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Somos polvo y en polvo nos convertiremos, salvo los huesos, que perdurarán más que nuestras vísceras y órganos. El esqueleto humano, formado por más de 200 huesos, es el andamiaje del hombre. Los huesos «sangran cuando los cortamos, sufren si los rompemos», dice la antropóloga ... forense Sue Black, quien lleva décadas identificando cadáveres anónimos, primero los de país natal, Reino Unido, y luego los de muchos difuntos que en las guerras ha habido. Black, presidenta del Real Instituto de Antropología de Gran Bretaña e Irlanda, ha publicado 'Escrito en los huesos' (Capitán Swing)', un libro en el que explica su quehacer, estudiar las piezas óseas, testigos mudos de nuestros secretos mejor guardados, incluso los que más se resisten a ser desvelados.
Lejos de ser inmutables, los huesos hablan de nosotros, de nuestra vida y nuestra muerte. Bien lo sabe Sue Black, que ha estudiado los restos de las víctimas de los crímenes de guerra cometidos en la guerra de Kosovo. La antropología forense sabe que los huesos hablan, a veces con la misma elocuencia que un análisis de ADN. Los huesos se remodelan sin cesar a lo largo de la vida, lo que demuestra que son materia viva. El esqueleto humano se renueva prácticamente cada 15 años, y en su forma de renovación influye la edad.
Para Black, el esqueleto es un libro abierto. Como una lectora impenitente, la antropóloga forense sabe descifrar el lenguaje de los cráneos, los húmeros y las clavículas, asegura, por ejemplo, que una dieta vegetariana deja su impronta en los huesos, como los golpes recibidos o el ejercicio físico. Las horas dedicadas a levantar pesas generan una mayor masa muscular y, por lo tanto, ello se refleja en un mayor desarrollo de los puntos de inserción del músculo en los huesos.
Black Sue no solo es célebre por su pericia en desentrañar crímenes no aclarados. También lo es por su contribución a desarrollar un sistema científico para identificar a los pederastas, dado que las venas de las manos son tan personales como las huellas dactilares. Los vasos sanguíneos del dorso de la mano derecha difieren mucho de los de la izquierda. De hecho, no hay dos personas en el mundo con el mismo dibujo, ni siquiera los gemelos idénticos.
Cuando necesita huesos mondos y lirondos, Black echa mano de escarabajos carnívoros. No hay mejor medio para desollar una pieza. Estos ejemplares, que forman una colonia de derméstidos, ayudan a limpiar el fragmento óseo de adherencias indeseadas. «La mayor parte del tiempo los alimentamos con sus manjares favoritos, ratones y conejos (no les gustan los animales marinos, así que las criaturitas no prueban ni el pescado ni la foca)».
La forense metida a antropóloga desmiente mitos dominantes de la novela negra, como que sea fácil disolver un esqueleto, un mito «fantasioso», como se encargó una vez de dejar claro a la policía británica. «La sosa cáustica de uso doméstico no es lo bastante fuerte como para licuar un cuerpo, y mucho menos en un periodo de apenas unas horas», explica Black.
El descuartizamiento es todo un arte, tan difícil como preservar de la intemperie una flor delicada. El cuerpo humano está formado fundamentalmente por seis piezas: la cabeza y el tronco forman un eje central, mientras que las parejas de extremidades superiores e inferiores se extienden a ambos lados. «Estos cuatro miembros hacen que el cuerpo sea un objeto muy pesado, poco manejable y difícil de esconder», aduce la experta. Si alguien quiere deshacerse de un cadáver, lo normal sería dividirlo en cinco secciones. Hacerlo en seis implica la decapitación, un esfuerzo que requiere muchos afanes. «Un descuartizador inexperto, y la mayoría lo somos, seguramente intentará cortar primero los huesos largos. Enseguida se dará cuenta de que es dificilísimo. Se necesitan herramientas apropiadas, un lugar preparado para ello y una buena dosis de resistencia».
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