Manuel Segade
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Manuel Segade
Manuel Segade (A Coruña, 1977) asumió hace un año la dirección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. A lo largo de los últimos doce meses, este prestigioso comisario reconoce haber permanecido «en la cocina» de la entidad, con más de 500 trabajadores, ... poniendo en marcha un nuevo sistema de trabajo que incluirá un ambicioso proyecto de comunicación, una jefatura de estudios y un gabinete institucional destinado a generar recursos. «Es el primer museo estatal que consigue este tipo de estructura», advierte. Segade habló de estas transformaciones y su visión del futuro en el curso de verano organizado por el Museo de Bellas Artes de Bilbao la pasada semana.
-¿Qué tiene que ser un museo en el siglo XXI? En su intervención ha abogado por aplicar a su gestión la imaginación de la práctica artística.
-Se sigue un modelo institucional de mediados de la pasada centuria y yo pretendo cambios que no sólo se refieren a la parte administrativa, sino que también tienen que ver con la forma de ligar contenidos a esa forma de hacer, porque para mí no hay diferencia entre el qué y el cómo. Los artistas no distinguen el lenguaje y lo que dicen, y me parece un aprendizaje fundamental. Me interesa cómo se disfruta y cómo se canalizan las interpretaciones que el museo emite, que debería ser lo mismo. Hay una definición de museo del siglo XVIII que decía que el museo es un lugar donde la sociedad se hace trasparente a sí misma y creo que debería ser así.
-Aboga por la integración.
-Igual que las democracias actuales son una suma de minorías, de partidos y formas de pensar, el museo también tiene que responder a esa suma de intereses muy diversos, en donde quepa todo tipo de población, de cuerpos y deseos. El museo del futuro tiene que tender a un servicio público que garantice el acceso a la cultura, contemporánea en este caso, y donde se establezcan unas bases de diálogo con los agente sociales que los centros tradicionales no permitían.
-También habla de una institucionalidad más blanda.
-Hay que reducir el peso del acceso a la institución, esa sensación de que se trata del aparato institucional de la Corte Real que te queda muy distante. Los países anglosajones lo hacen muy bien. Allí, tú entras sin pagar entrada si no vas a ver una exposición temporal, tienen un acceso relajado con el tema de seguridad y la gente puede, más o menos, campar a sus anchas. Que el museo sea un lugar que el público pueda utilizar realmente y no necesariamente vinculado a las funciones que el museo pretende dar lugar a comunidades muy diversas y maravillosas. Hay detalles menores que cambian tu experiencia de un lugar como la amabilidad de un espacio, la forma de entrar o el acercamiento del personal al público.
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-¿No pasamos del temor reverencial a una cierta banalización a que el museo se convierta en un parque de atracciones?
-Tenemos que consolidar la mezcla de tipos de público, cada uno con sus intereses. No creo que los 'blockbusters' o la banalización sean la vía, sino que la gente se sienta bien. Los museos que más me gustan son aquellos en los que claramente vas a perder el tiempo, y me refiero en el sentido del tiempo productivo, de lo laboral. Que te quedes más rato del previsto porque estás disfrutando.
-Pretende confeccionar una colección que llegue hasta el presente.
-Se ha hecho siempre. El Prado exponía a Goya cuando estaba vivo. Los museos siempre han atendido a su presente inmediato, y no hacerlo sería un defecto porque supone perder el pulso del presente. El museo debe acercar ese espacio de debate entre los artistas y la sociedad en tiempo real. Si no lo llevamos a cabo habrá artistas que el museo pierda por el camino. Me refiero a los que consiguen un éxito fulgurante y se alejan del espacio público porque no se puede acceder a ellos con nuestros presupuestos. Es un deber estar atentos al presente para alimentar el futuro.
-¿Hay que descolonizar los museos?
-Ese propósito está inscrito en un proyecto social mucho más amplio que tiene que ver con el antirracismo, deconstruir esa sociedad clasista en la que todavía vivimos y desmontar esos espacios que impiden la entrada a determinados géneros. Se trata de un trabajo colectivo común e ineludible. En el Reina Sofía llevamos un trabajo de muchas décadas con América Latina. No tenemos ninguna necesidad de restituir pero sí de proporcionar contextos a esa teoría descolonial.
-En los años noventa se produjo en España una súbita proliferación de centros de arte contemporáneo, a menudo sin rigurosos planes de viabilidad. El Musac de León, uno de estos proyectos, ha sufrido una grave crisis. ¿Este sistema tan 'sui generis' se puede mantener?
-Son lugares que cumplían una función en un momento determinado y habría que pensar por qué han dejado de cumplirla. Algunos están abandonados por los poderes públicos. Cuando se estaba construyendo la Ciudad de la Cultura en Santiago, que es un buen ejemplo, el arquitecto Pedro de Llano dijo que, si un padre que tiene varios hijos y una economía precaria decide comprarse un Ferrari, criticaría al padre no al coche. Estas infraestructuras están muy bien, quizás sobredimensionadas, pero si funcionaron un tiempo, incluso como polos de atracción de otras áreas, significa que las cosas todavía se pueden hacer bien.
-¿Dónde radica el problema?
-El problema tiene que ver con los exiguos presupuestos de cultura de nuestro país, que siguen siendo una risa comparados con los del resto de los ámbitos de las Administraciones Públicas. Hasta que no los tomemos en serio difícilmente vamos a trabajar con rigor. Buscar un acuerdo político estatal con la cultura debería ser un objetivo importantísimo.
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