Borrar
El Stereo, durante el Concierto de The Fleshtones del pasado viernes. A la derecha, carteles de la programación del último semestre. JUAN MARÍN
Motor de rocanrol en la noche logroñesa

Stereo Rock & Roll Bar

Motor de rocanrol en la noche logroñesa

En plena calle Mayor, el emblemático local cumple veinte años y es una de las dos únicas salas de la ciudad que mantienen en alto la bandera de la música en vivo

J. SAINZ

Domingo, 19 de noviembre 2023, 08:54

Una noche de fiesta y bares, hace quince años, un tipo se subió a la barra de un pequeño garito de Logroño, se puso a cantar y la gente se volvió loca. El tipo era Peter Zaremba, de la legendaria banda neoyorquina Fleshtones y el bar era el antiguo Stereo de la calle Sagasta. No es más que una de esas anécdotas que viven solo unos pocos y aún menos pueden recordar, pero es un momento que marca la personalidad de un local en un local que marca la personalidad de toda una ciudad. Desde hace tiempo la capital riojana también es conocida por sus conciertos en dos únicos escenarios casi heroicos: junto con la sala Fundición, ese motor de la noche logroñesa es el Stereo Rock & Roll Bar.

Este fin de semana ha celebrado su vigésimo aniversario con dos veladas dignas del mejor festival: precisamente The Fleshtones tocaron el viernes y anoche los canadienses The Sadies, teloneados por Bonzos y Supertubos respectivamente. Dos llenos con entradas agotadas a las primeras de cambio y un ambiente de verdadera fiesta. Ese ambiente que solo es posible en pequeñas salas así en las que la música es una energía que no se vende ni se compra, simplemente se vive.

Y es que la música ha sido siempre la sangre que corre por las venas del Stereo. Aunque no siempre fue local de conciertos; primero lo fue de discos y altavoces a todo volumen. Un grupo de amigos lo fundó en 2003 en un bar de poco más de treinta metros de Sagasta «con la única intención de tener un espacio en el que divertirse en la ciudad escuchando la música que ningún otro local ofrecía». Así lo recuerdan sus actuales tres socios: Jorge Hernández, Juanjo Pellejero y Alfredo Lázaro 'Roto', el último en incorporarse.

«Las salas pequeñas son vitales para la ciudad, pero los festivales nos olvidan. No tenemos ni mierda en las tripas»

«Queríamos un bar para que sonase la música que a nosotros nos gustaba. Lo teníamos tan claro que si no funcionaba preferíamos cerrar antes que renunciar a ese estilo», cuenta Alfredo, que entonces se encargaba de pinchar los vinilos. «Queríamos un bar de los de antes, cuando los bares tenían personalidad. Cuando estaba el bar roquero y estaba el bar pijo o el bar del tipo que fuera y la gente podía saber dónde se metía». El estilo del Stereo estaba claro: el sonido de los 50, 60 y 70, el rocanrol primigenio, rithm and blues, funk, punk, power-pop, northern soul, garage... «En definitiva, música vibrante para oídos selectos, ajenos totalmente a modas más o menos pasajeras».

Y funcionó. En mitad de esa tumultuosa encrucijada de bares de copas en el casco viejo, poco a poco, con mucho esfuerzo, pero también con mucha diversión, el Stereo «fue cubriendo un vacío en la noche logroñesa». Y «fue convirtiéndose en el centro de reunión de espíritus inquietos, creándose un ambiente de lo más interesante, que daba lugar a fines de semana salvajes en los que podías encontrar gente bailando sobre la barra o disfrazada de cualquier cosa improvisada o simplemente disfrutando de su copa».

