Mercedes Monmany
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Mercedes Monmany
Mercedes Monmany (Barcelona, 1957) es periodista, escritora, editora, traductora y crítica. Entre sus recuerdos de la agitada vida estudiantil en el Madrid de finales del franquismo y la primera parte de la Transición, están los años en que estudió Ciencias de la Información en la ... Universidad Complutense e hizo también unos cursos de Filología, pero dejó estos últimos cuando empezó a trabajar, antes de cumplir los 20 años, en varias revistas literarias.
Desde entonces, más allá de su paso por algún gabinete de Prensa oficial, su carrera ha consistido en leer y escribir sobre literatura en periódicos y suplementos y publicar libros: 'Ya sabes que volveré', 'Por las fronteras de Europa' y 'Sin tiempo para el adiós' –en Galaxia Gutenberg– son sus publicaciones más relevantes. La literatura centroeuropea de la mitad del siglo XX es su gran pasión, y a ella ha dedicado mucho tiempo y muchos textos. Está en posesión de importantes distinciones en Francia, Italia y Serbia.
– Aunque hay quien duda de esas cifras, los estudios que cada año encarga el Ministerio de Cultura al Gremio de Editores y Libreros hablan de un crecimiento de la lectura. ¿Es más importante la cantidad o la calidad?
– Yo me creo los datos, no veo motivo para no hacerlo. Creo en la supervivencia de los sectores y los gremios. Y quiero que sobrevivan los pequeños editores que comienzan porque su trabajo tiene mucho mérito. ¿Calidad, me pregunta? Habrá gente leyendo libros técnicos, de jardinería o de cocina porque hay mucho donde elegir y está bien que así sea. Siempre defenderé la calidad, sin la menor duda.
– Un concepto cambiante.
– Sí. En mi casa se leía mucho a Daphne Du Maurier, Somerset Maugham... y Stefan Zweig. Me enganché muy pronto con él, un gran autor que parecía que luego nadie leía hasta que lo resucitó el editor Jaume Vallcorba (de Acantilado). Siempre hay algo imprevisto en la buena literatura, ya sea por modas o por circunstancias. No olvidemos que los críticos exquisitos miraban no muy bien a Zweig porque a su juicio vendía demasiado para ser alta literatura.
– ¿La gente se deja guiar por esos criterios?
– Con la literatura pasa como con el cine. Si no has tenido entrenamiento y has visto solo películas de Van Damme, tampoco entiendes el gran cine. Pero no hay que criminalizar a quienes por lo que sea no buscan la calidad. A mí siempre me han gustado autores que plantean dilemas y ahí le coloco a nombres como Graham Greene, otro de mis favoritos. Lo ideal es que alguien te haya preparado para leer a los grandes. Porque, como dice el agente literario Andrew Wylie, probablemente el más importante del mundo, «la mala literatura es como la cocaína, crea adicción».
– Otra cosa es que autores considerados comerciales en su momento ahora son alta literatura: Balzac, Dumas, Pérez Galdós, Hugo...
– Por eso creo que hay que olvidarse de prejuicios al mirar las listas de éxitos. Y las de los premios. En todas las épocas ha habido grandes aciertos con los autores y también grandes errores. El sueño de siempre de Julio Verne era entrar en la Academie Française pero no lo aceptaron porque les parecía demasiado popular. No es el único caso. Walter Benjamin no pudo ser profesor de Universidad y hoy no eres moderno ni profundo si no lo citas. El crítico más famoso de Francia en el siglo XIX, Sainte-Beuve, fustigó sin piedad a Baudelaire, Stendhal, Balzac y otros... Fíjese qué nombres le estoy diciendo. Tanto es así que Proust escribió un ensayo que es en realidad una recopilación de reflexiones e historias y se titula justo 'Contra Sainte-Beuve'.
– ¿Por qué algunos críticos en cuanto un autor de gran nivel consigue un éxito de ventas pasan a considerar que ya no es lo que era? Sucedió con Javier Marías, por ejemplo.
– Javier Marías habría sido un Nobel, sin duda. No sé si percibí que sucediera eso tanto con él, pero desde luego pasa con otros como Pérez-Reverte. Es curioso, pero gente como Carlos Fuentes o Juan Goytisolo estaban muy agradecidos a quienes vendían mucho porque a cuenta de eso su editorial publicaba sus trabajos. Además, hay otro problema. Había gente que criticaba la obra de Marías porque no le había gustado lo que decía en un artículo... Eso nunca puede definir una obra de miles de páginas muy trabajadas.
– ¿Cómo opera el tiempo sobre la literatura? Se lo pregunto porque hoy se lee más a Dostoievski, Flaubert, Stendhal o Pérez Galdós que a Cela, Martín Santos o Böll, por poner ejemplos de autores muertos hace no tanto.
