Irene Vallejo
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Irene Vallejo
Nuestra piel es una gran página en blanco; el cuerpo, un libro. El tiempo va escribiendo poco a poco su historia en las caras, en los brazos, en los vientres, en los sexos, en las piernas...», escribe Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) en su bellísimo ensayo ' ... El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo', editado por Siruela y del que se llevan vendidos más de un millón de ejemplares en 35 lenguas.
Convertida en una de las escritoras en español más elogiadas y solicitadas en los más importantes eventos literarios, Vallejo vuelve a las librerías con dos novedades: la adaptación gráfica de 'El infinito en un junco' (Debate), que firman ella y Tyto Alba; y 'La leyenda de las mareas mansas' (Siruela), su incursión en la literatura infantil y juvenil que ha ilustrado Lina Vila y que está inspirada en los mitos y leyendas de la obra 'Metamorfosis' de Ovidio. Qué razón tiene Luis Alberto de Cuenca cuando dice que la autora «riza el rizo de la comunicación hasta convertir su diálogo con el lector en una fiesta literaria».
- Empecemos por el principio: los libros.
- Mi encuentro con ellos se produjo a través de los cuentos que me contaban mis padres y de la lectura de tebeos; ellos están en el origen de mi pasión por los libros y las historias.
- ¿Cuentos que le contaban a una niña buena?
- Sí [sonríe], y precisamente de ahí vinieron mis problemas. Era muy estudiosa, tenía muchas ganas de saber, una enorme curiosidad, y para mí era un placer entender, descubrir, saber cómo funcionaba el mundo, añadir nuevas palabras a mi vocabulario; no lo hacía por agradar a los profesores, ni a mis padre. Yo era muy feliz cuando aprendía, cuando me contaban cuentos y leyendas y entraba en contacto con el mundo de las palabras, de la memoria, de los relatos y de la historia; me acercaba a todo ello de una manera totalmente espontánea.
- ¿Y la cara B?
- Creo que ser una niña buena fue uno de los motivos por los que sufrí acoso en el colegio.
- ¿Cómo se defendió?
- Mi gran lucha perseguía encontrar cómo protegerme de aquellas agresiones, pero sin sacrificar esas inquietudes, ni esas ganas de saber que no estaba dispuesta a dejar de cultivar.
- ¿Y ese equilibrio cómo lo logró?
- No lo sé muy bien...; decidí disimular, no intervenía en las clases, no preguntaba delante de mis compañeros, intentaba mantener un perfil bajo...; pero la realidad es que devoraba libros, leía, escribía... Mantenía vivo ese impulso creativo en mi tiempo libre, a escondidas de los demás. Tampoco quería transformarme en alguien como mis compañeros. Por otro lado, también llegamos a establecer un frágil pacto por el que yo ayudaba a los que tenían dificultades en sus asignaturas; les ayudaba con sus deberes a cambio de la no agresión. Así fui resolviendo el problema de la supervivencia en ese entorno hostil. Y lejos de renunciar a los libros, a la lectura y a la literatura, me refugié más en ellos; bueno, no exactamente.
- ¿Por qué lo dice?
- Porque refugiarse implica una huida y buscar una atalaya o una torre de marfil. Me daba cuenta de que los libros me ayudaban a afrontar la situación cotidiana y me fortalecían la autoestima porque yo, entonces, de forma muy narcisista, estaba convencida de que los autores de los libros que me gustaban habrían querido ser mis amigos. Me devolvían la autoestima que me quitaban mis compañeros. Estaba totalmente convencida de que Michael Ende o Dickens o Stevenson habrían querido ser mis amigos.
- ¿Qué le enseñaban los libros?
- A través de ellos aprendía a conocer un poco los resortes del comportamiento de los demás, y eso me ayudaba también a encontrar mis estrategias para evitar las agresiones; no a evitarlas totalmente, pero sí a aprender a convivir con ellas.
- ¿Se sentía extraña?
- No es que me sintiera, es que me lo decían. Yo era la rara, la empollona...; era una época en la que no existía la palabra acoso o 'bullying'. Para mí era una realidad difícil de nombrar porque si yo decía que se metían conmigo, que no querían ser mis amigos, los adultos lo consideraban algo normal dentro de las relaciones de los niños y las tensiones que hay entre ellos. No existía una forma de dar la alarma claramente y, además, yo no pedía ayuda porque la ley del recreo decía que no podía acudir a los adultos; no podías reclamar, y yo acepté esa ley del silencio y la asumí. Nunca pedía ayuda claramente ni a los padres, ni a los profesores, me apoyaba en los libros, en los relatos.
- ¿Podemos hablar de maldad en la infancia?
