Un adolescente italiano, Anteo Zamboni, tuvo en sus manos evitar la II Guerra Mundial, pero falló el disparo dirigido al Duce y el error le costó muy caro... a él y a la humanidad. Ocurrió el 31 de octubre de 1926. Algunos años después, ya ... en pleno fragor de la contienda, una orquesta famélica, sin fuerzas para sostener sus instrumentos, interpretaba una sinfonía del maestro Shostakóvich en pleno asedio nazi a Leningrado. Aquella música de hombres y mujeres derrotados por el hambre se convirtió en la 'artillería sinfónica' para superar el brutal cerco a la ciudad soviética. Estas y otras historias como el desaforado apetito sexual de Mussolini o los extraños gustos carnales de Hitler forman parte de 'Historia de la Segunda Guerra Mundial' (Penguin), una trabajada obra de divulgación escrita «sin mitos ni tópicos» por los periodistas de ABC Manuel P. Villatoro e Israel Viana. El libro abarca 70 capítulos que se leen como reportajes y nos aproximan a episodios sorprendentes, y casi siempre desconocidos, de una devastadora guerra que se ha contado de mil maneras, pero nunca como ésta. En esta entrevista a dos voces, los autores desgranan llamativos relatos en los dos bandos, revelan secretos con españoles de protagonistas y aprovechan para desmontar algunas 'fakes', que también las hubo, «del peor borrón de la historia».
-Cuentan en su libro el trágico final de Anteo Zamboni, el adolescente que disparó a Mussolini… Ese niño acabó muerto por la multitud que se abalanzó sobre él (14 puñaladas, un balazo, señales de estrangulamiento…) ¿pudo el chaval haber evitado la II Guerra Mundial?
-Israel Viana: ¡Sin duda! No solo la Segunda Guerra Mundial habría sido diferente, sino que hay un posibilidad de que, si Zamboni hubiera conseguido asesinar a Mussolini en 1926, esta ni siquiera se hubiera producido. Y estuvo muy cerca de lograrlo, a pocos metros. No hay que olvidar que, cuando se produjo el intento de magnicidio en Bolonia, solo habían pasado cuatro años desde la marcha sobre Roma con la que Benito formó el primer gobierno fascista de la historia. A Hitler todavía le faltaban siete años para hacerse con el poder en Alemania y fue él mismo quien reconoció después: «Los camisas marrones no habrían existido sin los camisas negras. La marcha de 1922 sobre Roma nos llenó de ánimo». Así que no es descabellado pensar que, si el Duce hubiera muerto en 1926 y su obra se hubiera visto arrancada de cuajo, su joven seguidor alemán no habría encontrado la fuerza o inspiración necesarias para seguir adelante, acceder al poder, crear el Tercer Reich y, por lo tanto, invadir Polonia y comenzar la guerra más devastadora de la humanidad.
-La obsesión sexual de Hitler por su sobrina, Geli Raubal, incluía prácticas aberrantes. Parece que al 'tío Alf' le gustaba que le orinaran encima, pero el suicidio (o quizás asesinato) de ella a los 23 años... ¿se enmarca en el comportamiento celoso del Führer?
-Manuel P. Villatoro: Este amor enfermizo demuestra, una vez más, lo obsesivo y manipulador que era Adolf Hitler. La relación cuadra con su carácter; el Führer necesitaba tener a su lado a una mujer que pudiese controlar, y qué mejor para ello que una chica de 23 años que, al menos en parte, le idolatraba. El problema es que con el caso Geli Raubal conocemos el grueso de los hechos gracias al círculo cercano del líder nazi, así que no podemos saber qué parte es exageración y qué parte realidad. La teoría del undinismo, por ejemplo, la esgrime el periodista alemán de principios del siglo XX Konrad Heiden, cuyos estudios han sido claves en la vida de Hitler. Él afirma que Hitler escribió a su sobrina una carta en la que desvelaba sus «inclinaciones masoquistas coprófilas» y en la que le pedía que le orinase encima. Pero también sostiene que la chica jamás la recibió. Otto Strasser, político del partido nazi, jugueteó también con esta teoría y afirmó que la joven le confirmó las extrañas tendencias de su tío en privado… Pero cuesta saber hasta qué punto es leyenda o negra o realidad. Algo parecido sucede con el suicidio. La teoría del asesinato es en realidad la que más cuadra. Al fin y al cabo, Geli llevaba meses amenazando con marcharse y Hitler se sentía dolido. Además, los disparos fueron al corazón, lo que da a entender que el arma fue disparada desde el frente. Pero las autoridades, relacionadas ya de forma estrecha con el Partido Nazi, prefirieron pasar por alto los indicios y cerrar la investigación cuanto antes para no dañar la reputación del futuro dictador.
