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iñaki esteban
Lunes, 22 de marzo 2021, 11:35
¿A quién no le suena el conde de Romanones? Es un nombre que todo el mundo ha leído alguna vez ya que está en los libros de Historia desde Secundaria. Pero más allá de mencionarlo y de situarlo en el primer tercio de siglo ... XX, los perfiles de su personalidad y de su gran influencia permanecen desdibujados.
No se había escrito una biografía sobre Álvaro Figueroa y Torres (Madrid, 1863-1950) en los últimos setenta años, y el historiador Guillermo Gortázar ha llenado en ese hueco con 'Romanones. La transición fallida a la democracia' (Espasa), un trabajo en el que ha invertido dos décadas de investigación y escritura.
¿Quién fue Romanones? Un político liberal que tuvo numerosos cargos ministeriales y llegó a ser presidente del Consejo de Ministros, también alcalde de Madrid, «de niño retraído, de adolescente recluido, y de adulto una persona con un gran don de gentes y una figura social muy relevante», retrata Gortázar.
Fue un político reformista al que según el biógrafo le faltó un proyecto de largo alcance como el que tuvo Antonio Maura. «Se atenía a las circunstancias. Trataba de adaptarse al estado de opinión, al contrario de políticos como Churchill, capaces de desafiarlo y de actuar con su criterio. Pero fue un buen ministro. Cuando estuvo en Instrucción Pública, cada maestro tuvo su nómina por primera vez en la historia de España. Y él fue quien firmó en 1919 el decreto de la jornada laboral de ocho horas (seis días a la semana), el primero en el mundo», explica.
Como político, alcanzó el éxito al que aspiraba. Sin embargo, su generación fracasó en el intento de instaurar un régimen parlamentario y democrático estable. «Como no tenía un horizonte claro, la derecha militarista y la izquierda revolucionaria le dejó sin campo de juego», relata el autor.
Miembro de una familia muy rica, el accidente que tuvo en el carruaje de su padre marcó su adolescencia. Volvían de noche y el conductor no vio una zanja que partía la calle. Salieron despedidos y, en apariencia, sólo sufrió una ligera conmoción y algunas heridas. Días más tarde le salió un tumor en la cadera, que requirió varias intervenciones y curas diarias. Se refugió en la pintura y pensó en dedicarse al arte. Pero se dio cuenta de que no pasaría de ser un segundón. Estudió y se doctoró en Bolonia, ciudad conocida por su facultad de Derecho.
En 1888 consiguió su acta de diputado por Guadalajara. «Visité un pueblo tras otro, asistí a bodas, entierros y bautizos, y fui buscando mis adeptos en todas las clases sociales», escribió.
Gortázar recuerda que entonces el sufragio era de tipo censitario -el 'universal' masculino llegó dos años más tarde- y que las campañas electorales eran cosa de notables pues cada uno se las tenía que pagar de su bolsillo. A Romanones no le molestaba la palabra cacique, porque su significado era el de cabeza de su circunscripción, el que luchaba por sus intereses.
El político de Restauración puso en práctica una concepción «pactista» del liberalismo, en una época en la que su profesión tenía mucho peligro. Vio cómo asesinaban a Cánovas, a José Canalejas y a Eduardo Dato, los tres presidentes del Consejo de Ministros. Mateo Morral atentó en 1906 contra Alfonso XIII y Victoria Eugenia el 31 de mayo de 1906, día de su boda.
En 1923, se produjo el golpe de Primo de Rivera. «Romanones le advirtió a Alfonso XIII que no pararlo le podía costar el trono. Y su madre, María Cristina, le dijo lo mismo. Acertaron»
Desde 1923 a 1936 la inestabilidad constitucional fue enorme y eso impidió que el régimen de notables procedente de la Restauración evolucionara hacia una democracia parlamentaria, sostiene Gortázar. El estallido de la Guerra Civil le cogió en San Sebastián y ante el clima de violencia pasó a San Juan de Luz.
Volvió a España cuando aún no había terminado la guerra y se dedicó a sus numerosos negocios, a escribir y a su puesto de director de la Real Academia de Bellas Artes. Entre él y Franco hubo un trato «deferente», según el autor, que llama la atención sobre los cambios que le tocó vivir. «Cuando iba con su padre a San Sebastián en diligencia tardaban 56 horas. Murió cuando funcionaban los vuelos intercontinentales», sintetiza Gortázar.
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