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Acabamos de recoger los adornos navideños, de recibir regalos y, seguramente, también hemos hecho una lista de deseos que este año sí cumpliremos. No expondré, ... querido lector, los más repetidos, pues son conocidos. Tampoco contaré la lista de catástrofes y conflictos bélicos terribles que deseo cesen. Ni tantos casos de bullying, violencia de género, pobreza o suicidios, que profundamente me preocupan.
Hoy quiero pedirles que se hagan un propósito y que luchen por conseguirlo. Les ruego que cuiden y controlen el uso de las pantallas en los menores.
En estos días con las fiestas navideñas y las descontroladas compras que nos obligamos a nosotros mismos a realizar, he contemplado escenas preocupantes. No solo rabietas de los pequeños y mayores ante la frustración de no tener lo que desean en ese momento. No solo las fanfarronerías de los adultos. No, me refiero a las muchas ocasiones en que he visto el insensato cuadro de los bebés en sus carritos con los móviles colgados del asa del cochecito o en sus propias manos. Ante una de esas eventualidades no pude si no decirle a mi acompañante: «están perdidos» —pensando en qué clase de futuro habrá para la sociedad—. En cambio, mi acompañante me contestó: «No, están perdidos los padres».
Así que parémonos un momento en la escena. Bien que comprendo la fatiga de un padre o una madre por el trabajo, las fiestas u otros asuntos íntimos, diré que es peligroso dejar a un niño, sobre todo entre meses y tres años, con un móvil a su libre antojo. Por qué, puede preguntarme alguno de los progenitores ya cansadísimos del día a día. Pues por motivos que atañen al propio niño, a los padres y al futuro familiar. El desarrollo cognitivo, verbal, motor, social se empobrece incluso puede verse gravemente afectado. La exposición a las pantallas fomenta la impulsividad, el deseo de la inmediatez y provoca que sean niños que se frustran ante la menor contradicción. Son un factor clave para sufrir depresión, ansiedad, psicosis, trastorno bipolar y/o déficit de atención. Su uso afecta negativamente a conciliar el sueño, y la falta de sueño afecta al carácter emocional haciéndoles más retraídos y negativos. Crean adicción. Merma el tiempo de actividad física, de comunicación o de juego con iguales necesario para un desarrollo saludable.
Todo ello repercute en los padres y en la dinámica familiar. Berrinches cada vez más fuertes y repetidos; menor resistencia a la frustración, falta de socialización, de hobbies, de autonomía. El desconocimiento de cómo es cada uno de nuestros hijos y la falta de comunicación familiar.
Esforcémonos, esforzaos. Sed un ejemplo positivo. Hablad, jugad, leed, viajad con ellos, creced juntos, forjad en ellos recuerdos, valores y vivencias para su presente y para su futuro.
Porque el futuro de los hijos, el nuestro y nuestra familia, empieza nada más que nacen. Avisados quedáis.
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