Eduardo Mendoza
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Eduardo Mendoza
Elena Sierra
Miércoles, 14 de febrero 2024, 01:02
Eduardo Mendoza no vence su timidez. Tras medio siglo publicando libros -el primero en 1975-, siempre desea que «nadie vea» lo que escribe. Cuando divisa un montón de sus novelas en el escaparate de una librería cambia de acera. Sus muchos lectores están de enhorabuena, ... porque aunque hace años dijo que no volvería a escribir, aquí está 'Tres enigmas para la Organización' (Seix Barral). Es «una parodia de las series policiacas, de estos grupos que investigan: el negro, el blanco, el ambicioso, la mujer».
-¿No lo había dejado?
-No quería escribir esta novela, ni ninguna. Pensaba que lo sensato era poner punto final. 'No voy a aportar nada nuevo', me decía. Y cuando me di cuenta, estaba escribiendo y con una caradura tremenda.
-Parece que se ha divertido mucho...
-Siempre lo paso muy bien escribiendo, por eso escribo. Es igual con las novelas serias que con las de humor. Las burradas son más divertidas. Pero lo divertido de verdad es la artesanía, trabajar con el destornillador con cada párrafo. Me encuentro otra vez como con 30 años.
-¿Por qué Barcelona de fondo?
-Es mi ciudad. Si fuera de Estambul escribiría sobre Estambul. La he visto evolucionar. Algunas ciudades lo hacen de manera más rápida y extraña. París es París, Londres es Londres, pero Barcelona pasó de ser una ciudad gris y casi inexistente a un fenómeno turístico con grandes colas para ver lo que antes no veía nadie.
-Mantiene los atípicos nombres de los personajes: Monososo, Pocorrabo, Buscabrega...
-Los nombres son parte de la escritura. Con Pedro y Juan no vamos a ninguna parte. Hay que buscarles un nombre que no signifique nada pero casi, fácil de recordar y distintivo. Don Quijote de la Mancha, Sancho Panza, Raskolnikov... Pocorrabo.
-No se lo pone fácil a estos tipos. Tienen que investigar sin móvil ni automóvil, sin internet...
-Soy un hombre del siglo XX. El XXI me pilló con el pie cambiado. Tengo de todo (el último iPhone, 'tablet', estoy suscrito a plataformas no sé para qué), pero el mundo imaginario que habito es el siglo XX. Son agentes secretos sin tarjeta de crédito ni coche ni medios. Inspiran más cariño que admiración. En todos he puesto un poquito de mí, es inevitable.
-¿Ha conocido agentes secretos?
-Conocí espías. Fui muchos años intérprete de la ONU, en Nueva York, Ginebra, Viena. 'Hola, soy espía', se presentaban. Son pobres funcionarios a los que toca ser espías. Una condición para serlo es hablar idiomas y yo estaba en aquel departamento. Siempre dudé mucho de su eficacia. ¿Qué puedes espiar que no veas en la tele, los periódicos o la calle? Tienen que justificarse y se pelean entre ellos. El verdadero espía hoy es el periodista, el corresponsal.
-Habla de descoordinación policial, de turismo masivo... ¿Ha querido hacer crítica?
-No es tanto una crítica como la vida cotidiana. Estos personajes, a diferencia de los héroes son unos desgraciados que hacen la vida que hacemos todos. Me interesa lo que le pasa a la gente. No es posible espiar y criticar porque todos sabemos lo que pasa. Lo sabe la gente. Vivimos en una sociedad muy confusa.
-Los humoristas se quejan de que la corrección política les dificulta el trabajo. ¿A usted no? Porque aquí hay una madama liliputiense, un espía jorobado, prostitutas...
-El humor ha de ir un poco al límite. El tema de los humoristas hoy es el de la corrección política; como antes se burlaba la censura, ahora se burla la corrección política. Lo importante es que haya respeto y que se entienda que la broma es broma. Tengo una amiga liliputiense y sé que le va a hacer gracia el personaje. No estoy a favor de la incorrección: meterse con minorías, razas, religiones... No se trata de censura. La corrección política está bien.
-¿No utiliza la novela para hacer crítica?
-Si pasa, muy bien, pero no hay que ir a buscarla. Para intervenir sobre la actualidad, ya escribo en periódicos o en ciertos libros explicativos. La novela, que fluya; cuanta menos intención, más cosas se cuentan.
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