Marqués de Riscal: la increíble cata de tres siglos

Francisco Hurtado de Amézaga, director técnico de la casa, descorchó esta pasada semana tres de las últimas 19 botellas que restan de aquella cosecha fundacional: «Da mucho respeto cuando piensas que ahí está el trabajo de nuestro fundador, un pionero como Guillermo Hurtado de Amézaga que trajo de Burdeos a Jean Pineau para elaborar vinos finos, para adaptar el método francés de elaboración a Rioja, y que creó todo un estilo que ha llevado a esta denominación de origen a ser conocida en todo el mundo».

La cata, un viaje sensorial a través de los tres siglos de historia de la casa y de la propia región vitícola, incluyó 24 añadas históricas, nueve de ellas prefiloxéricas (de 1862 a 1899) y quince del siglo XX, desde 1909 hasta 1964, completada con una vertical de Barón de Chirel, un vino vanguardista y rompedor de aquella Rioja de capa caída de los años 80 del siglo pasado y que es la gran apuesta para desafiar al tiempo de la actual generación de Marqués de Riscal.

Un auténtico privilegio del que disfrutaron una treintena de los mejores prescriptores nacionales e internacionales, incluido este cronista y que difícilmente es repetible en otra bodega del mundo: «Me siento felizmente limitado», confiesa Ferrán Centelles, master sommelier y catador en España para jancisrobinson.com. «Me faltan palabras para describir tanta belleza que desafía al tiempo, incluso a la lógica».

Lo cierto es que, al margen de algún que otro vino dulce de regiones como Madeira o Sauternes, la prueba de longevidad demostrada por los Riscales está cerca de replicar a la ciencia y sin una sola botella retirada de las más 90 descorchadas: «He tenido la oportunidad de catar estos vinos en tres ocasiones, hace veinte, diez años y ahora, y tengo que decir que, para mí, el vino tinto seco que mejor envejece del mundo no es el Burdeos como dice la tradición, sino el Rioja», indica Víctor de la Serna, periodista y tres veces Premio Nacional de Gastronomía. «Lo más sorprendente –agrega– es que hay vinos, como el de 1871 o el magnífico de 1945, que están hoy como cuando los probé hace 20 años, y ninguno son 'reliquias', sino que me los tomaría ahora mismo para comer».

La propuesta de cata, asesorada por el también prescriptor y gran experto en vinos italianos Juancho Asenjo, partía de un bloque prefiloxérico, desde el primer vino fundacional (1862) hasta 1899 –con vinos extraordinarios como el primero de todos, 1870, 71 ó 76– y un segundo grupo, desde 1909 hasta 1964. Una hoja de ruta perfectamente planificada: «Rioja tiene, como todas las zonas históricas del mundo, muchas luces, pero también alguna sombra», explica Paco Hurtado de Amézaga. «En los primeros años del siglo XX el viñedo era muy joven por las replantaciones tras la ruina de la filoxera, mientras que a partir de los años 70 hay un bajón general con la llegada del capital jerezano y, ante la necesidad de producción, se desplazan viñedos de laderas maravillosas a zonas más productivas».

Por ello, la cata saltó desde 1964 hasta la tercera tanda de los actuales Barón de Chirel, de 1995 hasta 2011: «Es sorprendente probar cosechas como las de 1936 o 1945, que están suspendidas en el tiempo y da qué pensar cómo conseguían estos vinos con muchos menos medios que nosotros, pero también creo que hemos demostrado con los Chirel que hoy en día también podemos conseguir vinos que van a tener una gran capacidad de envejecimiento, con añadas como 2004, 2010 ó 2011 que formarán en su día parte de la historia de Rioja», indica Luis Hurtado de Amézaga, enólogo de la bodega de Rueda, hijo de Paco y director de la cata histórica.

Permita el lector al cronista que no entre en detalles organolépticos de tantos y tantos vinos soberbios y se limite a destacar la extraordinaria integración de las maderas, la finura y entereza generalizada o la acidez aún persistente en delicados vinos con graduaciones alcohólicas de entre 9 y 11,5º. No sin obviar, eso sí, esa maravillosa cosecha de 1945, en que la intensidad de color, incluso la fruta todavía fresca sitúan este vino por encima del resto. «¿El mejor vino de mundo?», se escuchó en varios corros de catadores.

La cata permite no solo repasar, sino beber la historia de Rioja y de España. Los felices años 20, de prosperidad para Riscal por el comercio internacional, dejaron añadas soberbias como las de 1922, del 24 ó de 1928. La del 36, la del inicio de la Guerra Civil, fue también fantástica, mientras que la tanda de la segunda mitad de los 40 y primeros de los 50 es sencillamente gloriosa. Por supuesto, también lo es el último vino histórico de la cata, el de 1964, esa cosecha que ha dejado grandes ejemplos de la aptitud del tempranillo para el envejecimiento en la gran mayoría de casas centenarias riojanas: «Se habla mucho del cabernet sauvignon de Riscal y es cierto que nuestros antepasados lo plantaron en Rioja en 1858, pero nosotros nunca destacamos esta variedad, sino el tempranillo y su finura característica, a nivel de cualquier otra uva del mundo», aclara Paco Hurtado de Amézaga. «Es el tempranillo el que nos proporciona este placer, y el resto son buenos complementos, pero nada más».

Solo el vino es capaz de embotellar el tiempo y, si no, que se lo pregunten al afamado arquitecto canadiense Frank Gehry, que inicialmente rechazó construir el vanguardista y espectacular hotel de la Ciudad del Vino de Marqués de Riscal. Únicamente una visita a 'La Botellería' y degustar un vino de su año de nacimiento (1929) le hizo cambiar de opinión, pero todo tiene un límite: «Quizás ésta haya sido la última cata histórica de esta generación; son vinos irrepetibles y hay que seguir conservándolos», concluye Hurtado de Amézaga.