Miradas críticas y oníricas sobre la ciudad

Un cuento mínimo de Carles Cano –«Este era un rey que tenía tres hijas, las metió en tres botijas y las tapó con pez. ¿Quieres que te lo cuente otra vez?– abría este sábado la jornada sabatina del festival Cuéntalo en la librería Santos Ochoa. Ante Cintia Martín, medio centenar de infantes con sus padres seguían la historia en bucle, mientras la narradora vallisoletana plegaba y desplegaba las páginas de su versión ilustrada del cuentecillo, como si de un juego papirofléxico se tratara.

A unas manzanas de allí, en la Biblioteca Rafael Azcona, otra ilustradora, Ana Jarén, brindaba sus rotuladores de alcohol al grupo al que impartía el taller 'Ilustrando la ciudad con rotuladores'. A través del dibujo y del color, invitaba a sus aplicados pupilos a reparar en elementos de la ciudad que a menudo nos pasan desapercibidos (señales, portales, bancos...) y a reinterpretarlos a través de su mirada.

A mediodía, a las puertas de la misma biblioteca, Cuéntalo ponía en marcha una de sus más singulares propuestas: el 'Laboratorio sónico de relatos urbanos' del colectivo Chico Trópico. Niños y adultos se organizaron en un comando creativo que recorrió el entorno de la Rafael Azcona y sus calles aledañas al tiempo que creaba un relato colectivo sustentado en el urbanismo y la gente con la que se topaban durante su recorrido.

Contectados a través de walkie talkies e inspirados por lo que veían y escuchaban, cada uno fue sumando una porción de historia a las muchas que allí surgieron sobre gatos naranjas, antenas gigantes o murales borrados y repintados cada noche de viernes casi por arte de magia. El relato final, ya en quietud a las puertas de la biblioteca y con música de fondo, apelaba directamente a quienes, ante ellos, intentaban entender qué estaba ocurriendo allí.

Durante la tarde, Cuéntalo volvió a recuperar el taller de Ana Jarén y el laboratorio de Chico Trópico, que se trasladó al entorno del Espolón logroñés.

La jornada se cerró con la 'Conversación' menos literaria de las programadas en esta octava edición del festival, pero una de las más sugestivas: '¿Para quién es la ciudad?'. De nuevo en la Biblioteca Rafael Azcona, abordaron esta cuestión el ensayista y poeta Julio Monteverde y el periodista y escritor Jorge Dioni.

Monteverde lo tiene claro. «Ahora mismo la ciudad no es para los que la habitan. Quizá sea más para vender y comprar, para sacar rendimiento, que para sus vecinos».

Dioni lo refrenda. «En las ciudades hay elementos discordantes como el vehículo o la gran afluencia de turistas. Estos últimos son incómodos, son ruidosos, pero son como un espejo de nosotros mismos. Son más atacables porque están a nuestra altura de miras, pero hacia donde habría que dirigir la mirada es a los que están más arriba, a la gente que está comprando las ciudades, como fondos de inversión, etc.».

¿Cómo recuperar la ciudad para el ciudadano? Según Julio Monteverde, «se puede empezar con medidas legales y políticas que sean un dique de contención contra todo lo que está pasando. Pero aparte de estas acciones es necesario una cierta reapropiación de la ciudad real, algo que empieza con la vida cotidiana, con la presencia del individuo en la calle y su relación con quienes le rodean, con habitar».

Jorge Dioni, por su parte, incide en las consecuencias de las decisiones políticas. «Pon la ciudad en el mercado y te la compran y hacen con ella lo que quieren, algo que no nos puede llevar a sorpresas».

Monteverde viene de Madrid, «y allí –dice– es todo tan descorazonador y tan áspero». Dioni, de Barcelona, «donde ya no se habla catalán porque, si conviertes cinco barrios en un resort, qué quieres». Con todo, son optimistas porque, al menos, «el problema ya ha tomado cuerpo».