«Un animal insaciable»
-También abordan el apetito sexual del Duce… un adicto que necesitaba (y obtenía) cuatro amantes cada noche, ¿es el poder tan seductor o es que los poderosos se desenfrenan cuando sienten 'el poder del poder'?
M. P. V.: Creo que, al menos en la Segunda Guerra Mundial, el poder saca a relucir el verdadero carácter de los poderosos. En el caso del Duce, que era un maníaco obsesionado con el sexo, le permitió romper sus cadenas y mantener un mínimo de 600 encuentros con mujeres jóvenes a las que citaba en su residencia para, supuestamente, atender sus problemas. Las crónicas nos confirman que las relaciones se sucedían sin quitarse la ropa ni las botas, y de forma brutal. La misma Clara Petacci le definió como un animal insaciable en este sentido. Por el contrario, Adolf Hitler era un líder reprimido que odiaba hablar de sexo y que necesitaba que su médico privado, Theodor Morell, le recetara todo tipo de estimulantes para rendir en la cama. En el lado de los aliados, Ike Eisenhower fue un caso curioso. El general, que tuvo un 'affaire' con su chófer poco antes del desembarco de Normandía, no pudo mantener relaciones con ella durante aquellos meses porque en su cabeza solo estaba la ingente cantidad de muertes que se iban a producir cuando sus chicos pisasen las playas. La conclusión es que cada líder, cada persona, mostró su verdadero carácter cuando llegó a la cúspide de su poder.
-Dedican un capítulo a las francotiradoras y aviadoras rusas… Muy llamativo es el caso de la tiradora de élite Liudmila Mijáilova Pavlinchenko, Lady Muerte, que abatió a 300 enemigos, una de las mujeres más letales que fue recibida como una estrella en sus giras por Estados Unidos y Reino Unido. ¿Ha tratado la historia a las mujeres de la II GM como se merecen?
-M. P. V.: Aunque todavía queda mucho camino por andar en lo que se refiere a desvelar el verdadero papel de las mujeres en la historia militar, creo que, al menos en la Segunda Guerra Mundial, los investigadores nos hemos puesto las pilas. Hoy todos conocemos la importancia de las francotiradoras, carristas y aviadoras en el seno del Ejército Rojo. Iósif Stalin, por muy sádico que fuese –y vaya si lo fue– fue el primero que puso el foco sobre ellas a nivel de márketing porque sabía que eran un reclamo publicitario y que su presencia animaba a las tropas. Pero ha pasado otro tanto con las mujeres que colaboraron con la Resistencia francesa o con las chicas que, al otro lado del Atlántico, pasaron a trabajar en las fábricas para que la economía de Estados Unidos no se fuese a pique.
-La famosa 'Orden 227' de Stalin para ejecutar sobre la marcha a quien diera un paso atrás en el frente… ¿la ven como una crueldad más del dictador o una decisión inhumana, pero vital para no ceder territorio a los nazis?
-M. P. V.: Una crueldad orquestada por un loco al que no le importaban las vidas de sus hombres. Stalin había perdido a una velocidad de vértigo un cuarto de su territorio y, a nivel internacional, cada centímetro de tierra que caía en manos nazis le suponía una humillación. Junte esto con la enfermiza obsesión que le hacía pensar que el Ejército Rojo estaba plagado de traidores a la Madre Rusia; con el pavor a perder el poder absoluto y con una población abultada… El cóctel que resulta es el desprecio por el bienestar de sus soldados. La 'Orden 227' convirtió a los comisarios políticos en una suerte de parcas andantes. Y lo peor es que estas figuras ya habían demostrado su inoperancia en nuestra Guerra Civil.
Los 'ataúdes' de acero
-Describen con crudo realismo la claustrofobia de navegar en un submarino alemán, los famosos U-Boote, con el hedor, la falta de higiene, el calor asfixiante… y también cuentan cómo era la vida dentro de un tanque, con cabezas estallando dejando los sesos desparramados por dentro. Submarinos y tanques, ¿ataúdes de acero?
