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Alberto Olmos (Segovia, 1975) debutó en la literatura con solo 23 años y fue finalista del premio Herralde. Desde la mitad de la pasada década ha destacado como afilado columnista, de ideas propias y con frecuencia provocadoras. Licenciado en Periodismo, ganador de numerosos premios entre ellos el Ojo Crítico, Jóvenes Creadores y el David Gistau de columnismo, ha escrito novelas, relatos y ensayos. Desde una posición de independencia irreductible analiza la vida cultural española, en especial la literaria, y su diagnóstico no es bueno. No cree que casi el 70% de la población lea y está convencido de que «todo el mundo está dispuesto a venderse por un premio». Bajo la luz amarillenta de un café con nombre histórico en el centro del barrio madrileño de Malasaña hace una observación desmitificadora: «Ahora tienes la sensación de que cualquiera puede ganar un premio Nacional, incluso el Nobel. El prestigio literario es una gran estafa».
– Usted estudió Periodismo pero comenzó antes en la literatura.
– Tenía una vocación muy fuerte por la literatura, muy romántica, y tuve la suerte de publicar bastante pronto y en la que entonces era la mejor editorial de España, Anagrama. Más tarde abrí un blog de crítica literaria, pero mi dedicación seria al periodismo cultural comenzó hace siete años con una columna en 'El Confidencial'. Tras ganar el premio Gistau, el columnismo se ha convertido en mi trabajo, y diría que me ha dado todo lo que quería que me diera la literatura. De hecho, me da rabia recordar todo lo que se sufre en literatura por algo irrelevante: el prestigio. Si te llaman, si te incluyen en una antología, si te reseñan o no… Ahora me parece absurdo.
– Tiene fama de no casarse con nadie. ¿Cree que está pagando algún precio por ello?
– En absoluto. Mi conclusión es que, si dices lo que piensas, te ningunean o excluyen o perjudican igual que si no dices nada. Mientras no digas lo que conviene decir, la situación es la misma. Entonces, si no vales para ser diplomático, o sea, un trepa, no tiene sentido no decir lo que piensas.
– Menudo mundo se está creando en las redes sociales.
– Las redes sociales solo te afectan si dejas que te afecten. Me asombra la inmadurez de los famosos, de ese político o esa presentadora de TV que pierden el tiempo leyendo lo que un desconocido con 20 seguidores escribe desde su casa, y además lo retuitean, indignados. Eres tú el que le hace publicidad a un comentario desagradable que en realidad no ha leído nadie, hecho encima desde el anonimato.
– ¿Es más fácil ser libre cuando se está lejos de esos grupos tan identificables del mundo cultural?
– En esto de opinar y de la palabra pública, se es libre sencillamente si no te importa lo que los demás vayan a pensar acerca de lo que escribes. Después de reflexionar sobre este oficio, he concluido que mi trabajo como columnista consiste en decir la verdad, esto es, lo que honradamente me parece este libro, esta película o esta polémica. Mi único fracaso sería no decir lo que pienso.
– ¿Eso es peligroso?
– Para empezar yo salgo poco de casa, pero lo más peligroso que te puede pasar es que alguien no te salude o se encare contigo en una fiesta. Ya ves tú. Mi única tarea es aportar ideas, yo estoy todo el día dándole vueltas a las cosas y buscando esa idea que nadie ha puesto en circulación. Y luego trato de hacerlo con humor. No tiene más.
– Desde su punto de vista, ¿qué momento vive la cultura en España?
– Bueno, ese balance depende mucho de tu edad. Desde mis casi cincuenta años, veo un cierto derrumbamiento de todas las certezas. Incluso la muerte de Javier Marías apunta en esta dirección, en el sentido de que hemos perdido referentes. Yo creo que antes había más criterio, y ahora tengo la sensación de que todo lo que era importante hace veinte años ha desaparecido. Cualquiera puede ganar un premio Nacional, un premio Nobel, ser endiosado o alcanzar cierto éxito por motivos que nada tienen que ver con la excelencia en la creación.
– ¿Tiene sentido diferenciar entre alta cultura y cultura de masas?
– Volverá a tenerlo. Yo estoy a favor del elitismo y del esnobismo, aunque solo sea porque resultan graciosos. Nos hemos pasado de frenada equiparando a Rosalía con Beethoven. Las películas de superhéroes no tienen el mismo valor que las de Godard. De hecho, no tienen ningún valor salvo dar dinero.
– ¿Calidad y éxito son incompatibles?
– Existe la calidad con éxito, pero no es común. Aunque, ojo, un escritor, un creador, tiene que estar preparado para la mala suerte del éxito. Todo el mundo quiere tenerlo, pero cuando lo tienes hay que seguir, cargando con el peso de toda esa gente que no entiende por qué tú tienes éxito. Y es que nadie entiende por qué algo tiene éxito, salvo a posteriori.
– Eso parece una maldición.
– Es que el éxito no es una posición fácil. Y muchas veces sucede por casualidad. La situación del triunfador siempre aboca al síndrome del impostor: acabas de entrar en un estatus diferente y no sabes cómo funciona. Hay mucha gente con talento y que se esfuerza: unos son reconocidos y otros no. Alguien decente siempre se preguntará: ¿por qué yo?