«No sabemos cuánto más duraremos, pero veinte años había que celebrarlo. Seguiremos mientras cada noche sea una fiesta»

En 2010 decidieron mudarse algunos metros, a la calle Mayor (al 104 de Marqués de San Nicolás), para tener más espacio y licencia de horario especial. El estilo seguía siendo el mismo y en un par de años probaron a organizar algún concierto «prácticamente a pelo, sin infraestructura ni permisos, improvisando una tarima sobre cajas de botellas, sonando casi como un local de ensaño»... Alfredo recuerda que «una noche entró la policía y fundió los plomos»: «Lo normal –dice–. Lo curioso es que habían recibido quejas de ruido de otro bar y entraron al nuestro por error».

Sin embargo, aquellos primeros bolos semiclandestinos sirvieron para confirmar lo que el Stereo realmente quería ser. Grupos como Brioles, Los Twangs, Sun of Cash o Redondo Beat marcaron inicialmente una inconfundible línea rocanrolera que se iría ampliando con el tiempo y la respuesta del público se consolidó año tras año. Sobre todo tras una reforma integral en 2018 que incluyó insonorizar el local y levantar un verdadero escenario al fondo, el viejo bar de copas se convirtió definitivamente en la sala de conciertos que es hoy. «Desde entonces no hemos parado».

«Esto sería un cementerio»

Traspasar la puerta del Stereo es entrar en un templo pagano del rock: luz tenue, sed de bourbon y cerveza y paredes llenas de fotos de estrellas presididas, tras la barra, por el indiscutible rey Elvis. Cuando hay actuación el público se agolpa hacia el estrado y el espacio se estrecha creando esa atmósfera de auténtico antro underground que late al ritmo de la música como una criatura oculta.

El estilo de las bandas programadas se ha diversificado para dar cabida a más públicos. «No podemos traer siempre el mismo tipo de música porque esto no es Madrid. Aquí suenan grupos de pop, rap, psicodelia... casi de todo». Pero es sorprendente la gente que ha pasado por el Stereo: nombres internacionales de EE UU, Australia, Japón, Reino Unido, Suecia o Francia, como The Cynics, Morlocks, Godfathers, Mark Olson o King of the North...

Y, aun con eso, tienen claro que el Stereo también es «el sitio» para los grupos de la tierra: «Si eres un músico local, hagas la música que hagas, sabes que aquí tienes donde tocar. Es la base. Los grupos necesitan lugares así en su ciudad», afirma con conocimiento de causa este miembro de Mutagénicos, como Jorge lo es de Supertubos. Precisamente por esto, desde los profesionales a la gente que empieza, «todos quedan encantados con el trato que reciben, con cómo suena su música y cómo escucha el público del Stereo».

Aunque no siempre la respuesta es igual, claro, y eso es «lo que más rabia da». La batalla de la promoción es quizás la más complicada y, sin embargo, con unos ciento veinte conciertos al año, «es un bar cada vez más valorado dentro y fuera de Logroño».

Ellos lo hacen porque es lo que les gusta –«alimenta el alma, no el bolsillo», dicen–, pero pueden presumir de algo que merece la pena: «Las salas pequeñas son vitales para la ciudad –asegura Alfredo con orgullo–. Esto sin el Stereo y sin la Fundición sería un cementerio. Pero los festivales nos olvidan. No tenemos ni mierda en las tripas. Nos lo tenemos que currar nosotros solos. Es una lucha continua. Pero por eso mismo no dependemos de nadie y somos libres de hacer lo que queremos».

«Somos unos románticos –sentencia por último—. Esto te tiene que gustar, porque son horas y horas de trabajo. Así que si quieres ganar dinero no montes una sala de conciertos, monta un festival y ponte a pedir subvenciones».

Sea como sea, por puro romanticismo o porque el rock es actitud también dentro de una barra de bar, el Stereo resiste moviendo Logroño desde la sala de máquinas. Las pasadas dos noches han sido su propio festival, un festival únicamente subvencionado por el público y por los promotores de esta aventura. «No sabemos cuánto más duraremos, pero veinte años había que celebrarlo y hemos tirado la casa por la venta. Y aquí estaremos mientras cada noche siga siendo una fiesta».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

larioja Motor de rocanrol en la noche logroñesa