Contemplo el clamor que levanta la Roja, cuando gana, y felicito desde aquí a la selección y a su entrenador principal, el jarrero Luis de la Fuente Castillo, por el trabajo realizado hasta el momento en el que escribo esta columna, pues desconozco el desenlace ... final de la Eurocopa. Es obvio que si la Roja obtiene su cuarta copa el estruendo y la emoción serán extraordinarios. Si no ocurriera, la pasión —como en otras ocasiones y como en muchos de los partidos de esta índole— suele rebajarse e incluso llegar a la denostación. Y si eres un atento seguidor de este deporte y de los partidos retransmitidos podrás observar con qué facilidad los comentarios elevan a la cumbre a un jugador o a un equipo por una jugada, y en el minuto siguiente, por otra fallida, se les reprueba con gran énfasis. Pero no hablaremos de fútbol, simplemente comento lo que observo. En esa observancia del deporte más mundial y de las celebraciones en el calendario, compruebo que, por supuesto, el fútbol tiene su Día Mundial. Una fecha recientemente inaugurada. Ha sido este 7 de mayo cuando la Asamblea de las Naciones Unidas, recordando el centenario de los Juegos Olímpicos de Verano de París, el 25 de mayo de 1924, en el cual estuvieron representadas todas las regiones por primera vez en la historia, decidió esa fecha del 25 de mayo para proclamarla Día Mundial de Fútbol.
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Y es que el fútbol es uno de los deportes más practicado y apreciado en todo el mundo. Trasciende las fronteras nacionales, culturales y socioeconómicas. Es un lenguaje universal de personas de todas las edades. Por ello, mediante ese Día Mundial se le reconoce un alcance mucho mayor que el de mero deporte o espectáculo, y se espera de él una serie de misiones, altamente importantes, como la de «ser una herramienta para promover la salud y el bienestar; y una plataforma para promover la igualdad de género y empoderar a mujeres y niñas, tanto dentro como fuera del campo de juego».
Me encantaría que así fuese, aunque mirando el panorama cercano, lejano y el mundial valdría con que empezase a ocurrir en las casas, centros educativos, países que decimos desarrollados y que se extendiese.
Eduardo Galeano, quien quiso ser «jugador de fútbol como todos los niños uruguayos», como casi todos, añadiría yo, pero que le fue mal porque era «un pata dura terrible» tiene un magnífico libro, «El fútbol a sol y sombra», que rinde homenaje a este deporte, «música en el cuerpo, fiesta de los ojos», y donde también denuncia las estructuras de poder de uno de los negocios más lucrativos del mundo. Y es que el «deporte rey» que en ocasiones, como la actual, despierta complicidades y hasta el orgullo nacional, tiene mucho que mejorar. ¡Claro!, que las sociedades no mejoran sino mejoran las personas.
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