Antonio Paniagua
Sábado, 5 de diciembre 2015, 08:46
Jesús Ferrero (Zamora, 1952) vuelve a la novela negra y a su personaje de Ágata Blanc para recrear la caída del Muro de Berlín. En 'Nieve y neón' (Siruela), plantea que la derrota de Hitler en la II Guerra Mundial no se tradujo en la ... extinción del nazismo. Ferrero impugna el mito del milagro alemán y asegura que desde el mismo momento en que acaba la guerra antiguos miembros del régimen siguieron teniendo influencia en la vida del país. "El caso de Volkswagen ilustra muy bien la ideología alemana. La infamia no existe mientras no se note", dice. "Pervive una tendencia protestante basada en el silencio corporativo y en el espíritu de empresa, que viene a decir: guardemos nuestros trapos sucios que todo lo que no mata engorda y también engorda todo lo que mata", sostiene.
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Pasados los años, el desplome de Telón de Acero se ve con otros ojos. Al menos Ferrero advierte más sombras que luces. A finales de la década de los ochenta Berlín estaba dominada por las mafias. Ya se sabe que el desorden es el mejor ambiente para hacer negocios sucios. Y eso ocurre en la novela. Mientras la calle hierve de alegría por un mundo que desaparece, otros se afanan por amasar fortunas con la misma rapidez que se destruyen papeles. Ello es posible porque los alemanes sufrieron una amnesia colectiva y no hicieron cuentas ni pasaron factura a su pasado hitleriano hasta muchos años después que el führer se suicidara en su búnker. "Desde los primeros momentos de posguerra los antiguos nazis mantienen vínculos con correligionarios que habían huido al extranjero. Su poder es tal que controlan todo el tejido social, fiscalizan el mercado negro berlinés e intervienen en la política y la economía desde el primer momento", plantea Ferrero.
Connotadas personalidades del nazismo no abdicaron jamás de sus privilegios una vez vencido el nazismo. Uno de los escritores preferidos de Jesús Ferrero, Alfred Döblin, lo sufrió en carne propia. A su regreso del exilio, las editoriales, gobernadas por antiguos jerarcas o simpatizantes del partido nacional-socialista se negaron a publicar su novela 'Hamlet'. "Decían que era demasiado deprimente. No querían mostrar imágenes sombrías del país, porque en Alemania toda infamia que no se ve, no existe". Esa perpetuación en las esferas de influencia de los responsables del exterminio de los judíos se comprueba con una noticia aparecida hace unos meses. En 1949 se conformó un ejército secreto que reclutó a dos mil exnazis, capaces a su vez de movilizar a otros 40.000 que habían escapado a Argentina y Estados Unidos.
Roosevelt quiso aniquilar cualquier vestigio de poder y se propuso que Alemania no levantara cabeza, para lo cual apostó por destruir toda su industria pesada y transmutar el país en un territorio agrario. Sin embargo, esa estrategia desapareció con Truman, quien prefirió convertir la Alemania occidental en un bastión contra el comunismo. "Truman ordenó enviar dólares a su antiguo enemigo, con lo que traicionó a Francia e Inglaterra. Ese dinero tendría que haber ido a Francia e Inglaterra, que se habían desangrado en la guerra", apunta el escritor.
La trama de la novela descansa en una Ágata adolescente que pasea por Berlín en bicicleta, dos hermanas noctámbulas y lujuriosas, una banda mafiosa que pretende enriquecerse sin tasa y un hombre acechado por una bala que nunca halla su destino. De esta manera, el escritor describe las cloacas de una ciudad que, pese a ese submundo, vive el momento con entusiasmo. "Procuro visitar el escenario de mis novelas. El Berlín anterior a la caída del Muro tenía algo de enigmático. Me parecía un lugar tan lejano como puede parecerlo ahora China", argumenta el escritor, a quien le fascinó el contraste entre la zona occidental y la oriental.
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"Berlín Este era solo nieve y ruinas. Las huellas de la guerra estaban aún muy presentes, todo permanecía absolutamente destartalado. En cambio, en el Berlín occidental había una sobreabundancia de luces de neón. Era un buen escenario para escribir un libro de poemas". Como todas las obras de Ferrero, esta es muy dada a la reflexión. De hecho, su gestación viene dada por un aforismo taoísta: "Cuando uno tiene que morir y muere es asunto del destino, y cuando uno tiene que morir y no muere es también asunto del destino".
El escritor se concede la libertad de introducir el discurso lírico en la prosa. Está convencido de que una de las ventajas de la novela de género, abundante en normas y estereotipos, es la posibilidad que ofrece de transgredirlos. "Muchos lectores se agarran a la novela negra, porque a través de esquemas ya muy fijados aborda el relato social y político. Frente a ello, la novela culta, en algunos momentos, ha derivado a una intimidad muy sofocante", concluye.
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