Secciones
Servicios
Destacamos
Óscar Bellot
Domingo, 28 de junio 2015, 07:16
Los relatos al uso del territorio que andando el tiempo se convertiría en la potencia hegemónica del planeta sitúan sus albores en noviembre de 1620, mes en el que el Mayflower arribó a las costas de Cape Cod, en la actual Massachusetts. ... A bordo del buque iban un centenar de peregrinos que buscaban un espacio promisorio donde vivir su fe, alejados de las trabas que les imponía la Iglesia anglicana, imperante en la madre patria. Unos años antes la expedición liderada por el capitán John Smith había tocado tierra en la bahía de Chesapeake, fundando la primera colonia inglesa en el Nuevo Mundo, la de Jamestown.
Mas ni uno ni otro constituían el primer asentamiento europeo de carácter permanente en lo que acabarían siendo los Estados Unidos. El mérito se lo había arrogado, décadas antes, Pedro Menéndez de Avilés, un bravo marino asturiano que en 1565, y cumpliendo los designios del rey Felipe II, fundó San Agustín con el objetivo de evangelizar a los nativos que habitaban un enclave situado en lo que otro español, el castellano Juan Ponce de León, bautizó como la Florida. Plantaba allí la cruz de San Andrés que los ejércitos de la Corona habían paseado por medio mundo y que hoy, 450 años después, continúa ondeando en lo alto del castillo de San Marcos. España había pisado en firme mucho antes de que los súbditos británicos pusiesen sus ojos en aquellos vastos terrenos cuyas auténticas posibilidades no eran aún capaces de vislumbrar. E impuso sus designios sobre buena parte de los mismos por espacio de más de trescientos años, antes de que el convulso siglo XIX cercenase para siempre cualquier posibilidad de defender sus intereses.
Pero la historia la escriben los vencedores y hoy ese rico legado ha quedado sepultado en medio del aluvión de mitos fundacionales con que son bombardeados los estadounidenses. La ignorancia sobre este asunto es aún más acentuada en España. Por eso resultan capitales libros como el que acaba de publicar el periodista Manuel Trillo bajo el título 'La costa de los rebeldes' y editado por Stella Maris.
Gestada a partir del periplo del autor por la costa este de Estados Unidos entre septiembre y octubre de 2011, la obra, narración de viajes y libro de historia a partes iguales, es una emocionante exploración de las trece colonias originales y de los acontecimientos que desencadenaron su unión y posterior emancipación del Reino Unido, así como una vindicación de gestas que durante demasiado tiempo permanecieron olvidadas, las que ejecutaron hombres como Álvar Núñez de Vaca, Hernando de Soto o Bernardo de Gálvez, todos los cuales merecen un lugar en los volúmenes consagrados al pasado de Estados Unidos que tradicionalmente suele hurtárseles en medio de la pompa que acompaña a otras como las que protagonizaron George Washington, Samuel Adams o Paul Revere.
No era en ellos en quienes pensaba Trillo cuando inició la senda en Boston, ciudad por la que se había dejado caer aprovechando la estancia allí de una amiga que daba clases de español en la Universidad de Harvard. Pero sus hazañas bullían en su mente mientras subía en Miami al avión que habría de traerle de regreso a Madrid. Y es que a medida que iba avanzando en su recorrido, el autor se había ido dando cuenta de que existía "una historia muy desconocida", especialmente entre los europeos que tienden a menospreciarla "por ese orgullo de pertenecer al viejo continente". Fue por ello que, consciente de que "su historia es parte de la nuestra", lo que iban a ser unas vivencias plasmadas en un blog en el que dar cuenta de las mismas a familiares y amigos, acabaron desembocando en más de 300 páginas que arrojan una mirada diferente a esa inabarcable nación que es EE UU.
"Una panda de pendencieros"
Con pulso firme, ritmo vibrante y pluma documentada, Trillo repasa en 'La costa de los rebeldes' las múltiples peripecias que dejó su aventura. Desde Boston, cuna de la revolución que cristalizó a finales del siglo XVIII, hasta Cayo Hueso, el finisterre del país de las barras y las estrellas, pasando por la suntuosa Newport, la reverencial Filadelfia, la señorial Savannah o la decrépita Atlantic City, la ruta está trufada de apetitosos bocados para los amantes de la historia alumbrada ante la atenta mirada del Tío Sam y reserva alguna que otra sorpresa, como la calidez de los amish a los que el autor visitó en el condado de Lancaster o los bellos parajes de las Outer Banks, el lugar donde el hombre materializó por primera vez su sueño de emular a las aves despegando los pies de la tierra.
Desbroza, a medida que sus pasos hollan un estado tras otro, algunos de los mitos más revisitados por el cine o la literatura, como la cabalgada de Paul Revere desde Boston hasta Concord para avisar de la llegada de las tropas británicas, o la forja del Ejército Continental comandado por el general George Washington en Valley Forge. E incide en aspectos mucho menos gloriosos del levantamiento, como los espurios intereses que albergaban algunos de los cabecillas de los sublevados. Emergen así figuras como las de James Otis, a quien no animaban precisamente los elevados ideales a que apelaban otros líderes revolucionarios, sino el afán de revancha ante Thomas Hutchinson, gobernador de Massachusetts que le había apartado de los cargos que tanto ambicionaba; o la de Samuel Adams, un "tarambana" que encontró en la furia que provocaron entre los colonos leyes como la del timbre la perfecta vía "para enderezar su vida".
"Los hijos de la libertad eran en su momento una panda de pendencieros", detalla Trillo. Después vendrían los adornados relatos con los que germinarían los mitos fundacionales del país. "Hay mucho marketing" en lo que se nos ha contado, explica el autor, pero ese marketing es también "parte de la historia", agrega.
Precisamente ahí es donde falló España. Llevada tal vez por ese "cierto sentimiento de culpa" del conquistador o por el hecho de que "la herencia más palpable" de sus exploraciones por el Nuevo Mundo "está en Iberoamérica", nunca ha sabido vender sus logros en la incipiente nación. Y no porque fueran pocos. A la mano de españoles se debió por ejemplo, como detalla Trillo, la primera comunidad de negros libres de Norteamérica, establecida en Gracia Real de Santa Teresa de Mosé, una pequeña villa enclavada a tres kilómetros de San Agustín que provocó la ira de los esclavistas de Georgia y las Carolinas. También la primera misión del territorio, abierta por el padre López de Mendoza Grajales. E incluso se adelantó a los puritanos del Mayflower celebrando la primera cena de acción de gracias.
Nada de eso se transmite hoy a los escolares, obnubilados por la bandera tachonada de estrellas y embelesados por el "O! Say can you see..." que abre el himno nacional. Pero, al menos a este lado del Atlántico, tamañas gestas van siendo recuperadas merced al afán de investigadores que, como el autor de 'La costa de los rebeldes', no se cansan de buscar la verdad, aunque para ello haya que irse hasta un remoto paraje de la Florida.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.