Éranse dos campesinos cuyos campos eran colindantes. Habían heredado las tierras de sus padres. Por la franja norte de ambas fincas discurría una acequia que habitualmente alojaba abundante agua utilizada por todos los vecinos de la zona.

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Un día el labrador, llamémosle A, decidió que ... estaba harto de compartir el agua. Alegó que aquella acequia fue construida por sus antepasados y colocó unas compuertas para preservar su regadío, en detrimento del de los demás.

— Esto es ilegal, dijo un vecino.

— Esta decisión se ha tomado sin contar con el resto, expuso otro.

— Lo de sus antepasados es cierto, alegó un tercero, que había oído esa historia en su casa.

Hubo una preocupación enorme. Los labriegos hablaron con el labrador A. Este no tenía intención de compartir 'su agua' con nadie, incluso estaba haciendo una desviación del canal para que no le molestasen. Los vecinos, por mantener la concordia que siempre había habido en la zona, trataron de razonar sobre el bien general. Tras la imposibilidad, le propusieron alternativas para llegar a un acuerdo: le darían una hora más de riego cada día, reducirían en un quinto su cuota, etc. Tras tres largas horas, uno de los reunidos sentenció:

— ¿Dónde están los papeles que digan que la acequia es suya y no común? Si los tiene que los muestre, si no iremos a juicio.

A juicio que fueron. Y puesto que solo existían la leyenda y unos mapas nada claros, el juez ordenó derribar lo que estaba construyendo, dejar libre el paso del agua por la acequia para uso colectivo e indemnizar a los afectados.

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Era engreído el labrador A, que de inmediato se largó a otra ciudad sin cumplir la sentencia.

Discurrió el tiempo, los labradores restituyeron el regadío comunitario y el labrador, llamémosle B —muy aclamado por sus decisiones anteriores, se presentó para presidir el concejo del agua. Le faltaba un voto para conseguirlo. Así que pensó en su, no tan desaparecido, vecino. Ni corto ni perezoso recorrió mil kilómetros para verlo.

Tras larguísimas conversaciones, llegaron a un acuerdo: el labrador A concedía su voto al B a cambio de que le recanalizara el riego exclusivamente para su finca, la acondicionase para ponerla en actividad y le condonase la deuda con sus respectivos y largos intereses.

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Y así quedó la cosa. Los campesinos A y B lo llamaron «acuerdo ventajoso para todos».

El resto —que ya había votado y no pudo retractarse— lo llamó «abuso, exceso, desmán, tiranía, tropelía».

Claro, que esto es un cuento y en la vida cotidiana los ciudadanos, los responsables y normales, creemos en el bien común por encima del propio, enseñamos a nuestros hijos y alumnos a estar y tratarse en igualdad, a aceptar la diversidad, a negociar cediendo las dos partes, a no dejar que nos abusen ni a abusar. Y es que: «Solo los educados son libres» (Epíteto).

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