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GERARDO ELORRIAGA
Jueves, 13 de enero 2022, 08:52
Tres cadáveres junto al embalse de Ullíbarri desatan una intensa investigación. Pero no, no se trata de una narración de género negro al uso. 'Tierra de furtivos' (Destino) es una historia que, además, retrata el escenario social vasco surgido tras el fin de ETA, muy ... diferente de aquel entorno de los años de plomo. Óscar Beltrán de Otálora, su autor, periodista de El Correo que cubrió informativamente aquella etapa y actual director de Desarrollo Editorial del Grupo Vocento, es un experto en terrorismo. Su primera incursión en la ficción avala que no hay finales felices. «¿Que si el País Vasco es Arcadia? ¡Qué más quisiéramos! Arcadia no existe en ningún lado», aduce. «Se trata tan sólo de una aspiración y mientras intentamos viajar hacia ella pagamos el peaje de muchas cosas que no funcionan, de desajustes y violencias». Ayer presentó su novela en Bilbao.
- Son vasos comunicantes. En ambos nos enamoramos de la historia, pero en el periodismo es algo real que exige documentarte e investigar, mientras que la ficción te permite crear las historias que a mí me gustaría leer. Ahora bien, en ambos pensamos en el lector, buscamos que se enganche, que disfrute del texto, que sea seducido.
- Hablamos de una novela situada en un escenario en el que el terrorismo ha acabado, donde hay muchas heridas del pasado que siguen abiertas. Incluso hay cierto debate social sobre qué hacer con el relato del terrorismo. Esta historia está contada desde una perspectiva negra y con esos afectados con cicatrices sin cerrar.
- Quería una narración que se alejara de los cánones del género, que sorprendiera al lector, ubicada en un entorno rural y urbano, que hablara de una sociedad vasca que hoy es distinta por el impacto tanto de la emigración como de fenómenos criminales que ahora son más preocupantes como el tráfico de marihuana. Describo un mundo posterrorista en el que hay chavales que para saber qué es una víctima de ETA tienen que mirar en la Wikipedia. No pretendía exponer un 'thriller' al uso con un comisario que se enfrenta a un crimen, sino algo diferente en el que aborden realidades desconocidas.
- Sí, quería jugar con esa ambigüedad que todos tenemos dentro. Somos cambiantes y tenemos un pasado. Quería sujetos verosímiles, con sus dudas y la frecuente necesidad de hacer cosas que no desean. Todos poseemos ese lado de sombra que nos persigue.
- Soy un fanático del 'country noir'. Quería ese protagonismo del medio porque me gusta esa idea de que los embalses poseen una superficie maravillosa, islas, veleros y bungalows en la orilla, pero que han sido construidos durante la dictadura, que también cuentan con un pasado tenebroso y pueblos hundidos en su interior e, incluso, terribles episodios bélicos como el que tuvo lugar allí durante la Guerra Civil. Igual que las personas, los lugares tienen un pasado.
- Olvidamos que Euskadi era el lugar con el mayor consumo de marihuana de España. Se trata de una droga socialmente aceptada, existe la percepción de que no sucede nada con ella, que la cultivan una especie de gnomos, y sin embargo es un fenómeno violentísimo asociado a tiroteos con asesinatos, palizas y robos de cosechas. También quería hablar de esa tolerancia hacia la agresión, tal y como sucedió con un guardia forestal al que los furtivos colocaron como diana en señales de tráfico y la gente argüía que la culpa era de él por meterse en líos.
- No se les ha prestado la atención que merecen. Este pasado domingo hubo un homenaje en el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo al escolta de Manuel Zamarreño, fallecido en atentado. Estos actos nos recuerdan esa gente que no se puede olvidar. Pasar página sería un gravísimo error.
- Hay una violencia real en esta sociedad, sólo hemos de abrir las páginas de sucesos. El fin de ETA no supuso que vivamos hoy en una sociedad beatífica y llena de seres de luz.
- Es residual, pero está ahí. No me entra en la cabeza que ante una derrota no se haga una reflexión de por qué ha sucedido. A ese ámbito político les hace falta un relato en el que se deslegitime la violencia. Si lo hicieran, el mensaje de esos grupúsculos sería marginal y, además, ridículo.
- Sí, los periodistas y los historiadores tenemos que contar lo que sucedió.
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