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Ahí lo tienen, cargando con sus circunstancias como un 'bastaixo' entregado a levantar piedra a piedra Santa María del Mar, la ópera prima que le convirtió en el autor más leído de 2007. Acaba de lanzar otra novela, 'Esclava de la libertad' (Grijalbo, 2022), donde aborda el pasado colonial de Cuba y el racismo, esa enfermiza inclinación por sentirnos superiores a los demás para justificar no sé qué lugar en el mundo. Charlar con Ildefonso Falcones, que lucha a brazo partido contra el cáncer desde 2019, es hacerlo sin filtros ni complacencias. Quizá lo políticamente correcto defina al paisanaje, pero no a él. Vive la vida como quien está en el tiempo de descuento y se aferra a certezas. ¿Barcelona? «Más triste que nunca». ¿La guerra? «Un abismo al que aún no se le conoce fondo». ¿La democracia? «Fracasada tras quedar en manos de mentirosos y de gobernados que aceptan que ese es el estado natural de las cosas». Sin medias tintas.
7.30 horas. He dormido decente, pero hay noches que son una agonía y no pego ojo hasta las cuatro. Vivo pendiente de los controles médicos, que son como sentencias de muerte aplazadas cada tres meses. La última fue bien, ya veremos la siguiente. Mi plan ahora es sobrevivir, siempre con un horizonte muy cortoplacista. Eso y terminar la próxima novela. Cuando te ponen fecha de caducidad, acaban con tus expectativas y hablar de disfrute carece de sentido.
7.45 horas. Nada más levantarme hago bici elíptica y aprovecho esa hora para tomar las pastillas que me exigen un tiempo de ayuno. Una ducha –si me preguntas por el último baño, me tendría que remontar a la infancia– y luego el desayuno: frutos secos y agua. Hasta el último análisis comía pan tostado con aceite. Y me jode, porque mientras yo estoy contando las avellanas, la mesa está llena de bizcochos, galletas y chocolate para los niños. Bueno, tienen entre 19 y 26 años, ya me entiendes. Todos viviendo en casa, de aquí no se va ni Dios. Y mira que estoy encantado de verlos, pero ya tienen edad para echar a volar.
9.00 horas. Ya no soy abogado (durante muchos años tuvo un bufete en el Ensanche barcelonés), lo dejé. Era imposible compaginarlo con la escritura. Los clientes no quieren a un escritor que sea abogado, quieren a un abogado las 24 horas, y aquello era inviable.
12.00 horas. El estado natural de un escritor es escribir, las promociones son algo coyuntural. Hace unas semanas me tocó Vitoria, este mes viajaré a Italia... Yo creo que todo escritor funciona necesariamente con un mapa, aunque al final eche mano de la brújula. No puedes afrontar una obra sin saber dónde quieres ir, porque al lector lo que le interesa es que le salgan al paso situaciones imprevisibles que tú has tenido que sembrar antes. No defino mucho a los personajes, prefiero que lo haga el lector, basta con que no incurran en contradicciones.
13.30 horas. Salgo a dar una vuelta. Un poco el sol, un vino, me acerco hasta el Club Deportivo a ver a los hijos con los caballos (en su adolescencia, Ildefonso era jinete y se proclamó campeón de España de salto)... Yo lo dejé cuando murió mi padre, tuve que meterme a estudiar y a trabajar para pagar las clases. Cursé Derecho y al mismo tiempo trabajaba en un bingo. Entonces los catedráticos examinaban los sábados a las 8 de la mañana y fue durísimo: llegaba sin haber dormido y tras desayunar en Mercabarna, lo único abierto a esa hora. En cuanto me dieron la última nota, me despedí.
15.15 horas. Es raro que coincidamos todos para comer en casa, porque el que no está trabajando está estudiando. Yo antes trajinaba con los fogones –el tajo redondo me sale espectacular–, pero ya no. Cuando están los chavales se impone la pasta, pero mi mujer y yo somos más de unas buenas judías verdes con patatas o pescado. Comemos con las noticias puestas y yo me quedo traspuesto unos veinte minutos, no más.
11.30 horas. Entre libro y libro suelen transcurrir tres años. Mis novelas van de amor, pasión, venganza y dinero, lo que pasa es que a mí me gusta encardinarlas en una época determinada y eso obliga a dedicar tiempo a estudiar para que las tramas estén bien entrelazadas. No puedes cambiar la Historia por necesidades del guión.
14.15 horas. Barcelona está más triste que nunca. Y eso me apena porque a lo largo de los años había forjado un carácter y una universalidad tremenda, mientras que ahora nos comportamos de un modo provinciano. Estamos viviendo un proceso involutivo y desgraciado. Se han propuesto arruinar la ciudad, pero confío en que sea fuerte y se sobreponga a cualquier impulso destructivo.
22.30 horas. Siento como si estuviéramos ya dentro de un abismo, lo que hace falta saber es hasta dónde vamos a caer. Con una guerra en Europa, la amenaza nuclear y lo que es peor, depender de la egolatría de personajillos como Putin. O el cambio climático, y lo digo por mis hijos, porque será la suya la vida que condicione. Veo la elecciones en EEUU, con líderes que van a las urnas engañando con descaro y a los gobernados asumiendo con naturalidad que eso ocurra, y pienso que la democracia como sistema de gobierno, de interrelación y de contrato social ha fracasado totalmente.
16.00 horas. No te puedo decir ni sobre qué estoy escribiendo ni cuándo o dónde lo voy a ambientar. Ahora toca estudiar y luego urdir la trama. El empeño, eso sí, siempre es el mismo, igual o mayor que el que puse en 'La catedral del mar'. No me ha ido mal, y tampoco creo que haber alcanzado pronto el éxito fuera contraproducente. ¡¡Ojalá me volviera a pasar en igual medida!!
22.00 horas. Carmen y yo salimos a cenar a la marisquería La Barca del Pescador, en la esquina del carrer de Girona con Mallorca. Sardinas, chipirones salteados, unas gambas... Somos poco de ir al teatro, aunque a veces quedamos con amigos; y al cine dejamos de hacerlo cuando los chavales empezaron a ir por su cuenta.
21.00 horas. Estamos equivocando al enemigo, que es el capitalismo exacerbado y un uso inadecuado de los recursos. El techo nos lo ponen ahora un montón de ricos a los que prometemos la residencia y hasta sanidad gratuita a cambio de que vengan con un dinero que no crea riqueza donde debe hacerlo. Sus conciudadanos vienen entonces aquí y encuentran un escenario de inflación, de pisos por las nubes, de servicios más y más caros. Focalizamos nuestra ira en los inmigrantes cuando ellos no son culpables de la situación.
23.00 horas. Me gusta perder al ajedrez contra la máquina, no me canso de hacerlo. Luego pongo una serie –la última, 'Desaparecidos'– a la que no le dedico más de tres cuartos de hora, y remato con un libro, que me acabo llevando a la cama y con el que, según la noche que tenga, me pueden dar las mil.
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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