Como en todas las novelas de Bevilacqua y Chamorro en 'El mal de Corcira' (Destino) se investiga un asesinato. Esta vez el de un hombre cuyo cadáver aparece en la isla de Formentera y que resultará ser un exetarra. Pero es mucho más. Lorenzo Silva (Madrid, 1966) aborda, al fin, la lucha contra ETA desentrañando el pasado de su picoleto en la décima entrega de la serie. Y no lo hace de manera condescendiente ni como adulador de su admirada Guardia Civil, cuerpo del que es miembro honorario.
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-Ofrece dos libros en uno con dos Bevilacqua: novato y temerario y maduro y reflexivo.
-Sí, y ambos se anudan. Siempre quise contar su pasado antiterrorista en el País Vasco, al que se alude en la primera novela en 1995. He tenido mucho tiempo para madurarlo. Pensé en una precuela, pero opté por la marca de la casa y hacerlo a través de un caso de hoy. En un viaje a Guipúzcoa en el marco de una operación actual, abre el baúl de sus fantasmas y se entrelazarán con la investigación, lo que hace más atractivo el artefacto narrativo. Es una especie de 'bonus track' para los lectores que me han acompañado en este cuarto de siglo y me han permitido llegar hasta aquí.
-¿El Vila joven era un verso suelto, como el subteniente?
-Mucho más. Tiene 26 años y está desubicado. Tanto, que acaba como voluntario en la primera línea la lucha antiterrorista, el trabajo más comprometido del cuerpo. Está fuera de lugar y se pregunta en todo momento qué pinta ahí. Algo muy saludable. Bevilacqua maduro también lleva toda su vida preguntándose qué pinta en la Guardia Civil. Se responde que, aunque sea un bicho raro, es el sitio en el que debe estar, quizá por no tener otro mejor.
-¿Entra sin miramientos en la zona oscura de la Guardia Civil?
-Advertí hace muchos años que no soy un turiferario de la Guardia Civil. Nunca he querido ser ni su hagiógrafo, ni su propagandista ni su jefe de 'marketing'. Me acerco como novelista a una institución admirable, con algunos los mejores seres humanos que he conocido. Y para contar historias con un poso de verdad y emoción no me caso con nadie. Abordar la lucha antiterrorista y que todo fuera derramar agua de rosas sería poco creíble e inútil. Perdieron la vida más de 200 guardias civiles, unos cuantos familiares y más de una docena de hijos pequeños. Una prueba que pocas instituciones superarían. La Guardia Civil cometió errores y no los silencio, como los pasajes oscuros, pero el balance sigue siendo de quitarse el sombrero. Si maquillara la realidad prestaría un mal servicio a un colectivo encomiable. Ofrezco al lector las luces y las sombras para que saque sus conclusiones.
-El título alude a Tucídides y los excesos en la venganza. ¿Es siempre mala consejera?
-Siempre. La mejor baza que se dio a ETA en toda su historia fueron los estados de excepción de Franco y que sus acciones las pagara toda la sociedad vasca. Franco cayó en la trampa una y otra vez. El segundo mayor regalo fue imitar sus métodos. Tucídides habla de lo mucho que cuenta en la guerra la superioridad moral, que no es creerte mejor que el otro: es ser mejor que él. Tener más valores, la integridad y la solvencia moral que el otro no tiene. Y eso se pierde con la venganza. La Guardia Civil y las instituciones ganaron la batalla a ETA cuando recuperaron la solvencia moral y plantaron cara al enemigo con trabajo policial, de inteligencia, y con la Ley.
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-¿Es tentador convertirnos en lo que combatimos?
-Sí. Tiene que ver con el círculo del odio. Hablé con guardias que recogieron los pedazos de los cuerpos de sus compañeros en cubos. Con esa experiencia es fácil caer en el odio, en el encono, y convertirte en lo mismo que combates. Bevilacqua se esfuerza por evitarlo. La barbarie es muy contagiosa. Hay que tener una mente muy fuerte para no dejarse impregnar por los métodos bárbaros.
-¿En Intxaurrondo hubo contagio y ovejas negras del cuerpo?
-Sí. Convivieron el bien y el mal. Miles de guardias civiles han pasado por allí y los condenados son tres o cuatro. Muchos cumplieron dignamente con su deber y lo pasaron muy mal. A un comando etarra le incautaron el recorrido del autobús en el que los hijos de los guardias iban al colegio. Un centenar largo de miembros de la Comandancia de Guipúzcoa murió a manos de ETA.
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-Con Interior en crisis, ¿es el peor momento de la relación Gobierno-Guardia Civil?
-Es un momento malo, y hay quienes subrayan interesadamente ese conflicto y les gustaría disolver la Guardia Civil, aunque digan que quieren desmilitarizarla. Otros lo usan para desgastar lo más posible al gobierno y enemistarlo con la Guardia Civil, y ambos convergen siendo antitéticos en crear esta bulla. Pero la Guardia Civil hará lo que ha hecho en los 42 años de democracia: servir lealmente al gobierno legítimo salido de las urnas. Nadie podrá contar con ella para tomar algún atajo y utilizarla contra el Gobierno.
-¿Habrá más entregas? Simenon rozó las ochenta con Maigret.
-No garantizo ni llegar a once -puede pasarme cualquier cosa-, pero tengo en la cabeza tres y media o cuatro novelas y se me puede ocurrir alguna más.
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-¿Quedan secretos sobre Bevilacqua?
-Sí. Lo dejo yendo hacia Barcelona 92, dónde le pasaron muchas cosas.
-¿Para cuándo la serie?
-Globomedia compró los derechos y trabajamos en ella. Tengo mucho interés y me implicaré quizá como guionista o en la producción ejecutiva.
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