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Antonio Paniagua
Sábado, 14 de noviembre 2015, 07:56
La escritora Pilar Adón domina como nadie el arte de la sugerencia. Enemiga de considerar al lector un menor de edad al que hay dárselo todo hecho, Adón vuelve a la arena editorial con la novela Las efímeras (Galaxia Gutenberg), una historia preñada de violencia ... que se desarrolla en una atmósfera asfixiante.
Llevaba muchos años escribiendo esta novela. ¿Es afán de perfeccionismo o la novela planteaba dificultades intrínsecas?
Las dos cosas. Me importa mucho cómo acaban siendo las frases. No sé si es una influencia de la poesía, pero lo cierto es que para mí la forma es fundamental. Quería conseguir un ritmo tan envolvente como las atmósferas y encontrar la palabra exacta. Sin ser coral, la novela tiene muchos personajes. Además, la historia se desarrolla en tres espacios distintos dentro de una misma comunidad, y es contada desde varios puntos de vista. Conseguirlo presentaba dificultades.
La naturaleza está muy presente en su novela, pero es una naturaleza amenazadora, nada idílica.
Quienes se han ido al campo como consecuencia de la crisis pronto se han dado cuenta de que la naturaleza no es como Disney la cuenta. Las efímeras indaga en el mundo rural, aunque mi novela no se inscribe en la novelística tradicional española que aborda este asunto. En mi obra hay muchísima influencia de los escritores trancendentalistas e incluso de la novela gótica estadounidense. Todo ello se traduce en una visión de la naturaleza como un elemento agresivo. Es obvio que el entorno induce ciertos comportamientos, de suerte que mis personajes son agresivos porque la naturaleza lo es.
¿El entretenimiento en la literatura es secundario para usted?
No, no me parece secundario, pero el entretenimiento no tiene que venir necesariamente de acumular mucha acción, de darle al lector todo digerido o imponerle desde el primer momento lo que tiene que sentir. Virginia Woolf o Iris Murdoch me divierten muchísimo porque me gusta apreciar los destalles y centrarme en la palabra. Me agrada imaginar que hay un lector inteligente detrás de lo que escribo.
La violencia es omnipresente en 'Las efímeras'.
Todas mis novelas, desde 'El hombre de espaldas' hasta 'Las hijas de Sara', tienen un importante poso de violencia, que, no obstante, está muy matizada por el lenguaje. Es muy sencillo utilizar palabras fuertes, malsonantes, prodigarse en exclamaciones. Pero yo quería huir de eso. En la literatura, como en el cine, la música y la fotografía, es posible concitar una desazón increíble con el simple movimiento de las ramas de un árbol.
¿Escribir siempre a partir de la sugerencia es arriesgado?
En eso consiste el deleite del lenguaje. Creo recordar que en 'Santuario', de William Faulkner, en ningún momento se dice que violan a la chica con una mazorca de maíz. La narración avanza con insinuaciones veladas. Qué maestría.
¿Le seduce más crear atmósferas y personajes que tramas?
Sí, aunque en esta novela hay un mayor peso de la propia historia. Cuando empiezo a escribir, tengo que tener muy clara la primera línea; nos pasa a todo los escritores. Y tener una imagen muy nítida de en qué lugar se va a ambientar todo. Lo que les pase a los personajes es la excusa que necesito para desarrollar los temas que me interesan: el miedo, el deseo de dominación, el afán de querer controlar todo, un error que se transmite de generación en generación. Me encanta narrar, tanto como que me cuenten historias.
El enclaustramiento es un tema recurrente en su obra.
La vida y la literatura me han enseñado que el encierro y la poca comunicación llevan a pensamientos no demasiado felices. De joven admiraba algunas actitudes estrambóticas de escritores que acaban suicidándose o desarrollaban pensamientos enfermizos. Pero asociar locura y creatividad es muy peligroso.
Plantea la irrupción de conflictos en una comunidad movida por intereses filantrópicos. ¿Acaban siempre corrompiéndose los ideales más nobles?
Una cosa son las ideas y otras su puesta en práctica. Las consecuencias de nuestros actos no siempre tienen que ver con lo que pretendíamos. La violencia, el odio, la envidia existen, no son pulsiones literarias.
¿Cada libro suyo es una entrega del mismo proyecto narrativo: retratar a seres sumidos en el desasosiego que intentan escapar de un mundo asfixiante y opresivo?
No siempre escribo la misma historia pero sí tiendo a tratar los mismos temas. Durante muchos años he vivido experiencias a través de la literatura básicamente. Pero de unos años acá ciertas vivencias personales me han hecho darme cuenta de que esas obsesiones han crecido en intensidad. Me siguen interesando asuntos como el miedo, la familia, la incertidumbre, la sensación de soledad, pero ahora desde una perspectiva quizá más real.
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