«Manipulo los géneros para construir un artefacto narrativo que no pueda ser clasificado», dice la autora de 'pequeñas mujeres rojas' /«Lo que hace político a un texto literario es la manera que eliges para representar la realidad»
Tras más de 60 días sin salir de casa, el enclaustramiento no inspira lo más mínimo a Marta Sanz (Madrid, 1967). El confinamiento ha coincidido con la publicación de 'pequeñas mujeres rojas' (Anagrama), el penúltimo 'artefacto' literario de esta singular narradora, llena de ecos de Juan Rulfo, Dashiell Hammett o Juan Eduardo Zúñiga. Es una ficción «política» contra el discurso del odio y con apariencia de novela negra. Cierra con ella una insólita trilogía, llevando a su protagonista a localizar fosas de la Guerra Civil en el pueblo de Azafrán.
–El confinamiento, ¿es el estado natural del escritor?
–Mi concepción de la literatura pasa por observar y estar en contacto con la vida. Es importantísimo escribir con las ventanas abiertas. Empaparte de realidad para reflejarla a través de ficciones o poemas que intervengan en ella. El mito romántico del escritor encerrado en su torre de marfil mirándose el ombligo, no lo entiendo muy bien.
–Sus novelas son siempre políticas. ¿Esta más?
–Pensamos que la literatura política es la que habla del precio de las patatas, del trabajo de una cajera o la violencia machista en los hogares. Pero lo que hace político un texto literario, más allá del tema, es la manera que eliges de representar la realidad que te preocupa. En literatura, lo político son las opciones formales. Ésta es política por ser la novela más poética que he escrito. Tendemos a leer muy deprisa, sumidos en la inercia y el vértigo de una vida irreflexiva y visceral. Su propuesta es política porque sugiere leer despacio, por debajo de la epidermis. Lucho contra una forma del estilo literario que está gentrificada. Contra la sensación de estar leyendo siempre el mismo libro.
«A muchas mujeres nos han enseñado a vivir el amor como una relación de poder en la que siempre se nos sitúa en una posición de fragilidad»
–¿Recurre al género negro para transgredirlo?
–Practico una fusión que permite reconocer los mimbres del cuento de hadas, el wéstern o la novela sentimental y, en especial, del género negro y de terror. Manipulando el género construyo un artefacto narrativo que no pueda ser clasificado dentro de ninguno. Me posiciono frente a los géneros como rutinas previsibles que se dirigen a clientes, no a lectores. No quiero escribir literatura previsible. Quiero que el lector se haga preguntas.
–¿Se toma la literatura como un juego contra las convenciones?
–Si quienes escribimos tenemos alguna obligación, es experimentar con nuestra materia de trabajo: el lenguaje. Utilizo la literatura como espacio de juego, una forma de transgresión y de crítica. Y es ahí donde surge la posibilidad de que el canon evolucione y se transforme, de modo que no todas las novelas tengan que ser sota caballo y rey. La literatura es un territorio de incorrección e intrepidez para el autor y para el lector. Nos permite reformular nuestros prejuicios. Por eso a veces se violentan las normas sintácticas y se llevan a cabo imprevisibles combinaciones de palabras para que los fantasmas de la realidad encuentren sus siluetas nunca nombradas así. La literatura no es historia ni periodismo. Es una manifestación artística en la que, como decía Francis Bacon, el sistema nervioso del artista se ve a través de sus modos de representación, de cómo hacemos las cosas. Y ese cómo a veces es transgresor.
–Titular en minúsculas, ¿es la primera transgresión?
–Tiene un enorme sentido. Subraya cómo Paula, la protagonista, una mujer fuerte, comprometida, inteligente y muy lúcida, se empequeñece ante los sentimientos amorosos. Se aniña. Se vuelve vulnerable, muy frágil. Se debe a que a muchas mujeres nos han enseñado a vivir el amor como una relación de poder en la que siempre se nos sitúa en una posición de fragilidad. De ahí esa minúscula 'caligramática'.
–¿Es una novela contra el discurso del odio?
–Sí, pero también contra los bulos y los relatos pervertidos de la memoria que se corrompe con mentiras que nadie cuestiona. En la literatura española el relato de la memoria se ha teñido a menudo de una solemnidad y un sentimentalismo que no nos hace ningún favor. Planteo recuperar la memoria combatiendo los bulos e intentando construir nuestra calidad democrática a través del sentido del humor vitriólico y crítico, mediante un coro de niños perdidos y mujeres muertas que cuentan la realidad desde dentro de una fosa.
–Con un doble punto de vista, de lombriz y de águila, dice.
–Sí. Y que va del pasado al presente, para contar que el presente está lleno de pasado, y desde lo profundo de la fosa hacia arriba, con la metáfora de los pájaros, para dar una necesaria panorámica de la realidad. A veces nuestro punto de vista es sectario y pequeño. Una lástima. Es crucial escribir desde la profundidad de lo que hay bajo la realidad, de lo que damos por hecho, de los relatos históricos oficiales y de los propios relatos literarios. Esa es la hondura de la lectura crítica: mirar al mismo tiempo desde la raíz y desde arriba. Se trata de sacar el relato de la historia de las frases hechas y los tópicos.
–Está llena de ecos de Juan Rulfo, de Dashiell Hammett o Juan Eduardo Zúñiga.
–Encaja en mis ejercicios de coctelería con los géneros. Soy una lectora ecléctica. No renuncio al género negro a través de Dashiell Hammett, de quien tomo el juego de la transformación del topónimo Azafrán en Azufrón, cómo él hizo con Personville y Poisonville en 'Cosecha roja'. Tampoco renuncio a las voces de los fantasmas a los que somos permeables, que redundan en la idea de que cada ser humano es un orfeón de voces que nos construyen –familiares, históricas, legendarias–, como aprendí en 'Pedro Páramo'. O la potentísima referencia visual de Francis Bacon y la utilización del color, la distorsión de las formas. En la idea de que los artistas cuentan lo que hacen a través de sus opciones estilísticas.
–¿Por qué la trilogía?
–Cuando escribí 'Black, black, black', quería denunciar que vivimos en un sistema económico, social y político intrínsecamente violento. Que los relatos, narraciones, y géneros que se dan en ese sistema también son retóricamente violentos. Utilizan la repetición y se sirven de las reglas del mercado. No promueven la reflexión, y reducen la literatura al espectáculo. Pensé escribir solo una. A Jorge Herralde le gustó y me pidió una segunda: 'Un buen detective no se casa jamás'. Entonces supe que serían tres y que sus personajes principales, –Arturo Zarco, Luz Arranz y Paula Quiñones– se distribuirían las voces de una manera armónica y equilibrada. Con esta cierro el ciclo. Puede que escribas más novelas negras, pero no con estos personajes.
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