– Hablemos del canon. Cada vez hay más jóvenes que lo rechazan porque se preguntan quién lo determina. Y para ellos cuenta más la opinión de un 'youtuber' que la del profesor Mainer, por ejemplo.
– Eso más que canon es simple opinión del día a día. El canon no es tanto una suma de opiniones, sino la simple vigencia de la obra pasados varios siglos. Y ahí hay poco que hacer. Esquilo, Shakespeare o Cervantes no parece que vayan a temblar por lo que diga hoy un youtuber. Se seguirá leyendo lo que los lectores quieran, esté en los libros de texto o no. Ahí están los casos de Agustín de Foxá o, más reciente y triunfal, de Chaves Nogales. En cambio, nadie lee a Pardo Bazán o a Juan Valera, por mucho que te los enseñaran en clase.
– Y la lectura debe ser placentera.
– Nadie lee por penitencia, sino porque recibe alguna gratificación. Galdós y Baroja son estupendos, y se siguen leyendo. Pero más allá de eso, me pregunto otra cosa: cuánta gente lee en un café (mira a su alrededor, y nadie en las cuatro mesas ocupadas lo hace). ¿Quién va leyendo en el metro o en el AVE, donde todo invita a ello? Nadie o casi nadie hoy.
– ¿Qué conclusión se saca de eso?
– Pues que las encuestas anuales sobre lectura del Gremio de Editores, que dicen que seis o siete de cada diez españoles leen no sé cuántos libros al año, son falsas. Me interesa eso mucho más que lo del canon. Por qué el mundo cultural miente. Por qué un ministro de Cultura no sabe nada de cultura.
– ¿Está apuntando que la Cultura no importa nada a los gobiernos?
– Obviamente no le importa lo más mínimo. Los políticos llaman cultura a esa parte de la cultura que es solo marketing. La literatura es el premio Planeta, el cine son los premios Goya..., y así todo. El poder político se sitúa como espectador cultural en la parte más baja y zafia de la escala.
– La cultura necesita en muchos casos de subvenciones. ¿Le parece más adecuado subvencionar al creador, al consumidor o suprimir las ayudas y que sobreviva quien tenga al menos una cierta audiencia?
– Las subvenciones son la única manera en la que alguien que no sabe nada de cultura puede fingir que hace algo por ella. Pero al final son extensiones ideológicas, donde nuevamente el criterio no es artístico, sino a capricho de la moda del momento. Con conocimiento, el criterio sería más sólido.
– Es decir, no le gustan las subvenciones.
– Es un asunto que no me interesa ni para enfadarme. Yo cuando comencé a escribir ya sabía que esto era jodido. Un artista no debería siquiera pensar en dinero público. El artista tiene que estar en el polvorín, en el riesgo. A mí pedir una beca me parece una humillación.
– ¿Por qué?
– No he leído nunca un libro hecho con una beca que no sea lo peor de su autor. Si le quitas a alguien la posibilidad de fracasar, que es lo que estimula a un autor... Con una beca, solo sabes una cosa: hay que acabar el libro. Y un buen libro solo es tal si hubo posibilidades de que no lo acabaras. La beca no aporta nada a la creación. Por no hablar de esas becas para estancias en el extranjero para escribir.
– ¿Qué sucede?
– ¿Qué aporta a una novela que la escribas en un palacio de Roma, por ejemplo? Con frecuencia, cuando se pide una beca así el libro ya está casi escrito. Así que te vas a Roma a disfrutar de la ciudad, ver Italia, ligar y comer pizza. ¿Estás en un país al que quizá no vuelvas nunca y te vas a quedar en tu habitación escribiendo? Lo curioso es que casi no hay becas para que alguien escriba en su casa.
– Decía Javier Marías que no iba a almuerzos en el palacio de la Moncloa porque a los políticos les gustaba ponerse como medallas a la gente de la cultura. ¿Siente la misma desconfianza?
– Depende exactamente de qué hablemos. Hay políticos que sienten curiosidad por conocer a un escritor o a un cineasta, y eso no tiene nada de malo. Pero si el encuentro busca crear una comparsa cultural, entonces hay que pensárselo dos veces, claro. Yo en general sueño con hacer todo lo que hizo Javier Marías, desde denunciar a un editor por ventas dudosas a rechazar el premio Nacional. Javier Marías sí era punky.
– Después de sus rifirrafes con algunos críticos, ¿teme lo que digan cuando publique otra novela?
– Creo que no he tenido rifirrafes con críticos, solo he escrito sobre uno hace poco. En todo caso, hace años que la crítica literaria de mis libros no me preocupa. Es algo de lo que me he desvinculado por completo. No iba a estar yo toda la vida dependiendo de lo que diga un señor sobre mi libro, muchas veces sin leerlo siquiera, en aras del, como he dicho antes, prestigio. El único prestigio que me importa es que llevo veinticinco años escribiendo y publicando libros sin parar.
– ¿Conoce personalmente a algún crítico?
– Nunca he tratado a ninguno en persona. Yo hago todo lo posible por no conocer a nadie en persona, de hecho.
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