– Me ha puesto ejemplos de literatura rusa y francesa del XIX, que es impresionante. ¿Cómo no leerlos? Se les lee por eso, porque son los grandes maestros del género. ¿Y qué pasa con autores más recientes? Si le parece hablamos un momento de Carmen Martín Gaite, que era mi vecina. Cierto que hoy se la lee muy poco. Pero quién sabe si dentro de 20 años no se reeditan sus obras y empieza a venderse. Martín Santos me parece un autor más difícil, más para especialistas. Gesualdo Bufalino, que lo había leído todo, decía que los autores vienen y van. Siempre ha sido así. Era muy difícil prever que iba a volver Sandor Márai... Quizá si hubiese sabido del gran éxito que iba a tener no se hubiese suicidado. Todo esto nos lleva a destacar la importancia de los buenos editores, que rescatan a autores olvidados y les dan una vida nueva. A partir de ahí, es muy difícil saber qué va a leer una generación.
– ¿Hasta qué punto importan las críticas?
– Siempre importan. Conozco grandes lectores con mucho olfato para lo bueno que no leen nunca un suplemento literario ni una crítica. Pero más allá de esos casos, hay aspectos relevantes: la coincidencia de media docena de buenas críticas cuando sale un libro es mejor a que aparezcan dos buenas y dos malas. De eso no me queda ninguna duda.
– ¿Y las traducciones? Porque no es lo mismo publicar –ni criticar– un texto inédito que un libro que ya ha triunfado en otros países.
– Claro, y ahora en España se traduce muchísimo y a gran velocidad. Durante muchos años envidié lo que sucedía en Francia, donde las novedades del extranjero llegaban mucho antes que aquí. Pues ya no pasa eso. Hoy se traduce más y con más rapidez en España que en Francia. Eso permite incorporar a autores nuevos, actualizar el catálogo de lecturas. Y al leer a esos nombres añadimos voces que nos ayudan a liberarnos de tópicos. Porque la mejor forma de hacerlo es la literatura.
– ¿Las adaptaciones al cine pueden implicar una rebaja del nivel de una novela, una cierta vulgarización?
– Depende de qué cine hablemos. 'El sur', 'Los santos inocentes', 'El Gatopardo', 'Doctor Zhivago'... son joyas como películas y ahí están las extraordinarias novelas de las que parten, en lo más alto. También es cierto que hay ejemplos de destrozos descomunales que terminan afectando a las obras originales. Sin olvidar que cuando una mala adaptación se produce hay que dejar pasar bastante tiempo antes de que alguien se anime a hacer otra. Al maltratar una novela de esa manera devalúan su futuro, también.
– Muchos escritores reconocen que escriben ya pensando en la realización de una película o una serie. O no lo piensan, pero aceptan que la narrativa audiovisual condiciona su manera de escribir.
– Es inevitable. En todas partes hay autores, y autoras, que tienen puesta la vista en las series. Desde algunos puntos de vista, sobre todo el económico y la popularidad que da, eso es muy importante. Pero les aconsejaría paciencia porque hay muchos que lo persiguen. En cualquier caso, se pueden encontrar joyas en todas partes. No soy especialista en el policiaco, pero me he encontrado con más de una novela buenísima en ese género. Luego, en otro nivel hay literatura popular que te mantiene en vilo... y eso pasa también con algunas series.
– Igual que hay una dieta mediterránea que se considera idónea para alimentarse, ¿cuál sería la mejor para la lectura?
– La calidad es innegociable, pero no está reñida con el entretenimiento. Defiendo a autores con sentido humorístico, como Evelyn Waugh, que con una literatura de muy buen nivel resultan tan divertidos. Luego, si miramos la lista de los últimos Nobel nos encontramos con autores que han tenido salida comercial y otros que sospecho que muy poca. A mí, por ejemplo, me cuesta acabar los libros de Peter Handke. Orhan Pamuk, en cambio, es muy recomendable y tiene obras deliciosas. Cada uno busca en los libros lo que le interesa. Si es el feminismo, por ejemplo, ahí está Annie Ernaux, la última premio Nobel, aunque me gusta más Patrick Modiano. Siempre debe haber un equilibrio entre calidad y disfrute.
– Tengo una duda: ¿es mejor leer libros malos que no leer nada?
– Como defensora de los editores y las librerías, prefiero que la gente lea. Sin duda. Siempre hay algo de entrenamiento mental. Alguna frase, alguna reflexión, alguna cosa habrá que ayude a vivir mejor. Para mí los libros malos son los que considero 'no subrayables', pero no descarto que haya gente a la que le resulten útiles porque muestran cosas sobre las relaciones humanas, o te ilustran sobre algún acontecimiento o te producen ganas de viajar... No leer es el fin de la civilización occidental tal como la conocemos.
– ¿Y los audiolibros? ¿Escuchar tiene el mismo valor que leer?
– Pues le diré que no los he probado hasta ahora pero en nada me apuntaré a ello. Son útiles para escuchar mientras paseas o viajas. Conozco feroces lectores que escuchan audiolibros. Lo cierto es que hay otros soportes válidos. Acordémonos de las novelas que daban por la radio, o los cuentacuentos de ahora mismo. Es una buena opción siempre que se combine con la lectura convencional, eso sí.
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