Jorge Alacid
Viernes, 25 de abril 2014, 19:45
El señor Nooteboom solía llegar a la isla por San Juan y se quedaba hasta octubre, más o menos. El señor Nooteboom: dicho así, con esa mezcla de familiaridad y distancia, parece un cliente más en la ruta que diariamente Marta y Joan, Joan ... y Marta, recorrían desde San Luis, coqueto municipio de Menorca pegadito a la capital Mahón, con su bicicleta del servicio de Correos. En realidad, el señor Nooteboom sí que era un cliente más, aunque con sus peculiaridades, tan similares sin embargo a las de otros: un perro que ladraba al anterior cartero, que ni siquiera era suyo sino del vecino de al lado, una recóndita finca sin rastro de televisión ni de teléfono (Para llamar usaba el del único restaurante chino de Mahón) y un sentido de la hospitalidad que le llevaba a congeniar con quienes se tropezaba en su rutina diaria. El dueño del colmado donde hacía la compra, el jardinero que le cuidaba la finca o esta pareja de carteros a quien el señor Nooteboom, es decir, el prestigioso escritor holandés Cees Nooteboom, decidió inmortalizar en su hermoso libro de relatos Lluvia roja. (Siruela, 2009, traducción de Isabel-Clara Lorda Vidal).
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El volumen repasa en forma de diario los más de treinta años que Nooteboom, impenitente trotamundos y eterno candidato al Nobel, lleva viviendo en Menorca, solitario habitante de un predio en un aportado rincón de la isla por donde cada día sale el sol en España. De modo que Lluvia roja opera para el lector como una suerte de guía de viajes: quien quiera acercarse al secreto de Menorca, la sigilosa isla que tal vez no enamora en la primera cita sino que seduce al visitante de un modo lento y misterioso, puede muy bien formarse una idea repasando las páginas del libro y deteniéndose por ejemplo en la 43, que abre el capítulo titulado Correo, donde encontrará las siguientes líneas: Al cabo de un tiempo apareció Montse, una mujer menuda, guapa y de una sorprendente palidez, como si se bañara a diario en leche de burra. No era menorquina sino riojana, se maquillaba con primor y trabajaba en la oficina de correos () Junto a ella, Jaume se convirtió en Lady Chatterleys lover, era maravilloso verlos a los dos juntos.
candidato al nobel
Cees Nooteboom
(La Haya, 1933) se llama en realidad Cornelis Johannes Jacobus Maria. Poeta, novelista, ensayista y traductor, es una suerte de producto de la literatura global, puesto que su patria auténtica es indefinible.
Holandés
de nacimiento, desde hace más de 30 años pasa larguísimas temporadas en
España
, país que conoce bien no sólo porque ha hecho de
Menorca
su segundo hogar, sino porque ha recorrido su geografía tan intensa como minuciosamente.
Peregrino a Compostela (experiencia plasmada en su libro
'El desvío a Santiago
'), Nooteboom ha sido clasificado por la crítica como un escritor del desarraigo, aunque tal vez suceda lo contrario, que su patria es el mundo y se encuentra por lo tanto cómodo en cualquier rincón del planeta desde el desierto
australiano
, hasta el corazón de
Sao Paulo
o el misterioso
Japón
. Cosmopolita así en su obra como en su vida, el antiguo alumno de los agustinos de
Eindhoven
ha entregado a la imprenta un puñado de libros donde proclama su fe en la
Europa
civilizada y recibido unos cuantos premios (el premio Ana Frank o el de las Letras Holandesas), aunque se le resiste el más preciado el
Nobel de Literatura
, que le ha tenido como aspirante en repetidas ediciones.
La riojana Montse se llama en realidad Marta Ezquerro Díaz de Greñu y nació en San Vicente de la Sonsierra. Desembarcó en Menorca destinada por Correos y allí conoció a su pareja, Jaume en la ficción, llamado Joan Sintes Riudavets en la vida real. Los dos trabajan hoy en la oficina del barrio logroñés de Cascajos, aunque no han olvidado su cercano trato con el autor holandés, con quien fraguaron algo semejante a la amistad durante largo tiempo, entre 1993 y el 2002. Éramos como el cartero de Neruda, advierten. Es decir, que alcanzaron con su célebre cliente y su mujer, la fotógrafa Simone, ese tipo de intimidad que se adquiere a través de la rutina de verse día tras día, porque el señor Nooteboom recibía más correo de lo habitual desde cualquier rincón del globo: cartas, sí, pero sobre todo paquetes, paquetes rebosantes de libros, muchos de ellos harto voluminosos. La rutina de compartir confidencias, escuchar anécdotas y aguardar allá por otoño a que el señor Nooteboom se despidiera de ellos y de la isla hasta el año siguiente, rellenando él mismo minuciosamente un taco de etiquetas donde escribía su dirección en Holanda, para que cada carta o cada paquete postal que llegara a San Luis en su ausencia fueran después remitidos a su domicilio habitual en su país de nacimiento. Un encargo que Montserrat y Jaume (perdón, Marta y Joan) ejecutaban durante el invierno, como si edificaran el puente que luego les permitiría cada año alcanzar la otra orilla, la que se abría cuando de nuevo por San Juan el señor Nooteboom volvía a la isla y reanudaban su relación.
Una relación que saltó desde la vida real a las páginas de Lluvia roja allá por el año 2003, fecha de publicación del libro, aunque ellos no lo supieron hasta tiempo después. Fue otra amiga, Magda, que también sale en el libro quien nos avisó, relatan al unísono. Curiosamente, agrega Joan, nosotros teníamos muchos otros libros de él, todos firmados y dedicados, pero Lluvia roja lo compramos ya en Logroño cuando nos trasladamos. Y, en efecto, allí aparecían ellos, retratados con gran fidelidad: porque como la dibuja el escritor holandés, Montserrat/Marta es una riojana pizpireta de piel lechosa, mientras que Jaume/Joan posee ese tipo de discreta majestuosidad que uno ha visto encarnada en otros naturales de la isla, una ranquila presencia de espíritu muy contagiosa. Así que, ya desde este lado del espejo, la pareja de carteros completará el círculo mágico de su relación con el señor Nooteboom dos años atrás, cuando visitaron la isla de vacaciones y oh casualidad tropezaron con él en un bar de Mahón, el Sa Murada. Aquel reencuentro permitiría estirar el hilo invisible de la relación casual iniciada tanto tiempo atrás, cuando todavía no eran criaturas de ficción. Una charla furtiva y cordial, la nostalgia de aquellos viajes en bici hasta su refugio casi en mitad de la nada (Para mí el señor Nooteboom vive en el lugar más bonito de San Luis, un sitio laberíntico, una finca como de payeses, advierte Marta), los buenos ratos compartidos en la fiesta que cada año la gente de Correos celebraba en su sede, adonde el escritor acudía para celebrar con ellos ese sentido de íntima pertenencia a una isla donde todo el mundo es apátrida y todo el mundo parece sin embargo como de casa.
Una ambivalente condición que explica la atracción de Nooteboom por Menorca, aunque es posible que también ocurriera al revés: que a Menorca le atraigan tipos como este singular viajero, inclasificable escritor que lleva décadas entregando páginas de extraordinaria densidad a la imprenta, alumbradas en este territorio aislado del mundo donde durante años cada día su única compañía fue esta pareja que hoy recorre las calles de Logroño repartiendo el correo. Buscando tal vez sin saberlo a otro señor Nooteboom. El señor Nooteboom es una persona encantadora, advierte Marta. A ver si algún año le dan el Nobel, concluye Joan.
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