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Antonio Paniagua
Miércoles, 21 de octubre 2015, 14:23
"Soy un bonsái liberado". Quien así se expresa es el escritor surrealista Alejandro Jodorowsky, un hombre que no se pone límites. Echa las cartas, es terapeuta, novelista, actor, director de teatro y cineasta de culto. Jodorowsky se encuentra en España para presentar La vida ... es un cuento (Siruela), una colección revisada y ampliada de sus relatos. Su libro no se adscribe a ningún género porque los contiene todos. En esta compilación de narrativa breve del autor franco-chileno concurren la comicidad, el erotismo, lo policiaco e incluso lo pornográfico. "¡Suelta el dólar!", exclama como axioma para subrayar que escribe por puro disfrute. Y atempera su acceso de euforia con una humorada. "Perdónenme. A esta edad verme pensar es un placer", apunta Jodorowsky, que en febrero cumplirá 87 años. Un octogenario capaz de gozar sexualmente -aunque sin ejercicio inmoderados- con su mujer, cuarenta años menor que él.
Al artífice de la psicomagia y la psicogenealogía le regalaron hace tiempo un bonsái, un arbolito al que para no crecer se le aprisionan las raíces con alambres. Al principio le cortaba las ramas para impedir su desarrollo, pero su mujer y él decidieron dejar de mutilarlo. Con el paso de los meses sus ramas llegaron hasta el techo. "El ser humano es un bonsái, está preso en sus sistema emocional y cultural. Estamos constreñidos por los prejuicios, las ideas, las religiones, los idiomas", dice de modo torrencial.
Es difícil transcribir al escritor-sanador porque pasa de una idea a otra de modo caótico. Para comparecer ante la prensa se inviste de los honores del gurú de tiempos modernos, tecnoutópicos y espirituales. Se compara con un teléfono móvil de última generación. "Este aparato lo tiene todo, películas, libros, música, vibraciones para masajear la cabeza", asegura este escritor, quien junto a otros dos surrealistas, Roland Topor y Fernando Arrabal, fundó en 1962 el movimiento Pánico. Ahora, cuando se le pregunta por el dramaturgo español, habla de él con indulgencia no exenta de reproche. "Es una buena persona, pero a veces se excede". Parece que los recelos entre ambos surgieron por los ataques del autor teatral a los milagros. "Cuando escribí Evangelios para sanar lo hice con una función terapéutica, no para atacar a nadie", dice este hombre con aires de hechicero y cabellera blanca. Aun así, se muestra compasivo con el autor de El cementerio de automóviles, al que alguna vez ha definido como un "hermoso enano genial".
Está convencido de que la levitación y la telepatía serán posibles, aunque él no llegará a verlo. Y que la liberación de la gravidez traerá consecuencias fabulosas para el ser humano. "Las ciudades horribles volarán, como también lo hará el hombre, mientras los árboles permanecerán arraigados a la tierra".
Jodorowsky abomina de la literatura de género, de las identidades sexuales unívocas y de todos los compartimentos estancos habidos y por haber. "Decidí ser transpersonal. Vivo en una unidad mientras que los países son multiplicidad. Tarde o temprano todos nos uniremos en una raza única y con un idioma único".
El surrealista se ha ido despojando de algunos tormentos. Gran parte de sus males de juventud era culpa de su padre, un "comunista estalinista" que le arrojo al váter una medalla que le enseño con ilusión, circunstancia que le hundió en un trauma difícilmente superable. "Me convirtió en un neurótico". A partir de los cuarenta años todos sus esfuerzos los invirtió en disipar ese trance y obtener el amor de sus hijos.
El escritor, conferenciante habitual, es una ametralladora de aforismos. "La guerras son negocios cubiertas por banderas patrias". "La biblia es una colección de cuentos feroces". "Mientras llega la pudrición del dólar, nosotros nos salvaremos por la espiritualidad".
Jodorowsky abraza el optimismo y reniega de los escritores pesimistas, como Baudelaire y Kafka. Está seguro de que la humanidad sorteará el apocalipsis, que le espera un futuro esplendoroso, aunque tardará un poco. "Hemos tardado 30.000 años para llegar a esta porquería, pero en los 30.000 años siguientes todo será maravilloso", apostilla.
Pese a su avanzada edad, no le teme a la muerte. Recurre al budismo zen para espantar temores. "Le preguntaron al maestro zen: ¿Qué hay después de la muerte? Y él dijo: No lo sé, no la conozco porque aún no me he muerto. La jubilación es una guillotina, después de ella mucha gente no sabe qué hacer. Si viviéramos 700 años descubriríamos otros entretenimientos".
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