Es Santiago Lorenzo de esos escritores donde se solapan las circunstancias propias con las de sus personajes, hasta el punto de no saber quién bebe de la biografía de quién. Al autor de 'Los asquerosos' tiene uno la tentación de preguntarle con qué hace fuego ... o si para dormir se ha aviado una cama con palés del Mercadona. Director de cine, guionista, escenógrafo... este portugalujo de chasis menudo y melena a lo Rosendo parece inmune al vértigo de las decisiones vitales, como es cambiar su condición de urbanita por la de castellano viejo, mejor si es en una aldea de 17 vecinos que de 200. Como si Aranda de Duero fuera casi casi Babilonia. Harto de las mezquinas victorias con que recompensa la vida en comunidad y de los peajes draconianos que impone, desde su reclusión gozosa en el páramo segoviano vive más pendiente del ciclo reproductivo del cárabo común que del último estreno de Netflix. Es remiso a desvelar siquiera si desde su ventana ve Somosierra o Guadarrama, las hoces del Duratón o el palacio de La Granja. O nada. Porque Lorenzo, apóstol consumado de la economía de medios, ha reducido sus necesidades al mínimo común denominador y es feliz hasta con un cubo boca abajo. Y esto, que en cualquier otro podría significar la antesala del desorden cognitivo, a él le funciona. Acaba de publicar 'Tostonazo' (Blackie Books).
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7.00 horas. Hace siete meses que me levanto a esta hora, me ha dado por ahí. Soy de ducha, espaciada eso sí porque tampoco veo a mucha gente. He descubierto el placer de entibiarme las manos en la cocinita mientras hierve el café, porque aquí, a 1.150 metros sobre el nivel del mar, las mañanas son frescas. Caliento el pan que ha quedado duro de la víspera y le pongo algún untable y luego busco en la nevera un antojito. Hoy tengo unas anchoas de Bermeo que me trajo mi amigo Javi García del Valle, apenas dos, para que duren.
18.00 horas. Vivir en el campo no significa dedicarse a actividades campestres. Ni siquiera tengo perro, me dan miedo, y mi deporte consiste básicamente en ir a buscar leña, traerla y trocearla, algo más productivo que retributivo. He descubierto la huerta pero al nivel más cutre, amateur y 'agripop' que se pueda imaginar. Cultivo lechugas y atiendo la parra.
16.30 horas. Cada vez que bajo a Madrid es como un shock, y eso que me tiré 27 años viviendo allí. Flipo como nos sucede a todos los provincianos, que somos quizá por eso los que mejor hemos sabido describir la ciudad, exceptuando a De la Serna, claro. Le sucedió a Valle Inclán, a Saura, a Almodóvar, a Antonio López. Toca hacer gestiones administrativas. Para mí eso es trabajar, escribir es otra cosa...
16.31 horas ... Apunto cualquier parida que se me ocurre y llega un momento en que todas esas notas acumuladas ocupan y pesan como un pisapapeles. Cuando escribí 'Los asquerosos' –siempre empiezo una novela el 20 de agosto, el cumpleaños de mi amiga Patricia–, el montón medía 12 centímetros de alto. Pensé: 'Si no sacas de ahí una novela, es que eres gilipollas'. Son notas que tomé hace dos o tres años y muchas acaban en la chimenea; el resto es como un destilado.
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16.32 horas. Lo de los plazos lo llevo fatal, menos mal que mi editorial no hace de ello una crisis. Pero tampoco tengo prisas cuando entrego el libro. Hay escritores que no ven el momento de que les aplaudan, mientras que a mí me sigue asustando cómo recibirán lo que he escrito en casa a mi aire y sin que nadie me lleve la contraria. Someter de repente eso al escrutinio público provoca un vértigo entretenido.
9.35 horas. En Madrid fui feliz rodando cortometrajes –ganó un Goya por 'Caracol, col, col'–, después con mi pequeño taller de atrezo y, por último, escribiendo, aunque no publiqué ninguna novela hasta que dejé el cine, al que siempre fui refractario y donde me dieron por el saco a base de bien. Llevo muy mal que me digan cómo tengo que hacer las cosas.
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12.00 horas. Es la hora del Ángelus y la luz entra a chorros por la ventana, una de esas cosas que aquí nunca faltan. Estoy montando una locomotora a escala 1:35, grandota ella, un modelo de los años 40 con mucha biela. Una maqueta Trumpeter de 600 piezas. Me da miedo comenzar a ambientarla, reproducir los efectos del tiempo y el clima sobre cada pieza.
16.30 horas. El mayor invento del milenio son los libros, eso y el cúter. Y si me tengo que remontar a hoy, internet. Me permite estar conectado aunque viva en el quinto pino. Desde hace 13 años no tengo televisor, no acabé de entender lo de la TDT. Así que el ordenador, me sirve de eso y de radio. Estoy enganchado a 'En jake' (ETB) y a la serie esa de la ruta del bacalao.
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14.30 horas. Vivo solo desde hace 25 años y cocino como quien modela cositas que sólo voy a ver yo, pero como no sé conducir a veces obtener los ingredientes es un desafío. Me queda bien el marmitako, aunque ahora no es temporada de bonito, la tortilla de patatas, las croquetas y las alubias con guindillas. Plagio de nariz el chimichurri, la comida tailandesa...
18.30 horas. Hay una cosa que hago mucho en invierno, que es meterme en la cama a leer. Lo llamo 'tardes de dormitorio'. Un privilegio, tapado hasta la nariz, con tres o cuatro libros al mismo tiempo. Ahora estoy con Adolfo García Ortega, Mariano Fuente, Hernández Palacios, un dibujante de cómics prodigioso... cada vez duermo menos, así que fenomenal.
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23.30 horas. A veces siento vergüenza ajena de la sociedad. Viene gente en busca de aire puro y lo primero que hace es encerrarse con la calefacción a tope; o se suben al quad que mete un ruido de la leche y quema combustibles fósiles. De la guerra de Ucrania, que parece propia de otra época; o de toda esa gente negando la derrota de Trump, cuando en las películas nos decían que el político que miente siempre tiene su merecido. Quizá no haya que pedir tantas responsabilidades a los que nos mandan y más a los que les ponen ahí.
10.00 horas. Vivo en un pueblo austero y silencioso, sin buzón y donde el bar abre sólo los fines de semana. Al principio echaba en falta todo, desde las palmeras de coco hasta las tiendas de maquetas –ni una en cien kilómetros a la redonda–, pero en cuanto aceptas el reto aprendes a apreciar cosas que ni siquiera sospechabas que existiesen. Sales al monte y pegas unas bocanadas de aire que sientes que te llegan hasta el pito. Ahora bien, eso de que la clave de la felicidad sea reducir las necesidades al mínimo... No tengo claro que la fórmula valga para todo el mundo.
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19.30 horas. Los pocos vecinos somos como monjes ateos. Al poco de sacar 'Los asquerosos' se instalaron aquí una mujer y su hija. Se trajeron a la empleada de hogar, ¡de uniforme! Cuando se van dejan los contenedores de la aldea llenos de basura, porque generan residuos como si fueran centrales nucleares. Y para más inri, al poco vino un matrimonio, ella diseñadora, con la cultura visual de un centollo. Está decidido, me voy a mudar a un sitio más aislado.
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