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El periodismo de investigación del siglo XXI tiene en Patrick Radden Keefe (Boston, 1976) a uno de sus referentes. Firma destacada del prestigioso The New Yorker, saltó de los reportajes a los libros de no ficción con 'No digas nada', ensayo imprescindible para entender el ... conflicto de Irlanda del Norte.
Su manera de retratar a víctimas y verdugos, que a veces eran los mismos, abrió el camino que continuó con 'El imperio del dolor', un acercamiento sin concesiones a la crisis de los opiáceos en Estados Unidos. Su nuevo libro, 'Maleantes' (Reservoir Books) recoge la esencia de The New Yorker al reunir los perfiles de doce delincuentes de diferente nivel publicados antes en la revista.
De guante blanco o de sangre oscura, por las páginas de 'Maleantes' desfila un rosario de la gente más indeseable que uno pudiera imaginar: la profesora de Biología Amy Bishop, que mató a tres compañeros de su departamento en la Universidad de Alabama; la abogada de los peores asesinos, Judy Clarke, o el polémico chef Anthony Bourdain son algunos de esos personajes que retrata Keefe.
Al lector español le gustará conocer en profundidad la historia del traficante de armas Monzer Al Kassar, 'el príncipe de Marbella', y recordará a otro conocido de la justicia española, Hervé Falciani, el técnico informático que reveló los secretos de la banca suiza, aunque en este caso, los papeles se invierten y para muchos los villanos son los banqueros y el héroe Falciani.
Pero quizá el más conocido de todos los protagonistas del libro sea el Joanquín 'El Chapo' Guzmán, el sanguinario narcotraficante méxicano. Keefe relata su ascenso a la cumbre del tráfico de drogas, su rocambolesca fuga de prisión y sobre todo, la extraña relación entre los cárteles y el gobierno y la sociedad de México. «Las empresas criminales duraderas están insertas con frecuencia en el entramado social y político de una comunidad, y parte de su 'tenacidad intrínseca' reside en la capacidad que tienen de ofrecer ciertos servicios que el Estado no proporciona», apunta el autor.
Por una carambola del destino, Guzmán tuvo constancia de la publicación del perfil nada benevolente que le hizo Keefe. Tan satisfecho quedó el narco que acabó pidiendo al reportero que escribiera sus memorias, algo a lo que el periodista se negó, incapaz de sentir empatía por tamaño monstruo y nada convencido de que su seguridad quedara a salvo. «Incluso en las mejores circunstancias, la relación entre el escritor anónimo y el personaje podría 'crisparse'», recuerda el escritor.
«Estas historias se escribieron durante doce años y reflejan algunas de mis constantes preocupaciones: la delincuencia y la corrupción, los secretos y las mentiras, la membrana permeable que separa los mundos lícitos e ilícitos, los lazos familiares, el poder de la negación», dice Keefe, último mohicano, junto a sus compañeros de The New Yorker, de un tipo de periodismo en peligro de extinción. El que permite dedicar tiempo y recursos durante muchos meses para afinar todos los detalles de una historia.
«Si yo consagro buena parte de un año a investigar y escribir un artículo y tú vas a dedicarle el tiempo necesario para leerlo, querría ofrecerte la versión completa y definitiva del cuento. Quiero captar la realidad de una historia, en toda su gloria vívida y dinámica, e inmovilizarla, como hace el entomólogo con la mariposa que exhibe en la vitrina».
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