Como diría Tolstoi, la familia de Emiliano Monge (Ciudad de México, 1978) fue infeliz a su manera. Su abuelo se las ideó para hacerse el muerto y huir, hasta que reapareció para cobrar el seguro, y su padre también cogió la puerta de salida para ... enrolarse en la guerrilla. Por eso, tras leer 'No contar todo' (Literatura Random House), una novela de tintes autobiográficos, la mujer de Monge le preguntó si él también pensaba tomar las de Villadiego. «No, con el libro me basta», contestó Monge, que ha intentado verse desde fuera para relatar las vivencias de sus seres más cercanos.
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Ser el descendiente de dos fugados convirtió al escritor en un «falso vivo», como le dijo su madre. Pero su caso no es la 'maldición Monge'. El machismo de la sociedad mexicana, cree el escritor, ayuda a explicar el comportamiento de sus antecesores, que abandonaron a sus mujeres sin demasiadas explicaciones. «En mi país la masculinidad sana está vedada», lamenta Monge, que trufa esta historia triste con un humor que provoca la sonrisa del lector en más de un momento. «Me defiendo de la vida con humor», afirma. Distingue Monge entre la autobiografía y la autoficción. La primera es «la pereza mental de los escritores», afirma, mientras que la segunda «es una literatura que prescinde del narrador», explica.
Cuando hubo terminado el manuscrito de esta novela tan personal en la que se desvelan multitud de secretos, Monge se lo pasó a sus familiares más cercanos. «Con mi madre no hubo problemas. Mi padre lloró mucho y mis hermanos se divirtieron. Los que se enfadaron fueron algunos familiares de segundo grado, pero los que se enojaron de verdad fueron los que no aparecían en la novela», recuerda con una sonrisa este escritor, uno de los más destacados del panorama literario mexicano, autor de libros como 'Morirse de memoria', 'El cielo árido' y 'Las tierras arrasadas', ganador del English PEN Award.
Monge explica que no cabe encuadrar 'No contar todo' en la etiqueta del realismo mágico. «Fue una manera de contar la realidad latinoamericana restándole tragedia y violencia. Fue un movimiento necesario en su momento, pero ahora nos queda lejísimos. Nosotros somos los nietos del realismo másgico, que fue muy potente, pero sucedió hace 40 o 50 años», reflexiona.
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