hacia mujeres señaladas por problemas psicológicos.
La salud mental de la cantante, bailarina, productora, modelo o actriz ha sido objeto de mofa desde que arremetiese contra los periodistas armada con un paraguas. «Si Britney Spears sobrevivió a 2007, seguro que tú puedes con 2022» es el meme que, con la consiguiente actualización, lleva años repitiéndose en Estados Unidos. Pero la realidad es que mientras su padre ataba en corto a la gallina de los huevos de oro, esta lanzaba nueva música -su último álbum de estudio, 'Glory', data de 2016-, era jurado de talent shows, anunciaba fragancias y videojuegos o protagonizaba un exitoso espectáculo en Las Vegas. Nunca alguien declarado incapaz había demostrado semejante habilidad para convertir en dinero todo lo que hacía. Ahora tiene la oportunidad de reivindicarse y volver a tocar el cielo. 'One more time'.
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