La mujer en la iglesia
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ANÁLISIS ·
El Papa Francisco ha dado normalidad institucional a algo que ya venía haciéndose en la Iglesia desde hace décadasDebo comenzar diciendo que no pensaba tratar para nada en este espacio semanal el último documento del Papa que institucionaliza –esa es la palabra– lo que ya se viene haciendo en la Iglesia hace muchos años, y de manera pacífica y absolutamente aceptada: que las ... mujeres –mayores, jóvenes, casadas, solteras o viudas– hagan las lecturas, presenten las peticiones, ayuden en el altar y distribuyan la comunión. Esto ya se venía haciendo en los pueblos que yo he atendido los domingos los últimos cuarenta años de mi vida pastoral. Todo muy normal. Y esto en los días de labor, en los domingos y en las fiestas patronales, en los funerales, en las primeras comuniones y en las bodas. Todo el mundo encantado.
¿Qué supone lo que ha hecho el Papa? Dar normalidad institucional a algo que ya se está haciendo. ¿Razón de fondo? El Papa Francisco dejó claro desde el comienzo de su pontificado que quería incrementar y normalizar la participación femenina en la Iglesia. «Sufro, os digo la verdad, cuando veo en la Iglesia o en algunas instituciones eclesiales que el papel de la mujer queda relegado a un papel de servidumbre y no de servicio» (12.12.2013). Y a todos nos pareció fenomenal. «La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y el papel que desempeña» (entrevista en Civilttá Católica). También nos pareció a todos fenomenal.
Esto que el Papa afirma acerca de la mujer en la Iglesia, es extensivo, como no podía ser de otro modo, a todo lo que atañe a la humanidad. Esta –la humanidad– no puede progresar sin las mujeres, sin su inteligencia, su sensibilidad, su arrojo, su capacidad cohesiva, su ternura, su entrega. Pensar lo contrario es sencillamente estúpido. Resumiendo: los ministerios laicales en la Iglesia –lectorado y acolitado–, regulados ya en 1972 por Pablo VI, hoy reciben la modificación de Francisco en el sentido de que para ser lector o acólito no hace falta ser varón, ni iniciar el camino de formación para el sacerdocio; sólo hace falta estar bautizado, ser mayor de edad y con una formación y capacidad adecuadas. Insisto: todos vemos todo esto con total naturalidad.
¿Quiénes se han sentido sorprendidos, asombrados, pasmados ante el documento papal? Los de siempre: los que no van a misa nunca, los que miran a la Iglesia con las anteojeras del prejuicio puestas o con un rasero político permanente. Sin ir más lejos, tuve oportunidad de ver y oír en una televisión privada y generalista, a un presentador que casi daba saltos de alegría por lo que él consideraba una paso más hacia la puesta al día de la Iglesia. Yo me quedé perplejo ante tanta ingenuidad y tanta ignorancia y tanta candidez. «¿Habrá ido este a misa algún día en los últimos 30 años?».
Siempre que sale en los medios alguna información que haga referencia a la posición, función, misión, de las mujeres en la Iglesia católica, asoma en el horizonte y en las bocas de muchos una palabra tremenda, arrojadiza, que ya no hay quien la pare: «¡Machismo!». Las actitudes religiosas machistas, curiosamente y al menos aquí en España, solamente tienen como diana a la confesión católica. Nunca hasta ahora, y que yo sepa, al Islam por ejemplo y sin ánimo de molestar, tan presente en nuestra sociedad riojana y española. No quiero polemizar con nadie. Sólo quiero reivindicar el derecho que tiene la Iglesia católica a gestionar su propio ADN, su propia identidad, heredada de Jesucristo y puesta en marcha desde Pedro y los primeros apóstoles hasta hoy. Y si hay algo de lo que los españoles nos podemos sentir orgullosos es la libertad religiosa que gozamos, y que supone seguir la confesión religiosa que uno quiera o no seguir a ninguna. Y punto. Lo que no es admisible es ese afán de intentar marcar el camino espiritual de millones de católicos por parte de otros compatriotas que expresamente manifiestan su condición de ateos practicantes y agnósticos en ejercicio. Dicho en plata, ¿por qué no dejan que sea la propia Iglesia católica la que administre y gestione sus propios asuntos? ¿No es esto lo que debe primar en cualquier institución, la que sea?
Las descalificaciones están fuera de lugar. La Iglesia, en su legislación, no hace ninguna distinción entre bautizados por razón de su sexo. Eso es cierto. Como también es cierto que su estructura jerárquica está ligada al sacerdocio y este a la condición de varón. El Papa Francisco, siguiendo el Magisterio de sus antecesores, ha vuelto a señalar que «con respecto a los ministerios ordenados, la Iglesia no tiene ninguna facultad de conferir a las mujeres la ordenación sacerdotal». Esto es lo que hay.
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