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El escritor Luis Landero. Ivan Giménez
«No somos más que lo que recordamos»

«No somos más que lo que recordamos»

Luis Landero | Escritor ·

«No tengo oficio y nunca sé si una novela saldrá o no», dice el veterano narrador extremeño que asegura no sentirse un «escritor profesional»

Lunes, 15 de febrero 2021, 00:14

Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) se desdobla en cuatro personajes en 'El huerto de Emerson' (Tusquest). Recuerdos familiares y lecturas se mezclan en un libro misceláneo que hace memoria en tiempo de desmemoria y nos invita a averiguar quiénes somos. A cultivar ese huerto que según el filósofo estadounidense Ralf Waldo Emerson todos heredamos.

-Vuelve a hacer memoria en un tiempo en el que la memoria parece devaluada

-Hay una contradicción. Están de moda los libros autorreferenciales, y parece que se cultiva la memoria personal. Pero vivimos muy en el presente, en la inmediatez. Consumimos información urgente y en exceso, y eso es empobrecedor alienante. Parece que hemos roto amarras con el pasado, que es una ilusión y no interesa. Ni el histórico ni el personal. Los años 60 y 70 parecen más del siglo XIX que XX, como si se hubiera descompuesto el reloj de la historia.

-Pero en realidad ¿no somos lo que recordamos?

-No somos otra cosa que lo que recordamos. Todo lo que hemos vivido y lo que nos ofrece la memoria. También desde el punto de vista histórico y colectivo. Europa son 2.500 años de cultura, desde Platón y los científicos atenienses a Mozart, Cervantes, Shakespeare y Darwin. Eso es lo que somos. Nuestra verdadera patria. Sin esa memoria nos quedamos en nada.

«Vivimos en la inmediatez y parece que el pasado es una ilusión que no ineresa»

-¿Por qué dice no tener oficio tras tantos años de escritura?

-Cuando me pongo con una novela o un artículo nunca sé si saldrá o no. Jamás estoy seguro. Eso no es tener oficio. Estás en el alambre. Te mueves en la incertidumbre, sin saber si caerás o no, hasta que aparece la inspiración. Oficio tiene un cirujano, obligado a hacer bien la operación, o el electricista. No me gusta la expresión escritor profesional. Prefiero considerarme un buen aficionado, a pesar de que me haya dedicado a escribir toda la vida.

-¿Está diciendo que la veteranía no es una garantía?

-No. Cada vez tengo menos incertidumbre, y la veteranía es un grado, claro. Pero Juan Marsé decía que en cada novela hay que reaprender a novelar y renovar tus destrezas. Tienes que buscar un tono y una formulación distinta. Si utilizas siempre la misma planilla y el mismo esquema, caerás en la rutina.

-En esta mezcla los recuerdos de su abuela Frasca o la tía Cipriana con lecturas de Kafka u Homero.

-Hay cuatro personajes que son mis cuatro yoes. El lector, el escritor, el profesor, y mi yo vital y no literario. Alterno experiencias de todos, los que configuran mi carácter y dan sentido a mi mundo. Están íntimamente conectados. Los libros que he leído son libros vividos. Cómo los niños que tienen miedos cuando leen un cuento y se alegra cuando pasa algo bueno.

-¿Continúa este libro la memoria de 'El balcón de invierno'?

-No quiere ser una continuación, pero tienen un aire de familia. Lo he escrito con plena libertad y sinceridad. Aquel era más objetivo y contaba de un modo más o menos cronológico la historia de mi familia. Este más subjetivo. Es un 75% de narración, un 15% de ensayo y algo de poesía. Comencé como poeta y la poesía no puede faltar. Es el gran género. Le viene bien a la prosa, pero hay que dosificarla con mucho cuidado, como la sal.

-Emerson decía que todos tenemos un huerto para cultivar nuestra singularidad.

-Nos dice que todos somos únicos y originales en principio. Tenemos la semilla de la originalidad, pero otra cosa es que fructifique. Dependerá de que trabajemos o no nuestro terrenito. Tenemos todos algo nuevo que contar y algo nuevo que pensar y vemos de un modo original la realidad. Si cultivas ese huerto descubrirás tu manera de ser y tu originalidad, que a veces está aletargada en el alma y que hay que despertar.

«Quiero que la página tenga cierto resplador y cierta belleza, pero que no moleste ni se note»

-¿Tan difícil es saber quiénes somos?

-Conocerse a uno mismo, que decía Sócrates, es arduo. Exige trabajo, lentitud introspección y recogimiento. Ser buen observador, pensar por ti mismo. Pasar toda la información que te llega por la aduana de tu criterio. Si es así, podrás ser tú mismo en sentido pleno.

-¿A todos nos pasan más cosas de las que creemos?

-Nuestra memoria es, en gran parte una región por descubrir. Ahí está la magdalena de Proust, la llave que le hace recuperar el tiempo perdido. A mis alumnos les decía que recordaran los pasillos de sus casas, los cubiertos o los zapatos que llevaron. Tienes que perseguir cosas concretas y saber que donde la memoria no alcanza está la imaginación, que se dispara con la memoria.

-¿Su magdalena de Proust?

-Muchas. En este libro los amores de mis primos Florentino y Cipriana fueron una clave. Cómo me sentaba con mi abuela Frasca a vigilar a los novios. Cómo cantaba el sapo, cómo se movía el viento, cómo los pájaros se dormían en el evónimo. Partes de una cosa pequeña y concreta se despliega la memoria.

-Querer escribir bonito no conduce a nada, asegura.

-'Qué bien se escribe cuando no se quiere escribir bien', decía Umbral. Y es verdad. A veces conectas con el tema y se produce una suerte de plenitud. La literatura es muy caprichosa y a veces fluye y a veces no. Yo quiero escribir lo mejor posible, que la página tenga cierto resplandor, cierta belleza, pero que no moleste. Que no se note. Lo importante no es qué voy a contar sino el cómo.

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