Eva Baltasar
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Eva Baltasar
Es una gran solitaria. De hecho solo comenzó a hacer amigos cuando rebasó los cuarenta años. La novelista y poeta Eva Baltasar (Barcelona, 1978), que quedó finalista del International Booker Prize el año pasado por su novela 'Boulder', vuelve a estar presente en las librerías ... con 'Ocaso y fascinación' (Random House), una ficción en la que aborda la crisis de la vivienda y la soledad imperante en las grandes ciudades. La escritora parte de un hecho real, su etapa como limpiadora mientras estudiaba en la universidad, para recrear las vicisitudes de una mujer que adecenta hogares y se inmiscuye en la intimidad de las casas ajenas. Con el trapo y la fregona, Baltasar ganaba más dinero y era más libre que como camarera en una cafetería.
–Después de la trilogía de la maternidad compuesta por 'Permafrost', 'Boulder' y 'Mamut', llega 'Ocaso y fascinación', en la que sigue habiendo una voz poética, como sucedía en otra novelas anteriores, pero ¿supone un cambio de registro?
–Lo que he intentado hacer es encontrar la voz de una mujer que me sedujera lo suficiente para empujarme a conocer su historia. Es cierto que en la parte de 'Fascinación' quizás hay un cambio de registro más evidente con respecto al existente en la trilogía, donde el tema de la maternidad recorre los tres libros. En la actual novela el asunto primordial es la intemperie. Las tres protagonistas de mis libros anteriores viven incómodas en la sociedad y están solas, mientras que en 'Ocaso y fascinación' la intemperie es insalvable: es muy fácil pasar de un mundo de seguridad relativa, donde vivían las tres protagonistas del tríptico y donde vivimos muchos de nosotros, a otro sin casa, sin nada.
–Aborda problemas que están muy de actualidad, como la vivienda, la precariedad laboral y la desposesión. ¿Lo ha querido hacer alejándose de los códigos de la novela social?
–No partí de la intención explícita de tratar esos temas, simplemente busqué la voz de una mujer que se dedica a limpiar casas, como yo hice durante dos años cuando estaba estudiando en la universidad. Parto de un paisaje de mi propia vida, lo cual me resulta fácil porque yo también sufrí la precariedad laboral y viví en pisos compartidos. La historia no nace de un ejercicio de voluntad, sino que surge de forma natural.
–Dedicarse a escribir implica muchas veces quedar atrapado en la precariedad, a no ser que se cuente con otro trabajo.
–Tengo la suerte de que desde los cuarenta 40 o 41 años he podido dedicarme a vivir de la escritura, austeramente pero con dignidad. Hasta ese momento ponía la literatura siempre por delante de cualquier otra actividad. Entonces escribía poesía, un género que es inconcebible que te reporte ingresos suficientes para vivir. Pero siempre he intentado no casarme con ningún trabajo que me impidiera escribir, sin soñar nunca encontrarme en la situación de que disfruto ahora.
–¿Cuándo y cómo empezó a escribir?
–Aprendí a escribir a los tres años, muy tempranito. Escribía un montón, rellenaba cuadernos, me encantaba tanto que me dediqué a hacer algo que reivindico muchísimo, y sé de lo que hablo porque soy pedagoga: pasaba veranos enteros, fines de semana y vacaciones de Navidad copiando libros. Luego estuve muchos años escribiendo un diario personal, y sobre todo poesía. Escribir es para mí una necesidad, una forma de expresión y de vida.
–¿La soledad está presente en todos sus escritos?
–Mis personajes protagonistas actúan a modo de espejo de mí. He sido una persona muy solitaria durante muchos años; hasta los cuarenta años no tenía amigos, no sabía cómo hacerlos. Me he sentido sola y desarraigada y he vivido en lugares muy aislados. Cuando creo ficciones lo fácil para mí es identificarme con seres solitarios, con lo que me identifico durante el tiempo, uno o dos años, en que escribo la novela.
–La protagonista de 'Ocaso y fascinación' es una asistenta. ¿Es la limpieza una metáfora?
–Puede serlo. Cuando empecé a escribir el libro no lo era. La limpieza es algo que sé hacer bien. No en vano, mi madre me enseñó desde muy jovencita. La protagonista se dedica a crear pequeños cosmos habitables para los propietarios, pero también para ella. Lo que hace no es solo una forma de quitar la suciedad, sino de rodearse de belleza, porque al sacarle brillo a los objetos les dota de alma. Puede ser metáfora de lo que tú quieras, de una sociedad que realmente hay que ordenar. Ella dice que el mundo está enfermo de suciedad y fealdad.
–La limpiadora, al entrar en las casas de las gentes, descubre la intimidad de los residentes, lo cual no deja de ser morboso.
–Me di cuenta de ello cuando limpiaba casas. Para mí era un trabajo interesante, mejor que currar de camarera en una cadena de cafeterías donde me maltrataban, sufría horarios interminables y encima me pagaban un sueldo miserable. Limpiando me podía organizar los horarios, ganaba más dinero y trabajaba sola. Llegaba hasta el fondo del fondo, hasta la mesilla de noche. La casa, como dice la protagonista, sabe historias. Descubrí cosas como que hay gente que no duerme en el dormitorio, pese a que dispone de una cama de matrimonio, sino en un colchón en el suelo dentro un despachito. Vete tú a saber por qué. Así empiezas a fabular cosas: ¿estará la pareja enfadada?, ¿roncará alguno?... Salen mil historias.
–¿Su novela plantea un conflicto de clase?
–No lo sé. Lo cierto es que vamos a una sociedad en muchos aspectos cada vez más medievalizada, con una pequeña casta de escogidos que lo controlan y tienen todo y luego una gran masa de población crecientemente empobrecida. En el libro digo que la ciudad, fabrica solitarios y los obliga a convivir. Hay mucha gente sola, sin red, que vive en casas con otras personas con las que no tiene ningún tipo de trato. Hoy están y mañana no.
–Ahora se puede trabajar y ser pobre a la vez.
–Hemos pasado de un mundo donde había cierta seguridad, en que el hogar y el trabajo eran más o menos accesibles, a una situación en que en cualquier momento puedes encontrarte en la calle. Antes se bajaban los peldaños paulatinamente hasta llegar al desamparo. Y ahora la sensación es que el suelo es de un cristal tan fino que puede romperse en cualquier momento de repente. Y ocurren cosas tan locas que hay gente con trabajo que vive en la calle. En Barcelona y Madrid el precio de una triste habitación es tan alto que una persona sola, con un sueldo exiguo, como tantos, no puede pagarlo.
–Aunque por poco tiempo, usted conoce el desgaste de dormir en el calle.
–Cuando fui de Erasmus a Berlín, sin un duro y contra la voluntad de mi familia, pasé dos noches en la calle durmiendo en una estación. Entonces no había internet y carecía de tarjetas de crédito. Había llegado de noche, reservado por fax una habitación en un albergue, y al dejar las maletas me dijeron: «no tiene reserva, el albergue está lleno. Adiós». La sensación que se tiene por la noche es de un gran miedo, de una gran inquietud. Si se acerca una persona, que muy bien podría ser tu hermano, piensas, ¡ah, peligro! Es muy sintomático de nuestra época.
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