Portada del libro.

«Todas las guerras duran al menos cien años»

Jesús Carrasco mantiene sus claves en 'La tierra que pisamos'

Miguel Lorenci

Domingo, 21 de febrero 2016, 07:53

«Escribo desde las tripas y el corazón». Así defiende Jesús Carrasco (Olivenza, Badajoz, 1972) su escritura tan visceral y apasionada como depurada. El narrador extremeño deslumbró en 2013 con Intemperie, su debut narrativo y ganador de varios premios en Europa. Regresa con un registro ... parejo con La tierra que pisamos (Seix Barral), una ucronía con la que trata de calibrar la potencia de nuestra vinculación emocional con la tierra.

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Ambientada en una España anexionada a principios del siglo XX por un vasto imperio sin nombre, es también una exploración sobre la violencia que evoca conflictos como la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil y las dominación colonial de África. «¿Qué pasa si despojas a alguien de todo menos de su relación ancestral con la tierra, si le privas de patria, de afectos, de arraigo, de su cultura y de su sustento?», se preguntó Carrasco mientras trabajaba un huerto. Fue el germen de la novela «y por eso necesitaba enmarcar la historia en una guerra», dice.

Asegura Carrasco que el éxito de Intemperie «no resultó paralizante». «Tenía muy avanzado el texto de esta segunda novela, así que me mantuve a salvo del ciclón, aislado y tranquilo, aunque no soy de acero inoxidable», dice risueño. No esperaba que su primera y descarnada novela vendiera aquí 80.000 ejemplares, se publicara en 30 países y despachara 30.000 copias en Holanda o 27.000 en Italia. Tampoco que diera pie a un película que aún busca director.

Fiel a su estilo preciso y depurado, el escritor se mantiene en su universo rural. Indaga «en el significado profundo de la relación del hombre con el lugar en el que nacemos pero también con el planeta que nos sostiene» y en «la capacidad de adaptación y de empatía del ser humano». Una relación contradictoria en la que cabe desde el mercantilismo más atroz ejercido por el poder, hasta la emoción de un hombre que cultiva la tierra a la sombra de una encina.

Y entre ambos extremos, la lucha de una mujer por encontrar el auténtico sentido de su vida y del que su propia educación la ha desviado. Es Eva Holman, esposa de uno de los jefes de las fuerzas de ocupación que a comienzos del siglo XX anexionan España al mayor imperio que ha conocido Europa. Tras la pacificación, las élites militares eligen un pueblo de Extremadura como gratificación para los mandos ocupantes. Eva vive su idílico retiro en la paz de su conciencia, hasta que recibe la visita inesperada de un hombre vinculado a la tierra, Leva, que empezará ocupando su propiedad y acabará por invadir su vida.

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Carrasco no abandona el mundo rural «donde está el caladero de mis emociones más profundas y mi pureza emocional: mi patria». No descarta escribir una novela urbana, pero hace una encendida defensa del la literatura oral, «que es el origen de mi narrativa». «Vivo de las historias de mi madre y de mi tía que construyen con su relato una mitología singular», dice el escritor que vivió hasta los 20 años en el campo. «Cuando narramos algo lo convertimos en ficción al pasarlo por el filtro de nuestra memoria y nuestras emociones. Y esa ficción es literatura primordial», asegura.

La novela, un ejercicio a varias voces y tres planos temporales, evoca episodios violentos como la cruel matanza de la plaza de toros de Badajoz en la Guerra Civil, de la que fue víctima su abuelo cuando el padre del escritor tenía apenas un año. «El eco de la violencia perdura, porque todas las guerras duran al menos cien años», asevera recordando que en Badajoz fueron masacrados en agosto de 1936 entre 2.500 y 8.000 personas. «Fue una salvajada que impactó a un agregado militar alemán que la contempló y se lo contó a Hitler en una carta», explica.

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Para Carrasco escribir se asemeja al delicado trabajo de un orfebre o de un pintor que suma capa tras capa. «Importa tanto, o más, lo que escribes que lo que suprimes», dice. Mezcla el primer plano «con lo que no se ve o simplemente se intuye», de modo que «narro lo que ocurre en escena, entre bambalinas y en los camerinos. Es como si escribiera dos novelas para quitar todo lo que sobra y dejar que la historia se sostenga con lo mínimo», explica. Escribe «como el pintor que apuesta por el blanco, los músicos que reivindican el silencio o los escultores que, como Oteiza, tienen en cuenta el vacío», arguye.

Carrasco estudió Educación Física y se ganó la vida como redactor publicitario hasta hace cuatro años. Tras doce años de residencia en Madrid, desde 2005 reside en Sevilla, «una ciudad abarcable en la que me siento en la gloria», concluye.

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