-M. P. V.: En efecto, ataúdes de acero. A pesar de que el cine nos ha transmitido cómo era la dura vida dentro de un submarino, creo que todavía no nos hacemos a la idea. Lo bueno es que existen una infinidad de libros escritos por sus comandantes que nos desvelan los pormenores. Herbert A. Werner y Wolfgang Lüth son dos claros ejemplos de ello. Una vez sumergida, la tripulación carecía de espacio. Vivían hacinados, utilizaban el sistema de 'camas calientes' –dos hombres compartían un catre por turnos– y llenaban de vituallas los retretes para ahorrar espacio. Además, los oficiales tenían que ingeniárselas para que sus marineros no se volvieran locos al pasar tantas semanas en alta mar. Algunos hasta idearon una lista de mandamientos entre los que se incluían poner música antes de la hora de acostarse, permitir a la tripulación pasear por el exterior una vez al día u obligarles a dejar la mejor ropa para los domingos. Con estos trucos evitaban la monotonía. Fue muy curioso escribir este capítulo encerrado durante la pandemia; me dio mucho en qué pensar. Y con los tanquistas, más de lo mismo. Aunque en su caso habría que señalar el pavor que pasaban metidos en los tanques. La idea de que iban más seguros es un mito; podían morir en cualquier momento, lo sabían, y estaban preparados para ello.
-Que Hitler era poco amigo de bromas lo vemos en un inocente chiste que le costó la vida a la mujer que lo contó (fue guillotinada)… ¡qué mal se llevan todos los dictadores con el sentido del humor!...
-M. P. V.: El humor es una válvula de escape para la sociedad; una forma de desvelar lo que realmente piensa el ciudadano de a pie. Y Hitler sabía que lo que empieza con un chiste inocente pasa rápidamente a chanza y burla. Por eso ideó un tribunal específico para acabar con él. El chiste, si me permite, invito al público a que lo lea en el libro. Es cierto que hoy parece inocente, acostumbrados como estamos al humor negro, pero en su momento suponía un golpe directo al bajo vientre del nazismo.
-La guarida del águila, la última morada de Hitler, su inexpugnable búnker ¿tenía más de inmundo agujero que de mansión subterránea?
-M. P. V.: Según dejaron escrito los testigos que tuvieron el triste honor de pasar algunas semanas en ella, era un pozo inmundo que apestaba a sudor, orines, comida en mal estado y gasolina. Habitaciones pequeñas, ventilación pésima… El mismo Hitler vivía pegado a una botella de oxígeno porque le daba pavor pensar que podría asfixiarse allí dentro.
La sinfonía que ganó una batalla
-¿Cómo es posible que una sinfonía interpretada por músicos famélicos gane una batalla tan crucial como la de Leningrado?
I. V.: Este capítulo es uno de los que más me impresiona del libro y, cuando lo releo, aún me pone los pelos de punta. Shostakóvich concibió la Séptima Sinfonía como una batalla contra Hitler en pleno asedio. De hecho, en el programa que se repartió en la Filarmónica de Leningrado durante el estreno, en pleno bombardeo, el propio compositor incluía esta dedicatoria: «A nuestra lucha contra el fascismo, a nuestra inminente victoria sobre el enemigo, a la ciudad donde nací». El problema es que parecía imposible que los músicos, literalmente muertos de hambre y enfermos tras siete meses de asedio, pudieran aprenderse en poco tiempo y resistir la hora y veinte minutos que duraba sin un solo descanso. La partitura, además, requería a 105 músicos a pleno rendimiento, y lo que vio Ksenia Matus en el primer ensayo, en 1942, era muy diferente: «Cuando llegué con mi oboe al estudio, casi me caigo redonda de la impresión. De una orquesta de más de cien personas solo quedábamos quince. Y no les reconocía, eran esqueletos». Pero lo hicieron, con la mitad de la ciudad ya fallecida y la otra mitad recurriendo, incluso, al canibalismo para sobrevivir. La prueba de aquella victoria la constató el director que dirigió a aquella orquesta, Karl Eliasberg, cuando a mediados de los 70 fue abordado por un grupo de antiguos soldados alemanes que participaron en el cerco a Leningrado y le confesaron: «La sinfonía tuvo un efecto lento pero poderoso sobre nosotros. Comenzamos a darnos cuenta de que nunca tomaríamos Leningrado. Y sucedió algo más: percibimos que allí había algo más fuerte que el hambre, el miedo y la muerte: la voluntad de seguir siendo humanos».
-Revelan en el libro las cartas de los jóvenes kamikazes japoneses a sus padres y sobre todo a sus madres. Saben que van a morir, incluso que van a perder la guerra, pero van felices y o con la sensación del deber cumplido… ¿alguna reflexión?
