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El temor a la maldición del faraón Tutankamón ha revivido hoy en esta ciudad con la muerte del funcionario egipcio implicado en el envío por barco de los tesoros del citado faraón a Londres», decía un teletipo enviado por la agencia Efe desde El Cairo el 4 de febrero de 1972. Cuarenta y nueve años después de la apertura de su tumba, el rey de la dinastía XVIII seguía vengándose de quienes habían perturbado su descanso. Lord Carnarvon, el noble inglés que financió las excavaciones de Howard Carter, fue su primera víctima.
El aristócrata murió en El Cairo el 5 de abril de 1923, seis semanas después de entrar en la cámara funeraria de Tutankamón. Tenía 56 años. «Ha fallecido de una enfermedad que tiene sus puntos de misteriosa. Una simple picadura de mosquito se ha complicado hasta originar una infección general. Parece como si el espíritu de Tutankamón, para defender el retiro que creyó eterno de su cuerpo, se hubiera transformado, según oriental leyenda, en el débil insecto para infiltrar el veneno a su audaz exhumador», especulaba un tal Nordau en 'El Noticiero Bilbaíno'.
Hombre de salud frágil desde que tuvo un accidente de tráfico, a Carnarvon le picó un mosquito en una mejilla el 19 de marzo de 1923. La lesión se infectó tras un corte de navaja al afeitarse. Cuando estalló la fiebre, el aristócrata ignoró los consejos médicos de reposo y, días después, le diagnosticaron septicemia y neumonía. Algunos diarios, sin embargo, vincularon su muerte con la entrada en la tumba, idea que atribuyeron a «los nativos». Y la maldición cobró vida, impulsada en parte por Arthur Conan Doyle.
«Puede ser peligroso excavar en estas viejas tumbas. Ciertamente, ha sido muy notorio el hecho de que innumerables catástrofes han ocurrido a quienes se ocuparon en el pasado de desenterrar momias», declaró el novelista a la prensa tras el fallecimiento de Carnarvon. «Los egipcios tenían poderes de los que no sabemos nada. Es fácil que utilizaran esos poderes, ocultos o no, para defender sus tumbas. Siempre se opusieron a desenterrar las momias», añadió Doyle, devoto espiritista que achacaba la muerte a los 'elementales', espíritus malignos creados por los sacerdotes de Tutankamón para proteger sus restos.
Según los diarios de la época, Carnarvon y Carter se toparon en la tumba con una inscripción -unos dicen que en una tableta de arcilla; otros que en la piedra- que advertía: «La muerte matará con sus alas a quien perturbe la paz del faraón». O algo por el estilo, ya que nadie más la ha visto. De hecho, Wallis Budge, experto en escritura jeroglífica del Museo Británico, dijo en su día que no existía ninguna inscripción así en la tumba y añadió que, si las maldiciones fueran reales, no quedaría vivo ningún arqueólogo.
Howard Carter falleció en Londres a los 64 años, de un cáncer linfático, el 2 de marzo de 1939. Para entonces, según la prensa, la maldición se había cobrado la vida de veintiocho personas. Desde arqueólogos como James Breasted, que murió en 1935 a los 70 años de una infección contraída durante una expedición, hasta Aubrey Herbert, diplomático y medio hermano de Carnarvon, que lo hizo a los 42 de una infección tras una operación. Aunque algunos diarios se tomaban la maldición a broma, todos la llevaban a titulares en cuanto fallecía alguien que podían relacionar con Tutankamón, aunque fuera remotamente. Como el dramaturgo Louis Siggins, que había escrito una obra de radioteatro sobre la maldición y murió repentinamente a los 44 años en 1934.
El epidemiólogo Mark Nelson, de la universidad australiana de Monash, desmontó la leyenda en 2002. Según un estudio que publicó en la revista 'BMJ', los 25 occidentales que entraron en la tumba, abrieron el sarcófago y examinaron la momia murieron a una edad media de 70 años, mientras que otros 19 citados por Carter que no se enfrentaron a la ira del faraón lo hicieron a los 75. «No hay una asociación significativa entre la exposición a la maldición de la momia y la supervivencia y, por lo tanto, no hay pruebas que apoyen la existencia de una maldición de la momia», concluyó Nelson. Lady Evelyn Beauchamp, hija de Carnarvon, fue una de las tres primeras personas -junto con Carter y su padre- en entrar en la tumba de Tutankamón. Tenía 21 años. Falleció en 1980, a los 78.
La de Tutankamón no fue la primera momia maldita. Ese honor lo tiene la Unlucky Mummy (momia de la mala suerte), en realidad un sarcófago de madera de la dinastía XXI. Fue adquirido por el Museo Británico en 1889. Fletcher Robinson, un periodista amigo de Arthur Conan Doyle, murió de fiebre tifoidea en 1907, tres años después de haber publicado en el 'Daily Express' una historia sobre las desgracias sufridas por quienes habían entrado en contacto con él. «La fiebre tifoidea es la forma en que los 'elementales' que custodian la momia podrían actuar», dijo el padre de Sherlock Holmes. Todavía hoy el Museo Británico advierte en su web de que se trata de una pieza con «fama de traer desgracias», aunque «ninguna de esas historias tiene fundamento».
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