Hija de madre irlandesa y padre nigeriano yoruba, la escritora y socióloga Emma Dabiri tuvo desde bien temprana edad problemas con su pelo rizado. Como muchas mujeres negras, debía domarlo, alisarlo, plancharlo, hacer algo para disciplinar sus rizos mal vistos por la cultura hegemónica. Criada ... en una Irlanda blanca y conservadora, no se veía guapa, aunque era admirada por su piel clara, lo cual no le inspiraba plena confianza, porque el pavor a que la gente descubriera su cabello crespo era superior a cualquier piropo.
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La cosa viene de lejos. De cría, cuando su familia vivía en Atlanta (Georgia, EE UU), la «meca negra del sur», la gente alababa su belleza, pero cuando le retiraban el gorrito, asomaba una pelusilla furiosamente ensortijada. «La decepción y la incomodidad sustituían rápidamente al entusiasmo», argumenta Dabiri.
Como otras muchas mujeres de su raza, probó con trenzas, extensiones, permanentes, melenas alisadas, productos químicos… Pero ella sentía poca estima por su peinado, ocultaba su pelo, entre otras cosas, porque después de muchos experimentos, el cabello acababa hecho trizas. Así iban las cosas, harta y hasta los pelos, cuando un día se contempló en el espejo, vio belleza en su cabello y todo cambió. En apariencia banal, el pelo tiene su miga, sobre todo para los afrodescendientes, cuyo ensortijamiento capilar es un estigma y tan señal de racismo como puede serlo la piel.
Los cánones de belleza blancos son insidiosos. La melena de una mujer blanca tiene forma de medusa, la de una negra es una escarola dura, rugosa y asilvestrada. Con el tiempo, Emma Dabiri se dio cuenta del racismo que campeaba en su cabeza. Descubrió leyendo al sociólogo Harvard Orlando de Patterson que el pelo de los negros era el auténtico distintivo de la esclavitud. «El estigma ha estado vigente durante siglos. Data del esclavismo, cuando las sociedades blancas amasaban fortunas con este mercado de africanos que cruzaban el Atlántico. Para lograr sus fines, los tratantes deshumanizan a las personas negras o afrodescendientes, se empieza denigrando su pelo y se acaba sosteniendo la tesis de que no son humanos del todo», aduce la escritora.
Dabiri, experta en estudios africanos, es profesora y divulgadora en prensa, radio y televisión y ha escrito varios libros sobre la negritud. Uno de ellos, 'No me toques el pelo', lo acaba de publicar Capitán Swing.
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Con erudición y un sentido del humor envidiable, la socióloga reivindica que el pelo afro es también un «símbolo de la identidad negra», un «indicador físico que nos distingue de todos los demás grupos raciales». Para negar la humanidad del pueblo negro, se identificó su cabello con la lana y el pelaje de los animales. Los mechones lacios, por lo visto más humanos, son cosa de europeos.
El asunto tiene sus implicaciones políticas y culturales. No por casualidad Michelle Obama, primera dama de EE UU entre 2009 y 2017, solo dejó de alisarse el pelo cuando su marido abandonó la Casa Blanca. Justo cuando se alejó de la capital del poder yanqui se desmelenó y declaró en libertad su peinado afro. Al presentar su libro, 'Con luz propia', confesó que la opinión pública no estaba preparada para esa estampa de rizos rebeldes.
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El libro de Dabiri indaga en las razones de por qué el cabello afro es importante y cómo puede considerarse un «modelo de descolonización». A través de una serie de ensayos divertidos y bien documentados, la autora viaja desde el África precolonial al Renacimiento de Harlem, cuando los creadores negros impulsaron en el Nueva York de los años veinte de hace un siglo el esplendor de la cultura y la política afroamericana. No quedan fuera de su ensayo el Black Power, el actual movimiento por el cabello natural y el difuso asunto de la apropiación cultural.
Para la socióloga, mostrar el cabello al natural es una reivindicación, «una forma de expresar que nos sentimos orgullosos de nuestro cabello, que no debemos avergonzarnos de él». Dabiri cita el 'caso Pretoria', en el que una niña de 13 años rechazó alisarse químicamente el pelo y emprendió una protesta. «La escuela había ordenado a los alumnos que no fueran a clase si no iban 'limpias'», explica.
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La escritora coloca bajo su lupa a Sarah Breedlove, empresaria negra estadounidense que se enriqueció vendiendo productos de belleza y para el cabello a la población afroamericana, y analiza el imperio levantado por Kim Kardashian, acusada de apropiación cultural en más de una ocasión por el uso de trenzas afro, aunque ella alega en su descargo que se inspiró en Bo Derek para lucirlas. A Dabiri le enoja sobremanera los préstamos que las Kardashian toman de las mujeres negras. No solo se trata de una cuestión estética. Ve «perversa» la relación de esa familia con la negritud, especialmente cuando recurren a vientres de alquiler de afroamericanas.
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