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MILES DE NIÑOS MUEREN DE HAMBRE EN ÁFRICA

MILES DE NIÑOS MUEREN DE HAMBRE EN ÁFRICA

JUSTO GARCÍA TURZA

Domingo, 4 de agosto 2019, 22:21

Hay un anuncio de televisión en el que un señor relativamente joven dice: «Los humanos somos así: que tenemos hambre, pues comemos; que no vemos bien, encendemos la luz». Lo he recordado porque a tenor del reportaje que nos brindó el lunes pasado nuestro diario, no todos los humanos pueden comer cuando tienen hambre o encender la luz cuando están a oscuras. Tal es el caso de miles -millones sería más exacto- de niños (y no tan niños) que en el Sáhara, desde Senegal hasta Etiopía, sufren una enfermedad llamada noma que produce auténticos estragos. Sobre todo en la cara. Especialmente, en la boca. No es que esos niños no puedan comer porque no tienen qué comer, que también, sino que físicamente no pueden hacerlo: comienza el mal en las encías, avanza por los labios y la mandíbula y... para qué seguir. Un desastre total. Al parecer, un equipo de Médicos sin Fronteras ha tomado la determinación de viajar a Nigeria para hacer lo que puedan por estos desgraciados. No quiero abundar en más descripciones. Primero porque no sé nada de esta enfermedad y, segundo, porque tampoco pretendo darle la mañana a mis lectores.

Ustedes conocen mi debilidad por los misioneros y por los voluntarios que dan lo mejor de sí mismos - la vida- en esos países que serán, auguran los analistas, el futuro del planeta, pero que a día de hoy van a la cola en todo lo habido y por haber. Níger es el pueblo más pobre de la tierra. Le sigue Etiopía, con el agravante de estar habitado por 85 millones de personas, que se dice pronto. ¡Casi el doble que España! Luego hay otros como Burundi (allí comenzaron nuestros misioneros riojanos), Burkina Faso y Mali (en ambos países tengo amigos misioneros que cuentan y no paran), Somalia, Liberia y un largo etcétera de desolación que echa para atrás. Yo me pregunto: ¿Qué le pasaría a un negrito de estas tierras si de buenas a primeras -de sopetón que decimos los de pueblo- lo dejáramos en la sección de alimentación de uno de nuestros hipermercados (en Alcampo o Carrefour)? Con toda seguridad creería que está soñando o que ya está muerto y ha llegado al paraíso. Abriría los ojos, no como platos, sino como las puertas de un garaje. Esa sería la probable reacción de niño que come habitualmente unos granos de maíz una vez al día (si es que llega a comer todos los días) y que no ha visto nunca el chocolate, el jamón, el queso... Un sinfín de productos que para nosotros son normales y que ahí están al alcance de todos. Ni siquiera los macarrones y el pollo que tanto gustan a nuestros hijos más pequeños. Si yo les digo a nuestros niños pequeñajos de la catequesis que hay otros chicos -no unos pocos sino millones- que no saben qué es un huevo Kinder, pensarían con seguridad que les estoy tomando el pelo olímpicamente.

Y, ahora, el no va más. Según el Ministerio de Agricultura, se tiran a la basura en España 7,7 millones de toneladas de alimentos, que se dice pronto, bien porque han alcanzado su fecha de caducidad, bien porque los envases son demasiados grandes y no es fácil dar con todo su contenido o, lo más común y penoso, porque compramos más con los ojos que con la cabeza. Recuerdo que mi madre, que en paz descanse y que era una santa, siempre me decía: «Hijo, nunca compres cosas de comer antes de la hora de comer; compra siempre con el estómago en orden». ¡Qué razón tenía!

¿Qué le decimos a un niño de Nigeria, de Mali o de Burkina Faso? Nada. Lo mejor es no decirle nada, pues no nos entenderá nada. Y no sólo por el idioma. Tampoco he pretendido hoy darles la turra a la hora de comer. Coman. Y coman a gusto. Pero no olviden a esos niños enfermos de noma o, para ser más preciso, a esos niños que por el simple hecho de haber nacido en determinadas zonas de África mueren literalmente de hambre o de sed, que no se sabe qué es peor.

Una sugerencia (que es la de siempre y no no deben seguir para acallar su conciencia, que no se trata de eso, sino para ayudar): vayan a su parroquia, a Cáritas Diocesana (Marqués de San Nicolás, 35), Manos Unidas (Obispo Fidel García, 1, en el Seminario) o a Misiones (Avenida de Navarra, 3). Si ayudamos, y lo hacemos con sencillez pero de verdad, nos reconciliaremos un poco con nosotros mismos, con los demás y, sobre todo con Dios, que todo lo ve.

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