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Antonio Paniagua
Sábado, 5 de marzo 2016, 07:20
Mercedes de la Aldea era una actriz llamada a hacer grandes cosas. Era menuda y apasionada; aparte de interpretar, llegó a dirigir obras teatrales, le gustaba la cultura francesa y estaba entusiasmada con la idea de escribir. Sin embargo, en 1954, cuando rodaba 'Lo que ... nunca muere', una película basada en el popular serial radiofónico de Sautier Casaseca, una hélice de una avioneta Piper que se disponía a despegar decapitó a la actriz, que apenas tenía 22 años. La tragedia truncó el talento de una joven que con un mínimo de suerte habría hecho historia en los escenarios. El escritor y periodista Marcos Ordóñez, gran contador de vidas de comediantes, recrea su figura y otras muchas en 'Juegos reunidos' (Libros del Asteroide), un autorretrato sentimental en los que concurren personajes reales con fuerza novelesca. Mercedes de la Aldea lo era, como otros protagonistas del libro, una miscelánea compuesta de artículos, crónicas, novelas breves, cuentos y poemas.
Marcos Ordóñez es muy dado a reconstruir la biografía de monstruos de la escena. No es casual que uno de sus principales menesteres sea la crítica teatral. En 'Juegos reunidos' también glosa la figura de Conchita Bardem, una actriz a quien a le embargaba una sensación de irrealidad cuando abandonaba las tablas. Y también evoca a María Asquerino, quien cuando rememoraba su pasado lo hacía tarareando canciones. «Elegí a estas tres actrices porque sus vidas poseen una potencia narrativa muy grande. Llevan la novela puesta. Se trata de tres imágenes que conectan conmigo de manera especial», arguye el autor, que ha pretendido, como hizo Truman Capote con 'Música para camaleones', el desvelamiento del autor través de retazos y fragmentos. «En su momento el libro fue tachado de fragmentario, pero cuando se juntaban las piezas que conformaban esa panoplia de géneros, formas y tonos surgía Capote de una manera más vivaz y nítida que en otros libros suyos», argumenta.
El escritor parte de la premisa de que lo autobiográfico reside no tanto en los hechos como en los sentimientos. De ahí que muchas de sus recuerdos se basen en discos, novelas y películas que son el disparadero de las emociones. El libro, una especie de memoria sentimental que disecciona la cultura de los años ochenta, repasa los barrios de Barcelona, la época de la contracultura, los bares de la ciudad, las salidas nocturnas en las que se bebía generosamente «para que todo brillara», las primeras elecciones, la pujanza del movimiento libertario, al tiempo que rinde homenaje a escritores que le dejaron huella, como Juan García Hortelano, Jaime Gil de Biedma o Francisco Casavella. «En aquella época, a finales de los setenta y primeros ochenta, todo era muy barato. Esto permitía hacer una serie de cosas hoy impensables, como vivir con un grupo de gente en un piso compartido, que era algo muy fácil».
Ordóñez vuelve a las memorias oblicuas, a esa remembranza que ensayó hace tres años cuando entregó a la imprenta 'Un jardín abandonado por los pájaros', en el que contaba su infancia y adolescencia. El autor quería seguir hurgando en su autobiografía y escudriñar su juventud, ese periodo en el que una canción o una película se convierten en todo un deslumbramiento. «En esos años, lees un libro o escuchas una música y tienes la sensación de que todo está hecho para ti».
El autor muestra su admiración por la cultura estadounidense, algo que entonces estaba muy mal visto y que acarreaba la pronta admonición de ser tachado de «imperialista». Por eso se declara fascinado cuando se estrena 'American Graffiti'. «La película era una ventana abierta a algo falso y que sabíamos era un ensueño, pero por la que me apetecía mucho escapar. Es el filme más poético y personal de Georges Lucas. Retrata una adolescencia en los años sesenta y tiene mucho de ficción, de paraíso que se acaba muy rápido. En ella brilla un fulgor mítico muy grande».
Sin caer en la nostalgia, Marcos Ordóñez aborda el paso del tiempo con una mirada retrospectiva que evitar incurrir en el ajuste de cuentas. «No hay amarguras ni nostalgia en el sentido pringoso de la palabra. La melancolía está tamizada por el humor. Es más, el libro intenta ser una celebración de la vida».
Marcos Ordóñez sí que echa de menos las viejas redacciones de los periódicos, con su neblina por el humo del tabaco y las botellas de alcohol al lado de la máquina de escribir. Lugares en los que pervivía un espíritu aventurero y canalla. «Los periodistas no eran gente corriente. Al margen de que siempre ha habido burócratas en el periodismo, en las redacciones se vivían las cosas con intensidad. No digo que ahora no haya pasión, que desde luego la hay, pero ahora mismo las redacciones tienen un aire más frío».
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