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Semanas antes de ser fusilados, los miembros de la familia Romanov no intuían ni de lejos su trágico final. Estaban preocupados por los acontecimientos políticos, sí, pero las cartas entre la zarina Alejandra y el zar Nicolás II trataban también de asuntos más terrenales, como ... el sarampión del heredero Alekséi y de su hermana Olga. «Toda la cara de Olga está cubierta de erupciones, Baby (apodo de Alekséi) las tiene más en la boca y tose mucho», escribe Alejandra a Nicolás en una epístola fechada el 23 de febrero de 1917, apenas unos días antes del estallido de la primera revolución y de la abdicación de la familia real.
Hoy 16 de julio se cumple el centenario de la muerte de Nicolás II y Alejandra y de sus hijos Olga, Tatiana, María, Anastasia y el heredero Alekséi. La editorial Páginas de Espuma recopila en 'Crónica de un final: 1917-1918' la correspondencia entre los Romanov, la familia que había guiado los destinos de Rusia durante tres siglos y protagonistas de una tragedia que continúa interesando a los lectores, a la vista del éxito que alcanzan todos los libros que ofrecen detalles de su historia. El volumen, que sale a la venta este miércoles, «reúne el corpus escrito de los Romanov y muestra cómo vivieron el día a día», resume Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma.
Además, a las cartas familiares se suman textos de los diarios de Nicolás y Alejandra y de testigos y personajes cercanos , y una figura que sobrevuela la correspondencia, Rasputín, que ya estaba fallecido pero que parecía seguir ejerciendo, desde el más allá, una gran influencia. «Es un personaje muy importante por el poder que tenía sobre el joven Alekséi, un niño enfermo de hemofilia. Cuando Rasputín logra calmar los dolores y cualquier otra aflicción con solo decirle algunas palabras al niño, los Románov lo reciben como un enviado divino. Eso lo convirtió en un compañero no sólo al cuidado del heredero, sino también para el cuidado de Rusia y los intereses familiares. Con la divinidad que ellos mismos le otorgaron, Rasputín permaneció en su memoria como un espíritu e hilo de esperanza en los encierros y vejaciones a las que fueron sometidos», apunta Ezra Alcázar, uno de los traductores de los textos.
Las cartas y los telegramas revelan unos vínculos muy estrechos entre el zar y la zarina. «Los dos se complementaban. Alejandra intentaba compensar la indecisión de su marido, por eso en las cartas le pide demostrar firmeza, fortaleza y determinación. Se puede suponer también que la zarina se daba cuenta de los puntos débiles de su esposo», explica la traductora Tatiana Alekseevna.
Después de la abdicación, la familia sufrió encierros en Tsárskoye Seló, Tobolsk y Ekaterimburgo. «Los Romanov estaban casi totalmente aislados. No sabían qué pasaba en la capital, qué opinión tenía el nuevo gobierno. Cada vez que sus condiciones empeoraban, lo percibían como algo inevitable y tampoco querían perder la esperanza. Pensaban que su encierro continuaría en otro lugar, o que los exiliarían de Rusia», agrega Alekseevna. «Aunque Alejandra y Nicolás II tenían un amor inmenso por Rusia e intentaban estar al tanto para trabajar por su país, su posición de clase los alejaba de la realidad de la Rusia más profunda en la miseria. Hablamos de un país inmenso, que en aquella época era mayoritariamente campesino y después, de clase obrera. De esos dos nichos revolucionarios a la clase noble existía un abismo de realidad. Y aunque se tenía el antecedente del asesinato de Alejandro II, Nicolás y Alejandra nunca se esperaron un final tan trágico. Hasta el último momento creyeron que podrían irse; el día del asesinato creían que los despertaban para llevarlos a otra casa», cuenta Alcázar.
El final de los Romanov llegó en la noche del 16 al 17 de julio de 1918. 'Crónica de un final' reproduce el comunicado oficial del Soviet de los Urales que certifica el fusilamiento de la familia. «Se convirtieron en un mito: eran extraordinariamente bellos y murieron en un sótano tiroteados», culmina Casamayor.
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