Las minas no pudieron con sus vidas

Para entonces, Sofía ya había echado de casa al padre de ambas. «Siempre estaba bebiendo, no traía un salario a casa y gastaba los ahorros de toda mi vida que he guardado para la educación de mis hijos», contó. En 2022, días antes de cumplir los cuarenta años, Sofía tuvo a su quinto hijo. Necesitó una cesárea, tras lo cual aceptó someterse a una ligadura de trompas. Al niño le puso de nombre Gervasio en honor al fotógrafo que llevaba media vida en contacto con ella, desde que sufrió el accidente. Se había convertido en su amigo. A pesar de que su nueva pareja se suicidó meses después, hoy Sofía continúa criando por su cuenta a su hijo pequeño y batallando para que sus hijas estudien y vayan a la universidad. Ella no pudo, pero es una mujer invencible.

La de Sofía Elface Fumo es una de las historias que Gervasio Sánchez cuenta en su proyecto 'Vidas minadas. 25 años', que expone en la Sala Amós Salvador de Logroño hasta el 18 de mayo de la mano de Cultural Rioja. Según explica el periodista, Premio Nacional de Fotografía 2009, lleva trabajando con víctimas de esta lacra desde septiembre de 1995. «En 1997, 2002 y 2007 –cuenta– presenté diferentes versiones de este proyecto que recorre la mayor parte de mi vida profesional. Hoy regreso con 'Vidas minadas', un grito contra una terrible injusticia y un drama diario».

Cordobés de nacimiento y zaragozano desde hace décadas, Sánchez lleva toda su vida haciendo valer el pasaporte de 'ciudadano del mundo'. Ha sido reportero de guerra en los peores conflictos recientes del planeta y, pese a ello, no ha perdido la humanidad. Las minas antipersona son un arma traicionera que los prolonga más allá de firmarse la paz. Gervasio traspasa el objetivo de su cámara y es capaz de implicarse personalmente con las víctimas de las historias de las que es narrador; más que nunca en este proyecto y con estas personas, con las que ha seguido manteniendo el contacto desde que las fotografió por primera vez: «Me crucé con ellas en hospitales a punto de ser amputadas o malheridas con posibilidades de morir o en centros ortopédicos donde intentaban volver a andar con piernas de plástico».

Las víctimas más jóvenes como el camboyano Sokheurm Man, el bosnio Adis Smajic o la propia Sofía tenían entonces entre once y trece años. Ya han cumplido los cuarenta, han formado familias y viven rodeadas de hijas e hijos. Unas víctimas han tenido más suerte que otras. La angoleña Joaquina Natchilombo, por ejemplo, es una anciana de setenta años que tiene más de veinte nietos y es feliz porque ha regresado a las tierras familiares de sus padres, de las que huyó durante la guerra.

El salvadoreño Manuel Orellana ha formado una familia muy estable y es abuelo. El nicaragüense Justino Pérez ejerce de padre con una nieta de su actual pareja, después de perder la relación con sus dos hijos naturales, y es dueño de unos terrenos que ha pagado a plazos. El afgano Medy Ewaz Ali, al que Sánchez conoció con ocho años, vive en Madrid junto a su hermana después de huir de su país tras la llegada de los talibanes al poder en 2021.

«Los responsables de tanto sufrimiento se esconden detrás de una nebulosa de intereses o siglas –afirma el periodista–. La industria armamentística es cada día más poderosa e impenetrable a pesar de las leyes sobre control de armas que se aprueban en los parlamentos de los países democráticos y que casi siempre se convierten en papel mojado a la hora de realizar negocios de la muerte».

Él nunca se ha mordido la lengua: «Nuestros gobernantes, empresarios y banqueros –añade– se presentan ante la sociedad como adalides del respeto a los valores universales y a la legalidad vigente mientras utilizan el secretismo y la impunidad para reescribir y violar las leyes y subordinarse al pragmatismo más obsceno. Los que más gritan en la oposición son los que más rápido se acaban plegando al guion oficial en cuanto alcanzan los salones del poder».

Frente a esa hipocresía, Gervasio Sánchez cuenta historias reales. El kurdo Fanar Zekri, que perdió ambas piernas con seis años, ha cumplido los 34 y su ilusión en la vida es tener una casa y criar a sus hijos. La colombiana Mónica Paola Ardila, ciega por la explosión con apenas siete años, batalla por superar el impacto emocional y las violencias sexuales que ha sufrido desde la niñez. Y el camboyano Mao Rattanak, otra víctima infantil de las minas antipersona, se gana la vida cantando con una hermosa voz. Vidas con las que no pudieron las minas.