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Tess Gunty dio la campanada el año pasado cuando ganó con su primera novela, 'La conejera', publicada en España por Sexto Piso, el National Book Award, lo que la convierte en la autora más joven en recibirlo desde que Philip Roth obtuviera la recompensa con ... solo 27 años. Gunty, de 30, nacida en la ciudad de South Bend (Indiana, EE UU), sigue la estirpe de narradores mordaces como David Foster Wallace, aunque ella se declara admiradora de escritores mexicanos como Yuri Herrera o Fernanda Melchor. En su obra, la escritora compone un friso de la sociedad estadounidense a partir de los vecinos de un cochambroso bloque de viviendas. Gunty arremete contra el abuso sexual, la deshumanización tecnológica, la precariedad y la soledad, al tiempo que dota a su ficción de un halo de misticismo.
«Estamos en medio de un experimento social tremendo, en una encrucijada en que se aprecian los efectos del entorno digital en la política, en cómo se plantea el debate público. Todo ello tiene consecuencias materiales muy fuertes en el mundo y, sobretodo, en Estados Unidos», alerta la escritora, hija de una profesora de Arte que daba clases en una escuela católica.
La novelista vio la luz en un lugar perteneciente al 'cinturón del óxido', región del Medio Oeste de EE UU especializada en la industria automovilista y que desde la década de los 70 se encuentra sumida en una irrefrenable decadencia económica. Es lo que sucedió en su ciudad con el desmantelamiento de la planta de coches Studebaker, un acontecimiento que dejó en el paro a miles de trabajadores pero que décadas después ha inspirado a Gunty para componer algunas de los escenarios de su obra.
'La conejera' no es fruto de un golpe de suerte. A la escritora le llevó cinco años terminar la novela, ambientada en Vacca Vale, una ciudad ficticia situada en Indiana. Tess Gunty ha cuajado una obra coral, en la que sobresale Tiffany 'Blandine' Watkins, una joven mística, rebelde y bella que protagoniza este enloquecido relato que ha hecho de su autora la 'enfant terrible' de la literatura estadounidense.
Blandine comparte apartamento con otros tres adolescentes que están abocados a una afanosa búsqueda para dar sentido a sus vidas. «Quería hacer algo más colectivo. En mi opinión, buena parte de los conflictos sociales a menudo están provocados por el individualismo extremo occidental. Quería ver si podía decantarme por una obra más comunitaria, como un ecosistema de voces, donde los organismos más pequeños y que parecen irrelevantes se revelan cruciales para la vida de toda la comunidad».
En una rueda de prensa por videoconferencia desde su casa de Los Ángeles, la escritora habló de su novela, que disecciona las trampas de una sociedad que asedia a sus componentes y los acorrala en la apatía y el vacío existencial. Para la autora, algunos males actuales tienen su raíz en internet, cuya naturaleza digital no es óbice para que despliegue efectos dramáticos. Es lo que ha sucedido con QAnon, cuyos miembros de extrema derecha alientan las teorías de la conspiración y describen a Trump como una víctima del «Estado profundo». «Lo que se dice en internet, pese a que es inmaterial, tiene consecuencias reales, y eso es lo que me interesa», apunta Gunty, que pertenece a la última generación que recuerda vivir sin tecnología.
Los personajes son adictos a las aplicaciones del móvil, las redes sociales y las series de televisión. La trama se complica cuando un emprendedor neoyorquino se obceca en insuflar vida a Vacca Vale, un empeño que amenaza con arruinar las meditaciones de Blandine. «Ahora mismo tengo la impresión de que hay muchas fuerzas que conspiran para vivir o habitar solo las cualidades del yo».
Sostiene la novelista que 'La conejera', pese a ser un relato muy local que habla de la crisis industrial de Medio Oeste, refleja los desmanes del modelo extractivista del capitalismo imperante en Occidente, lo que hace que transcienda los confines yanquis.
Gunty se propuso desmontar ciertos mitos sobre la maternidad, en especial los erigidos al calor de la fe católica, en la que la escritora ha crecido. «En el entorno del que procedo se romantiza mucho la maternidad», como si fuera experiencia de la que sale indemne, cuanto en realidad muchas mujeres no están preparadas para ser madre o son víctimas de la depresión posparto.
La autora, cuya nombre es fruto de la admiración de sus padres por Teresa de Jesús, se crio escuchando historias de santas y hombre de fe ejemplar. Ha abandonado el catolicismo, aunque de niña coqueteaba con el misticismo y perseguía el éxtasis divino. Todo ese imaginario está presente en la obra, especialmente en el personaje de Blandine, que hace Hildegarda de Bingen «su única amiga de verdad» gracias a sus sabios consejos que funcionan como un libro de autoayuda.
La novela no es ajena a los abusos de poder, el debate del MeToo y el consentimiento sexual, un asunto en el que ha intentado superar los tópicos, «porque en la ética de una interacción sexual hay muchas cartas sobre la mesa». «En los tiempos en que Trump aspiraba a la presidencia y salieron a la luz ciertos escándalos al calor del movimiento MeToo, percibí que los abusos estaban interconectado».
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