Antonio Paniagua
Domingo, 25 de octubre 2015, 07:54
El escritor Juan Aparicio Belmonte (Londres, 1971) sabe que tiene un don natural para el humor y lo aprovecha. El novelista conoce los mecanismos de la sátira y explota cualquier ocasión para hacer una crítica social que está alejada de cualquier atisbo de solemnidad. Por ... eso escapa como gato escaldado de las ínfulas moralizantes. En su último libro, 'Ante todo criminal' (Siruela), relata las disparatadas andanzas de un hombre con muchas caras y oficios: fisioterapeuta en un sanatorio, camello y escritor. El autor se chotea hasta de sí mismo y hace una autoparodia al pintar a un juntaletras que trapichea con drogas. «Detrás de la pomposidad con que a veces hablamos los escritores hay un alto grado de patetismo, sobre todo ahora, cuando la figura del escritor cada vez tiene menos relevancia social», asevera.
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Aparicio Belmonte cuentas muchas cosas en 'Ante todo criminal'. Cuenta la desaparición de un empresario, las intrigas de los narcos para acaparar poder y, especialmente, el encargo que se le hace a un literato para que alumbre una historia del Real Madrid. No es una empresa fácil, pues el escribiente tiene que resaltar el pasado izquierdista del equipo de fútbol. De todas las tramas que se entrecruzan en la novela, la que versa sobre el pasado republicano del Real Madrid no es ninguna broma. «El Madrid arrastra una leyenda negra, se le denigra con el argumento de que muchos de los trofeos que ganó se los debía a Franco. Sin embargo, el club fue fundado por dos chicos que procedían de la Institución Libre de Enseñanza, con todo el carácter progresista que eso comporta».
Es verdad que Santiago Bernabéu era afecto al Caudillo, pero como todos los presidentes de fútbol de entonces. «El Madrid fue la escuadra que más ligas ganó en la II República». No por casualidad el escudo del club está cruzado por una franja morada, el color de la bandera republicana. «Lo curioso es que, después de la Guerra Civil, su presidente, Rafael Sánchez Guerra, fue condenado a muerte [pena que se le conmutó por la de cadena perpetua], con lo que muy franquista no sería. Aunque el escudo recuperó la corona, los socios no quitaron la franja morada y la dejaron con la excusa de que representaba a Castilla».
Aunque el maridaje entre novela policiaca y humor tiene un luminoso exponente, el de Eduardo Mendoza, el autor de 'Ante todo criminal' se identifica con otros escritores anglosajones. «Me siento muy cercano al humor que hicieron los primeros novelistas del género negro, como el Dashiell Hammett de 'Cosecha roja' o el Jim Thompson de '1280 almas'. Ambos surgen con el crac del 29, en una época muy tumultuosa y en una crisis como la nuestra».
Tolstoi
En el libro se imbrican dos relatos que dan alas al juego entre realidad y ficción, dos planos que se influyen de forma recíproca. No en balde, lo real condiciona muchas veces lo imaginario. «Leemos novelas de nuestros coetáneos casi con la actitud del cotilla de la escalera de vecinos. Me llama la atención cómo la ficción acaba siempre contagiando las vidas de quienes se asoman a ella. Elaboramos ficciones que ayudan a dar sentido a la realidad y tirar para delante. Probablemente leyendo a Tolstoi uno se entera mejor de cómo fueron las guerras napoleónicas que acudiendo a las crónicas históricas. El personaje del Quijote no existió, pero nos ayuda a comprender la España de su tiempo».
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El oficio de escritor es duro, en tiempos de Larra y también ahora. La literatura rara vez llena la hacienda. Aparicio Belmonte trabaja a tiempo parcial en una oficina y además da clases en el Hotel Kafka, una escuela de escritura creativa de Madrid. Al creador de novelas como 'El disparatado círculo de los pájaros borrachos' o 'Mis seres queridos' le llama la atención que en un país tan poco dado a la lectura como España haya tal eclosión de talleres literarios. «Debo reconocer que mis alumnos son grandes lectores. Pocas veces me he encontrado con alumnos que, sin haber leído nada, pretendan escribir».
Su novela está trufada de apuntes sobre el Madrid patibulario que se entreveran con comentarios sobre el Madrid más elegante. Todo ello preñado de un tono cómico, una opción arriesgada, pues el recurso a la risa no siempre es bien entendido. «Una tragedia es universalmente comprensible por todo el mundo, salvo que se sea un psicópata. En cambio, una burla, un chiste, pueden hacer gracia a una persona y a otra no. No hay nada peor que un novelista tratando de hacer reír sin conseguirlo.
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