Miguel Lorenci
Sábado, 9 de enero 2016, 07:13
Seminarista en su adolescencia, expolicía, escritor y zurdo -"como los buenos"-, Victor del Árbol (Barcelona, 1968) está más que reconciliado con su pasado. Todo lo contrario que los protagonistas de 'La víspera de casi todo', la novela que le ha dado el Nadal. Es una ... intriga sobre la identidad, los olvidos voluntarios y la desmemoria. Disfrazada de thriller oscuro, se articula en torno a unos complejos personajes que huyen de su pasado. Triunfador en Francia antes que en España, este mosso desquadra en excedencia llega al gran público español avalado por el decano de los galardones literarios, que se ha adjudicado en su 72 edición.
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¿Tiene género esta novela?
Escribo novela mestiza. Utilizo los géneros como herramienta para explicar una historia. No quiero escapar de la etiqueta, y cabe la de thriller. Hay tensión narrativa acumulada y un desenlace inevitable. Tiene sus 'macguffin'. Parte de un asesinato, que no tiene trascendencia en la novela, y se resuelve en las primeras páginas. Pero me interesa la onda expansiva de esa muerte en quienes están alrededor. Es novela negra, sí, porque trata de personas que viven al límite y afrontan la culpa, el dolor y la injusticia. Es psicológica, porque los personajes, sus acciones, reacciones y razones son la fuerza principal de la historia. Y no es policíaca, que es un género que exige una investigación y que se imponga el sentido de la justicia.
El peso lo llevan Paola Malher y Germinal Ibarra. ¿Quiénes son?
Germinal es el típico policía alcohólico y depresivo con un problema muy serio: un hijo con el síndrome de Williams. Cualquiera que tenga un hijo con una enfermedad rara comprenderá las presiones que soporta. Gallego vuelve a su tierra para esconderse de su pasado. No podrá. No importa dónde vayas o que cambies de nombre o identidad, nunca escaparás de ti mismo. Y eso le explota en la cara la noche en la que decide suicidarse. Ahí aparece Paola, una malagueña rica de 44 años que huye de algo tan concreto como el dolor. Sin destino, llega por casualidad a la Costa da Morte, el fin del mundo, donde acaba la carretera. Es una extraterrestre que aterriza en un zoo humano. Agoniza en un hospital y dice conocer al policía.
¿Nadie puede ocultar su fantasmas?
Sí. Nadie puede escapar de lo que es, de sí mismo. Aunque metamos la cabeza debajo de la tierra como el avestruz, la cosa no funciona. Es mejor parar y afrontar los fantasmas que negarlos. Es lo que hacen los personajes. Les obligo a parar y a mirar a la cara a sus fantasmas. Es una novela de olvidos y cegueras voluntarias. Somos muy buenos al recordar lo que queremos, muy selectivos con la memoria. Mi padre me ponía en mi sitio diciéndome que la vida me abriría los ojos. Pero aun así, tú los quieres cerrar. La ceguera y el olvido voluntarios son casi una manera de vivir, una elección.
¿Usted sí ha asumido su pasado?
Hacerte mayor supone que empiezas a parecerte a tu padre y a estar en paz con tu pasado. Uno da muchas vueltas a las cosas hasta que se acomoda y se reconcilia consigo mismo.
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En el suyo hay unas cuántas piruetas. Del seminario a la Policía y a la literatura.
Del 92 al 2012 afronté todas las funciones de un policía, y en momentos mas complicados para los Mossos dEsquadra. No había competencias plenas y abrimos camino. Fui de la primera promoción de tráfico, asumimos las funciones de prisión o las judiciales.
¿Lo dejó por la literatura?
Sí. Comencé a tener éxito en Francia. Escribí 'El peso de los muertos' y 'La tristeza del samurai' siendo mosso, pero vi que las dos cosas eran incompatibles. Mis padres no tenían mucha formación. Soy de Nou Barris, un suburbio de Barcelona, con zonas como Torre Baró, territorio comanche. En casa no había libros, pero mi madre me 'aparcaba' en la biblioteca y leer para mí fue una revelación. Como premio a un trabajo escolar me regalaron 'Réquiem por un campesino español', de Ramón J. Sender. Escribo desde que tengo uso de razón, pero no publiqué la primera novela hasta los 37 años.
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No lleva a sus libros su experiencia como policía. Sí las emociones que generó.
Lo anecdótico pasa. Permanecen las consecuencias de lo que vives. Te puede tocar levantar el cadáver de un niño, que es lo más duro para un policía, un bombero o un juez. Es trabajo, pero al cabo del tiempo la imagen vuelve cuando ves a tus hijos u a otro críos. Lo relevante es la consecuencia de esa imagen en tu interior. Eso es lo que uso. Hay un tiroteo y pasas miedo. Olvidarás los hechos concretos, nunca el miedo. A mí me fue muy bien ese trabajo, como estar en el seminario o en la radio. Un bagaje que te permite entender y empatizar con todo tipo de emociones, y eso es fundamental para un escritor.
La situación en Cataluña ¿daría para una novela de enredo?
Para mucho más. Uno piensa que tiene un desenlace, pero la cosa no ha hecho más que empezar. En realidad es todo un culebrón. La próxima vuelta de tuerca será en marzo. Y después ya veremos dónde llegamos.
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