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Isabel Ibáñez
Bilbao
Domingo, 9 de junio 2024, 01:45
La novela juega al despiste con el título, 'Madre de corazón atómico' (ed. Seix Barral), pues en realidad cuenta la historia de un padre, el de Agustín Fernández Mallo, que ha convertido su última publicación en el libro de su vida. Ha tardado 12 años ... en escribirlo, los mismos que hace que perdió a su progenitor, veterinario, quien, cercano a su muerte, decidió compartir con él un episodio asombroso y desconocido: en 1967, un mes antes del nacimiento de Agustín, marchó a Estados Unidos para traerse en avión una veintena de vacas, con el objetivo de introducir la raza. Evidentemente, el hijo hizo las maletas para repetir aquella aventura en la que centra hoy su libro.
Hay más despistes en el texto, como cuando el novelista se topa con un cuaderno de bitácora con anotaciones sobre el viaje e incluso fotos de las vacas, que, en un momento del libro, pasan a ser cerdos, quién sabe si por una broma, una confusión... «Final de la carga de cerdos en Boston (USA)», escribió su padre a máquina sobre una foto en el aeropuerto, aunque llegaran ejemplares bovinos.
Por cierto, el título es el nombre traducido de un álbum de Pink Floyd, 'Atomic Heart Mother', que el padre de Agustín solía usar para comentar a su hijo no las canciones, sino las características del ejemplar vacuno que aparece en la portada. Lo usa también como una bonita forma de referirse a su propia madre. Al final, se trata de una resurrección del progenitor que, en sus últimos años, cayó en manos del alzhéimer.
-¿Su concepto de la muerte ha cambiado con este libro?
- Bueno, son muchos años implicado en ello. Y cuando eso sucede siento que la muerte en realidad no existe, que el muerto resucita en tu cabeza para armarse de otra manera y sigue viviendo y evolucionando en ella. Eso es algo que pienso de forma intuitiva.
-¿Qué significó la pérdida de su padre? ¿De qué quedó huérfano?
-Mi madre sigue viva y él, de algún modo, también a través de ella, porque habla mucho de mi padre y son dos personas que se quisieron mucho, un amor de 60 y pico años, una herencia que me han dejado. Lo que la muerte de mi padre me enseña es que hay toda una serie de herencias que son ideas, formas de afrontar el mundo, visiones... que los padres te van trasladando aunque no lo veas en el momento. Solo con el tiempo me he dado cuenta de cómo abordo la propia literatura, no buscando una fantasía fuera de la realidad, sino la fantasía que hay ya en la propia realidad, como intentando ver la cara B de las cosas. Era algo que hacía mi padre constantemente cuando me contaba cosas que tenían que ver con su profesión, nunca me contó cuentos para niños. Describía técnicamente cómo era una vaca mirando la portada del disco 'Atomic Heart Mother'. El año anterior a morir ya no me reconocía, y ese es un momento crucial en mi vida, en el que me hago la pregunta que atraviesa el libro, que es la de que ¿quién hay ahí? Es como si el rostro de aquel a quien quieres estuviera hablando por boca de otro.
-¿Qué lugar ocupan los objetos que pertenecieron al padre?
-Son una especie de arqueología extraña. Te das cuenta de que muchas cosas tienes que desecharlas y te quedas con un mínimo común denominador de lo que representa a esa persona, cosas que guardas como tesoros, como un fetichismo que te ayuda a reconstruir a la persona muerta. Y, luego, una de las partes principales es el cuaderno de mi padre que encuentro escrito a máquina y con fotos de su viaje a Estados Unidos para buscar vacas y traerlas en avión a España. ¡En avión!
-Una historia fascinante.
-Fue un viaje de pioneros, como de Indiana Jones. Cuenta que en el avión, en el fuselaje, como estaban a oscuras, se veían solo los ojos brillantes de las vacas. Me imagino esa escena que parece de Buñuel, surrealista. Sin embargo, él la cuenta sin ninguna carga de fantasía, con una sobriedad como si fuera un poema japonés, un haiku. La realidad ya es suficientemente fantástica. Es toda una peripecia lo que ocurre en Terranova, donde tiene que parar para dar de comer a las vacas y un motor se estropea, y tiene que llegar a las Azores.
-¿Y los cerdos? ¿Pero no eran vacas? ¿Es broma, equivocación?
-En el libro queda sin desvelar, pero es una de las claves del libro. Todo lo que está escrito es verídico, y es verdad que él hizo esa confusión, no sé si porque ya tenía un poco de demencia senil, entonces no sé por qué, pero tampoco sé si es una confusión o no, queda así. No quise indagar más porque una de las cosas importantes del libro es que todo es verídico, pero está contado con técnica narrativa o literaria y esa fue una de las cosas por las que tardé 12 años en escribirlo, porque es muy difícil pasar a técnica novelística hechos verídicos. No quería hacer un reportaje o documento de cómo era mi padre, no.
-Al final, ¿qué fue de las vacas?
-No sé, ya no indagué, pero llegarían aquí y serían utilizadas para reproducirlas y que la raza continuara en España.
-Hay un momento en el que cuenta que, cuando presentaba a su padre las novelas que iba escribiendo, él nunca decía nada. ¿Qué cree que diría si pudiera leerle?
-Supongo que sonreiría, como solía hacer, y continuaría su camino, o me diría ¡qué bien! Y ya está. Él daba mucho valor a la poesía y el ensayo, era una persona intelectual en ese sentido, pero la novela, no sé por qué, no la consideraba. Y, bueno, me parece bien.
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