Antonio Paniagua
Domingo, 24 de enero 2016, 08:18
El escritor y académico Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) tiene motivos para estar satisfecho. Hace 30 años se publicó su primera novela, Beatus ille, y hace 25 apareció El jinete polaco. Las dos obras han sido reeditadas ahora por Seix Barral. La literatura de Muñoz ... Molina, tributaria de Onetti, Faulkner, Borges y Proust, se ha hecho algo más austera y libre, como se aprecia al permitirse en sus novelas divagaciones e incursiones que van de la confesión personal al reportaje. Su escritura no es deudora sin embargo de la tradición que encarna Camilo José Cela, del que se cumple en 2016 el centenario de su nacimiento. El novelista reconoce que Cela no ejerció en él ningún magisterio de juventud, cosa que sí hicieron Delibes y Josep Pla.
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Con el paso de los años, ¿cómo se ve? ¿Se ha liberado de algún lastre?
Tiendo a ser más seco y más libre en la manera de escribir. Cuando creé Beatus ille o El jinete polaco era un defensor de la tradición que va de Flaubert a Virginia Woolf y tenía una concepción de la novela más canónica. En los últimos tiempos me he atrevido a escribir obras más libres y con una forma más abierta, novelas menos regidas por la necesidad de crear un argumento completo y controlado. Ahora me gusta que en la historia quepa la divagación, la confesión o incluso el reportaje o el libro de viajes.
Este año se conmemora el centenario del nacimiento de Camilo José Cela. ¿Es para usted un escritor fundamental?
No, cuando estaba educándome como escritor mi modelo era otro muy diferente. Estaba mucho más cercano a Delibes, Josep Pla, o a los más jóvenes Juan Marsé y Eduardo Mendoza. Cuando leí de joven La colmena me gustó mucho, cosa que también ocurrió con Viaje a la Alcarria, pero su literatura no me convence.
Borrón y cuena nueva
Usted ha desarrollado su carrera literaria durante la Transición. ¿Qué piensa cuando se habla de régimen del 78?
Me parece una desfachatez. Los que hemos conocido el franquismo sabemos la diferencia que existe entre una dictadura y una democracia. La democracia española está llena de defectos, limitaciones y de cosas que yo mismo y otros venimos denunciando desde hace muchísimo años, mucho antes de que llegara esta tendencia de borrón y cuenta nueva. Cuando se habla de régimen del 78 se quiere deslegitimar el sistema democrático.
¿Qué piensa de ese dilema en que se ha puesto a algunos escritores mayores de 65 años de tener que elegir entre recibir su pensión o la retribución que le brinda su actividad profesional?
Es una prueba más del desprecio de las clases dirigentes hacia el conocimiento, el saber y la literatura. Dice mucho de nuestro país.
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Ahora se habla mucho en España de los extremismos, pero en comparación con EE UU y el debate entre candidatos republicanos lo de España parece un juego de niños.
Sí, en Estados Unidos ha habido una deriva, una polarización de la vida política muy grande. La derecha republicana americana no tiene que ver con ninguna derecha, española o europea, salvo la extrema derecha del Frente Nacional. La derecha reaccionaria americana es una cosa brutal. Muchas de las cosas que aquí son comunes, como una sanidad verdaderamente universal o una educación de calidad gratuita, serían allí un logro inimaginable. De todas maneras, nosotros tenemos una cultura política muy dada al sectarismo y al maximalismo.
Pese a los años y la democracia, ¿la España negra sigue existiendo?
Soy muy aficionado a la historia y por lo tanto no creo que haya caracteres nacionales, eso se queda para la ideología nacionalista. Lo que sí hay son continuidades funestas, y en España, al menos desde la Contrarreforma, persiste la tendencia a la ortodoxia y el desprecio al saber y al mérito. Ésa es una constante histórica en España. Basta con mirar a la gente eminente que fue asesinada, expulsada o tuvo que irse porque aquí le hacían la vida imposible.
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¿Y pervive la propensión a la brutalidad?
Hay costumbres inaceptables que me hacen sentir vergüenza. Si veo en un noticiario americano un reportaje sobre el Toro de la Vega me muero de vergüenza. Es imperdonable que tantos años de democracia no hayan servido para abolir esta realidad. Aunque España tiene también cosas extraordinarias que debemos saber apreciar.
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