-M. P. V.: Se ha generado una leyenda negra alrededor de estos pilotos. El cine los ha dibujado como unos fanáticos obsesionados con la muerte; y no fue así. Eran estudiantes y universitarios brillantes comprometidos -en extremo, eso sí– con su país y con el emperador debido a una educación muy concreta. Las cartas demuestran que muchos de ellos no querían morir y que sabían que la guerra estaba perdida, pero acometieron aquella tarea porque la consideraron su deber. Por otro lado, también es curioso que, cuando el ser humano sabe que va a dejar este mundo, siempre se acuerda de sus padres. La columna vertebral de las misivas está formada por despedidas a ellos. Los aviadores afirmaban que querrían tomar un último sake con su padre o pedían perdón a su madre por no haberla tratado mejor. Al final, la familia es lo que nos acompaña en la vida y en la muerte.
Los españoles en la guerra
-I. V.: -A pesar de su neutralidad, España está muy presente a lo largo del libro y en un capítulo cuentan el asesinato de muchos españoles en Manila a manos de los japoneses.
Así es. Para el libro hemos entrevistado a unos cuantos supervivientes españoles que jamás habían contado su traumática experiencia en el conflicto. Por ejemplo, los que sobrevivieron a la matanza de Manila en 1945, que tristemente no fueron muchos, porque la masacre perpetrada por los japoneses en su huida de la capital filipina, cuando entraron los estadounidenses, fue brutal. En un mes asesinaron a 100.000 inocentes, entre los cuales estaban la mayoría de los españoles que vivían allí. Para el libro conseguí que algunos de los que sobrevivieron, y que no habían hablado nunca su trauma, lo hicieran por primera vez. Por ejemplo, Víctor, que ahora ronda los 90 años, me contó con todo detalle cómo estos llegaron a su casa de Manila, se llevaron a toda la familia, mientras a su hermano y a él los encerraron en un refugio y les lanzaron una granada dentro. Recuerdo sus palabras: «Mi hermano logró que la metralla solo nos alcanzara en las piernas, salvo un trozo que todavía tengo incrustado en la mano».
-¿Y qué ocurrió en la frontera de Les, en Lérida, con los judíos que huían de la Francia ocupada por Hitler?
-I. V.: Esa es una de las historias inéditas del libro, y una de las más bonitas e intensas que he escrito. Me impactó mucho el episodio que me reveló Vicente Giner, un valenciano que, en 1943, cuando tenía 13 años, se fue a vivir con su familia a ese puesto fronterizo de Lérida del que su padre fue nombrado responsable. Una mañana temprano, por sorpresa, se presentaron allí un grupo de 20 judíos polacos que arrastraban sus maletas corriendo tanto como podían. Sin duda, estaban huyendo. Su padre, asustado, no se atrevió a dejarlos entrar a España sin visado porque Franco lo tenía prohibido. Días después, un oficial de la Wehrmacht le dijo con total frialdad: «¿Se acuerda de los judíos? Pues los han fusilado en Toulouse». Su padre se sintió tan mal que, durante los siguientes meses, dejó pasar a cientos para que no fueran enviados a campos de concentración. Una temeridad por la que se jugó su libertad y su propia vida, teniendo en cuenta que tenía un pasado republicano. Y lo hizo con ayuda de los vecinos del pueblo, que acogieron a los judíos a escondidas y les daban de comer para que continuaran su marcha en secreto por España. Cuando acabó la guerra, su padre nunca más quiso hablar de ello en casa, ni tan siquiera cuando llegó la democracia. «Piensa que mi padre envió a la muerte sin saberlo a veinte personas. ¿Cómo crees que vivió con eso toda su vida?», me soltó al final de la entrevista. Son las contradicciones de la guerra.
-¿Hay secretos por descubrir de la Segunda Guerra Mundial?
-I. V.: La Segunda Guerra Mundial esconde todavía muchos secretos e historias poco conocidas, aunque nos cueste creerlo. Por ejemplo, la superproducción que Hitler ordenó rodar en uno de los momentos más críticos del conflicto para competir con la fama de 'Lo que el viento se llevó'. Una locura para la que retiró del frente a nada menos que 187.000 soldados para que hicieran de extras. El ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, no reparó en gastos para un argumento ubicado en los tiempos de Napoleón: recreó una ciudad entera con toneladas de madera y cartón piedra, se confeccionaron 10.000 uniformes del ejército francés, se trasladaron más de seis mil caballos, se movilizaron cien vagones con sal para simular la nieve y se construyeron decenas de casas. Todo, para que luego se estrenara en dos salas minúsculas en el Berlín asediado.