Álvaro Soto
Domingo, 13 de noviembre 2016, 00:04
¿Se puede cuestionar el concepto de libertad en una época en la que el albedrío, el mercado, las elecciones y hasta el wifi son libres? El escritor y cineasta Raoul Martinez (1983) cree que la libertad se ha convertido en una máscara que se ... ha superpuesto a un sistema injusto y se sostiene para justificarlo. Por su atractivo universal, la libertad es una herramienta política muy potente. Quien controla la manera en que la sociedad concibe la libertad, controla la sociedad, argumenta.
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Martinez publica en España el libro de pensamiento Crear libertad. El poder, el control y la lucha por nuestro futuro (Paidós). De origen español (su padre es el novelista y dramaturgo Álex Martínez, residente en Londres desde 1960, y su abuelo es el también novelista Francisco Martínez Ortas, represaliado por el franquismo), este precoz artista multidisciplinar británico se dio a conocer en 2012 por un documental llamado The Lottery of Birth, aunque, relata, empezó a preguntarse sobre la identidad cuando, con 13 años, discutía con un amigo sobre religión: Martinez no era creyente, su amigo sí. Pero entonces llegué a la conclusión de que si nos hubieran cambiado en la infancia, yo estaría defendiendo sus argumentos con la misma vehemencia que lo hacía él, y él defendería los míos. Descubrí que todo tenía que ver con los genes y el entorno en el que uno se cría, que es lo que configura la identidad. En Crear libertad, Martinez profundiza, desde una aproximación casi filosófica, en las causas del malestar que sacude a amplias capas de la población y que se ven reflejadas en el ascenso del populismo.
La identidad es un proceso que se crea a través de fuerzas que escapan al control de cada individuo, las identidades son moldeadas para satisfacer las necesidades de los sistemas políticos, cuenta Martinez, que pone dos ejemplos: En el pasado, los monarcas extendían la idea del derecho divino a reinar para controlar a la sociedad y luego, los países imperialistas han hecho creer una superioridad racial que justifica el dominio.
Esa identidad que un individuo no forja por sí mismo se traduce, según Martinez, en una sociedad que no tiene las herramientas necesarias para oponerse a procesos antidemocráticos. Por un lado, la toma de control corporativo de la democracia, que ha provocado grandes desigualdades que a su vez han generado oleadas de ira que se intentan controlar de manera coercitiva y con mecanismos de seguridad. Por otra, el adoctrinamiento corporativo a través de unos medios de comunicación engañosos que han fracasado a la hora de analizar qué está ocurriendo en la sociedad.
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Martinez rechaza que a la gente no le importe que le mientan, como hicieron el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump (en el 71% de sus declaraciones, según webs norteamericanas de fact-check), o la candidata derrotada, Hillary Clinton (en el 27%). La gente no quiere mentiras porque de esas mentiras depende que sus hijos vayan a combatir al extranjero, le desahucien o tengan de por vida una deuda por sus estudios universitarios, explica.
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Pero desde la Segunda Guerra Mundial, continúa Martínez, ha existido un programa de propaganda increíblemente bien financiado para despreciar y vituperar, llamándola comunista o socialista, a cualquier iniciativa que tienda a una redistribución de la riqueza. Y lo paradójico es que, aunque esas recetas redistributivas sean las que necesita mucha gente para su vida, esa misma gente tiene escrito en su sangre que debe rechazarlas porque ha sido educada para ello.
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