Quizás conozcas, querido lector, el libro 'Marta no da besos'. Dirigido al público infantil, e igualmente a padres y profesores, trata sobre la «obligación» que frecuentemente imponemos a las niñas y niños de dar besos, para saludar, agradecer o agradar. Marta cuenta diferentes situaciones en ... las que no se siente a gusto y por qué decide a quién dar sus besos.

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Esta fórmula inocua y cariñosa de saludar o agradecer puede convertirse en un arma de doble filo. Olvidamos que a nosotros tampoco nos gusta dar besos «por impuesta cortesía», o por imposición, o que nos besen sin que lo queramos. Algunas familias y sobre todo profesores de infantil han optado por colocar un cartel a la entrada del aula con varios iconos (mano para chocar, abrazo, saltitos, beso lanzado, sin contacto, etc.) de modo que cada niño al entrar elige la forma que más le apetece (o siente) de saludar a su profe ese día.

Besarse con afecto y con sinceridad es una de las cosas mejores la vida. Besar por deber, incluso recibir un castigo «porque eres desagradecido, te has portado mal con...» es abocarlos a que crean que la manera de que «me quieran los mayores es dar besos y dejarse besar».

No olvidemos que sentirse querido es el deseo absoluto de todas las personas y aún mayor en los niños y en los adolescentes, por mucha pose que derramen.

Junto con la «obligación de los besos» encontramos —lo digo por experiencia profesional— la de perdonar todo a los padres «porque les quiero mucho». Un número mucho mayor de niños de los que os imagináis acepta como bueno que, de forma habitual, les peguen por desobedecer, por jugar o por mancharse; les llamen con motes humillantes; se burlen de ellos porque lloran, por su torpeza o sus miedos; o que vivan entre la sobreprotección de un día y el ser ignorados los seis restantes.

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Acciones como esas, bastante comunes, dan como consecuencia niños inseguros, con muy baja autoestima y con deseos fervientes de agradar y ser queridos. Lo cual desemboca en adolescentes y jóvenes que se dejan tocar, pegar, insultar y humillar, besar, etc. por cualquiera para ser aceptados (los datos indican que son mayormente chicas). O por contra, en adolescentes, jóvenes y adultos (mayormente chicos) que creen que la forma de querer es dañar y abusar de los /las demás porque así les querrán más o porque «es mía».

Están las letras del reguetón, los videoclips, el porno al que están accediendo y con el que se «educan» niños con 10 años, y un larguísimo etc. Y luego, nos preguntamos cómo es posible, en pleno siglo XXI, la violencia contra la mujer, el acoso, el ciberacoso, los suicidios.

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«Todos tenemos una responsabilidad ineludible con la protección y educación de la infancia (primeramente) y una culpabilidad inevitable si no lo hacemos».

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