Antonio Paniagua
Domingo, 1 de marzo 2015, 07:28
Pocas veces un hombre ha desarrollado su talento polifacético con tanta brillantez. El actor, dramaturgo, cineasta y novelista Fernando Fernán Gómez lo hizo. El académico, nieto de María Guerrero, ofrece una mirada distanciada y divertida del tiempo que le tocó vivir, que va del reinado ... de Alfonso XIII hasta los primeros años del siglo XXI. La editorial Capitán Swing reedita ahora 'El tiempo amarillo', las memorias de uno de los mejores cómicos españoles y un conversador genial.
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El autor de 'El tiempo amarillo' provenía de una saga de grandes actores. Su madre fue Carola Fernán-Gómez, una bella y magnífica actriz que tuvo que apencar con la afrenta de ser madre soltera en una España pudibunda y clerical. Cuando por fin pudo ver de cerca a su padre, el también cómico Fernando Díaz de Mendoza Guerrero, el actor quedó defraudado al contemplar a un señor bajito, con algo de barriga y una calva incipiente. Pese a esa apostura decepcionante, el padre Fernán Gómez era hijo de la legendaria María Guerrero, lo que convierte al gran intérprete en su nieto. Lo importante es que María Guerrero, llevada por un carácter un tanto despótico, nunca consintió aquella relación ni tampoco reconoció a su nieto. Es más, propició que la guapa Carola se enrolara en una compañía de gira por América para separar a su hijo de la actriz. Aunque por entonces ya estaba embarazada del que sería eximio representante del arte de Talía.
El libro es uno de las mejores muestras de literatura autobiográfica que existe en español, de lo que da fe nada menos que el académico Francisco Rico.
La vida del cómico es siempre azarosa y la de Fernán Gómez lo fue desde el primer momento. Nació en Lima en 1921, pero no se registró allí su nacimiento, pues le sacaron de Perú "casi de contrabando". Como la compañía en que actuaba su madre estaba de gira, su alumbramiento quedó inscrito en Buenos Aires. Su abuela tuvo que cruzar el charco para hacerse cargo de la criatura, dado que su madre fue reclutada por otra compañía de actores trashumante.
De regreso al barco que le trajo a España, un Fernán Gómez de muy corta edad sufrió una enfermedad que debió de ser la difteria. "Mi abuela me decía que estuve a punto de morir y de que me tiraran al mar", señala Fernán Gómez en estas voluminosas memorias de unas 600 páginas. Por fortuna un médico alemán le operó de urgencia y le salvó la vida. Ese mismo facultativo recomendó a su abuela Carola que echara a la papilla del bebé una gotas de coñac y que le diera a comer uvas peladas, una afición -la de comer uvas sin piel- que le acompañó toda su vida.
Madre monárquica
Aunque en la madurez abrigó la moral libertaria -no en vano fue enterrado con la bandera anarquista, Fernán Gómez simpatizó antes y durante la Guerra Civil con la derecha. Vio que eso de ser de izquierdas era cosa de pobres, y él quería ser un señorito rico de derechas. Su abuela, que era socialista porque su marido tenía el mismo oficio que el tipógrafo Pablo Iglesias, le vestía con trazas de menesteroso. Su madre, de convicciones monárquicas, le llevaba hecho un pincel. "En eso, yo estaba con mi madre", escribe el actor. Fue en la posguerra cuando tomó conciencia de que la ganadora tras la contienda fratricida había sido la injusticia.
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En su juventud, este hombre larguirucho y pelirrojo se interesaba poco por la política. No podía sentir sino enorme envidia hacia galanes como Jorge Mistral o Francisco Rabal, amigo éste con quien corrió muchas noches de farra, como subraya en el prólogo Luis Alegre. "Fernando siempre se desenvolvió muy bien en el ambiente de las charlas a deshoras, de los garitos que cerraban al alba, de las cafeterías que parecía que nunca cerraban", argumenta el periodista. Pese a la dictadura, la gente de la farándula formaba un país aparte, una comunidad de artistas, bohemios y cómicos que se divertían, frecuentaban cafés, tertulias y garitos para nocherniegos. Fernán Gómez era un asiduo de esos ambientes y de los cafés, especialmente el Gijón, que solía cerrar a las dos de la madrugada.
El autor de estas memorias, aunque de temperamento destemplado y desabrido -su exabrupto de «¡a la mierda!» con que despachó a un admirador es un vídeo muy visto aún en YouTube- muestra sin embargo en estas páginas su ternura y bonhomía. Y también su sentido del humor, su sabiduría y su gratitud hacia dos de sus principales mentores: José Luis Sáenz de Heredia y Enrique Jardiel Poncela.
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El título del libro está extraído de unos versos de Miguel Hernández: "un día / se pondrá el tiempo amarillo / sobre mi fotografía". Cuando murió el actor en 2007, España perdió a uno de sus mejores cómicos, a un actor irrepetible. "Cuando Fernando dejó de trabajar, hubo un tipo de papeles, de personajes, de textos, que no volví nunca a escribir. Murieron con el actor", dijo el cineasta Manuel Gutiérrez Aragón.
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