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Augusto Monterroso (Tegucigalpa, 1921- México, 2003), ha pasado a la historia de la literatura como el autor del microcuento más famoso de nuestras letras: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Pero el narrador, ensayista y poeta, nacido en Honduras, nacionalizado guatemalteco, exiliado en México, ... y de cuyo nacimiento se cumplen hoy cien años, es mucho más. Fue una de las voces más originales e irónicas del 'boom' y recurrente candidato al premio Cervantes que no consiguió. Mago de la brevedad, el humor y el cruce de géneros, publicó apenas quince títulos a lo largo de su vida. Sí ganó el Príncipe de Asturias de las letras y su viuda, la escritora mexicana Bárbara Jacobs, cedió su legado a la universidad de Oviedo.
Su famoso cuento de siete palabras es, paradójicamente, el más y peor citado de la literatura hispana. Cada cita lo trastoca y lo renueva. El dinosaurio ha sido ya unicornio, hipopótamo, cocodrilo, dragón y un sinfín de criaturas reales o mitológicas. Las citas erróneas darían para un ensayo o para un libro de referencias falseadas o equívocas, un volumen que al propio Monterroso no le habría desagradado ver publicado.
Incluso quien fuera su editor en España, Juan Cruz, contribuyó a esta cadena de citas erróneas al rememorar el cuento del «despertar del cocodrilo» en presencia del propio Monterroso, que tuvo la amabilidad de no corregirle, para advertir luego que Cruz no había sido, ni mucho menos, el único que, traicionado por su memoria, convirtió al saurio en reptil.
En 'La metamorfosis de Gregor Mendel', uno de los ensayos de 'La vaca', recordaba Monterroso cómo en unas elogiosas páginas de Vargas Llosa, el Nobel y Cervantes peruano-español, convirtió a su archifamoso dinosaurio en unicornio. Otro premio Cervantes, el difunto Carlos Fuentes, marró la categoría zoológica y también lo convirtió en cocodrilo. «Sus interpretaciones eran infinitas, como el universo mismo», decía Monterroso ante tamaña y perenne confusión. «Está claro que aún debo escribir más corto», ironizaba.
«La única regla para escribir un cuento es que no hay reglas», decía el maestro del género y autor de una única novela, 'Lo demás es silencio'. Tampoco conocía la clave para componer un ensayo, pero escribió una fulgurante colección de ellos, con el denominador común de la literatura, agrupados bajo el título de 'La vaca', con «comentarios y ocurrencias sobre libros y autores», que continuó con 'Pájaros de Hispanoamérica'. «A menudo los ensayos se mezclan con los cuentos, o los cuentos parecen ensayos», decía el timidísimo Monterroso, Tito para los más próximos. «No sé» era su respuesta habitual ante la pregunta más inocente, que le colocaba en un insalvable aprieto.
Escritor parsimonioso, para cerrar las 150 páginas de 'La vaca' necesitó doce años. Era como si la literatura pasara por él sin que hiciera nada por alumbrar sus libros. «Nunca me senté a escribir un libro -decía con tanta seriedad como retranca-, se van haciendo a través del tiempo. Tampoco un editor me pidió nunca un libro. Me pongo a escribir de lo que sea, pero nadie quiere publicar libros de dos páginas. Espero. De pronto hay material suficiente y un editor, y ya está», explicaba su 'modus operandi' un creador que escribía sus «cosas» en facturas, servilletas o billetes de tren.
Concebía sus libros como un cajón de sastre en el que mezclaba sus dispares reflexiones sobre gigantes de la literatura universal, de Cervantes a Borges, pasando por Juan Carlos Onetti, Virginia Woolf, Raymond Carver, Juan Rulfo, Tomás Moro o León Tolstoi. «Me gustan más los clásicos porque me eduqué con ellos en una biblioteca cuando era un niño pobre. Ahora que puedo comprar libros actuales tengo el gusto deformado. Me gustaría ser un clásico para que todo el mundo hablara de mí y nadie me leyera», decía risueño.
Pasó su infancia y adolescencia en Guatemala, país que consideró su patria hasta que se exilió en los años cuarenta del siglo pasado huyendo del dictador Jorge Ubico, que lo encarceló. Tras pasar por Bolivia y Chile, en 1956 se estableció en México donde escribió y publicó toda su obra. Debutó con 'Obras completas (y otros cuentos)' (1959) donde luce ya sus claves narrativas: concisión, aparente sencillez trufada de referencias cultas, y maestría para la parodia, la caricatura, y el humor negro. Publicó otros cuatro libros de cuentos: 'La oveja negra y demás fábulas' (1969); 'La palabra mágica' (1983); 'El grillo maestro' (1983) y 'Literatura y vida' (2003).
'El dinosaurio' se consideró como el cuento más breve de la historia de las letras hispanas hasta la aparición de 'El emigrante', de Luis Felipe Lomelí: «¿Olvida usted algo? -¡Ojalá!».
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