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Antonio Paniagua
Sábado, 19 de septiembre 2015, 07:54
Los estudiosos de Freud se dividen entre los que le ven como uno de los mayores pensadores del siglo XX y quienes le consideran un charlatán. Elisabeth Roudinesco, autora de una biografía sobre el padre del psicoanálisis, se encuentra entre los primeros. Roudinesco es autora ... de una voluminosa biografía con la que pretende arrojar luz sobre el gran teórico del inconsciente. Al mismo tiempo, desmonta numerosos mitos que carecen de sustento documental sobre la vida sexual de Freud y sus inclinaciones políticas. "Desde 1900 ha habido muchos detractores de Freud, pero contra Darwin hay más todavía, y lo mismo sucede con los enemigos de Sartre o Marx. Todos los pensadores que aportan algo nuevo al saber occidental son polémicos". Con todo, la autora considera que el intento de Freud por mantener al psicoanálisis al margen de las contiendas políticas fue un dislate, sobre todo en aquellos tiempos convulsos que acabaron conduciendo a la II Guerra Mundial.
Discípula de Deleuze, Foucault y Todorov y antigua integrante de la Escuela Freudiana que fundó Lacan, Elisabeth Roudinesco asegura que la vida del médico austriaco está llena de falsedades, cuando no de burdos libelos que le pintan unas veces como un violador y otras como un incestuoso. "Soy historiadora, y veía necesario dejar de contar leyendas, dejar de hacer hagiografías e interrumpir la leyenda negra".
Ceguera política
Roudinesco se revuelve con la sola mención de Michel Onfray, un filósofo francés que publicó lo que la historiadora considera un "panfleto" y una "estafa". Según la autora, Onfray adolece de falta rigor histórico y su obra incurre hasta en 600 errores, por lo que no merece ninguna atención. Aun así, la experta cree que no todo son hitos brillantes en la carrera de Freud. Sus interpretaciones también presentan claroscuros, como la alicorta visión del nazismo. "Así como se mostraba lúcido en la cuestión de su judaísmo y con respecto al futuro de los judíos en Palestina, Freud dio pruebas, en cambio, de una verdadera ceguera en cuanto a la naturaleza misma del antisemitismo nazi y la respuesta política que convenía dar a la cuestión de la supervivencia del psicoanálisis en Alemania, Austria e Italia durante el período de los años negros", escribe la autora de 'Freud. En su tiempo y en el nuestro' (Debate).
Y si en lo político se le puede definir como un "conservador ilustrado", amigo de socialdemócratas y hostil a la Revolución francesa, en lo religioso se reveló como un descreído. Prohibió a su mujer celebrar el Sabbat y evitó circuncidar a sus hijos.
Es curioso que el hombre que atribuía al deseo sexual el origen de un sinfín de comportamientos humanos optara durante largo tiempo por la abstinencia. Ante el temor de su mujer, Martha Bernays, a quedarse otra vez embarazada -el matrimonio llegó a tener seis hijos-, Freud decidió suspender las relaciones sexuales con ella. Con apenas cuarenta años y víctima de episodios ocasionales de impotencia, prescindió del sexo con su esposa durante casi una década. Ello no le supuso un gran sacrificio, pues pensaba que la "sublimación de las pulsiones sexuales era el arte de vivir reservado a una élite".
Para Roudinesco, el artífice del psicoanálisis y escudriñador del inconsciente no merece las acusaciones de misoginia. Antes al contrario, fue un "emancipador de la mujer". "Estaba a favor del aborto, del trabajo femenino, se preocupó de sus hijos y se casó por amor".
En su afán de defender el estatus científico del psicoanálisis, el pensador abogaba por que la práctica terapéutica se mostrara neutral y fuese apolítica. Para la autora se trata de un error, pues su doctrina también era portadora de una ideología y una antropología. "Esta actitud fue un desastre para el movimiento psicoanalítico del período de entreguerras, enfrentado a la mayor barbarie que Europa hubiera conocido", apunta en su libro
La especialista niega que el creador de una escuela que se ha extendido por todo el mundo se sintiera atraído por el ocultismo. Precisa que su interés se limitó a la telepatía, sobre todo porque "le fascinaba el mundo de lo irracional, como les ocurre a todos los sabios importantes".
El joven Sigmund aspiró a la gloria y al éxito. En la universidad se mostró dubitativo, no sabía si emprender una carrera política, cultivar la filosofía, dedicarse a las ciencias jurídicas o embarcar en un barco como hizo Darwin.
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