- Creo que a esas edades todavía no has aprendido a ponerte en el lugar del otro y a entender el dolor que estás causando. Siempre hay algunas personas que tienen el protagonismo en el acoso y, recordando mi experiencia, creo que esas personas también necesitan ayuda; no necesita ayuda solo quien sufre el acoso, sino quien lo desencadena, quien lo ejerce, porque tiene que haber alguna violencia interior que se está expresando a través de esa agresión. Creo que muchas veces se trata de personas que sufren y que se desahogan con otra persona que ven vulnerable; se sienten poderosos humillándola o agrediéndola. También creo que quien es víctima o se siente atacado o incomprendido, o tiene algún problema, puede convertirse a su vez en agresor de otra víctima porque eso le hace sentirse de alguna manera poderoso.
- ¿Y qué decir de los que se limitan a permitir lo ocurrido?
- Lo ven todo con indiferencia, no intervienen, lo naturalizan y eso es lo más peligroso. Siempre digo que la clave está en los que ven el acoso o la agresión, porque no deberían quedarse al margen, deberían salir en defensa de la víctima. Es muy duro ser víctima y, además, serlo entre la indiferencia generalizada, que es una forma de consentimiento, de darle impunidad a quien lo hace. Y el acoso no es una cuestión exclusiva de las escuelas o de la infancia y la adolescencia, se da también en los trabajos, en la pareja, en la familia. Si permites que la gente sea acosadora sin denunciarlo, sin hacer nada, esos adultos seguirán actuando así y serán un problema en el futuro.
- Cada vez más gente no quiere complicaciones.
- Por eso los libros siguen siendo tan necesarios, insustituibles, porque nos colocan en el punto de vista de otra persona para entender su realidad, y eso puede ser también un antídoto contra esa indiferencia y esa forma de no sentirse nunca interpelado o concernido por lo que está sucediendo a tu alrededor. Para mí, por ejemplo, en su día tuvo un gran impacto la lectura de 'La historia interminable' [de Michael Ende]. Simpaticé con el niño perseguido y eso me hizo cambiar mi punto de vista. Durante un tiempo pensé que algo en mí no funcionaba, que había algo malo en mí, y que quizá por eso yo no merecía la amistad de los otros niños. Leyendo ese libro me di cuenta de que el problema no era yo. Seguramente a muchos otros niños que lo leyeron también les ayudó a entender cómo se sentía este personaje, cómo se podía sentir un compañero suyo que sufría acoso, persecución. A través de las historias podemos salir de este caparazón que es nuestra forma de ver el mundo.
- A menudo ideologizada en exceso.
- También las democracias necesitan del ejercicio de empatía, porque es muy necesario que, como comunidad, cuando tomamos decisiones que afectan a muchas personas, hayamos ejercitado esa experiencia de ponernos cada uno en la piel del otro para intentar entender sus intereses, emociones, todo el bagaje que cada uno lleva consigo. Entender que cada uno tiene sus circunstancias.
- ¿Qué huella le ha quedado de las experiencias de infancia?
- Me ha quedado una cierta incapacidad para reaccionar; siempre intento suavizar, evitar tensiones, a las que tengo aversión. Siempre te quedan secuelas de lo que has vivido o consecuencias en tu carácter, y a mí ahora me cuesta mucho plantarme, reivindicar, oponerme. Siempre procuro evitar el conflicto, pero te acabas conociendo y sabiendo cuáles son tus debilidades y de dónde vienen para intentar modificarlas. Procuro resolver los problemas con mano izquierda, diplomacia, con pactos.
- ¿No hay resentimiento?
- Creo que el sufrimiento puede tener dos efectos. O desencantarte con la humanidad y convertirte en alguien cínico. O, todo lo contrario, ayudarte a ponerte en el lugar de otras personas que han sufrido y ser consciente de que no quieres que eso le pase a nadie. Yo aposté por lo segundo.
- ¿Qué quiere contarnos en 'La leyenda de las mareas mansas'?
- El libro se publicó en 2016 en una pequeña editorial independiente de Zaragoza. El motivo de escribir este relato, que es una recreación de un mito, de una leyenda de las 'Metamorfosis' de Ovidio, fue el duelo. Había perdido a mi padre tras meses de enfermedad y de acompañarle a las sesiones de quimioterapia. Fue un proceso largo y duro y necesitaba reinterpretarlo y contarlo a través de la literatura. Tenía la percepción de que en la literatura infantil y juvenil había un cierto silencio en torno a la cuestión de la muerte, del duelo, de la pérdida y, de hecho, al principio fue muy difícil publicarlo porque las editoriales no querían una historia para niños o jóvenes que hablase de ese tema.
- Ahora se publica en Siruela con ilustraciones de Lina Vila.
- Su imaginario tiene mucho que ver con las 'Metamorfosis' porque a ella le gusta expresar las emociones a través de seres híbridos, representar fusiones entre seres humanos, pájaros, lobos...; pensé que para mi relato su universo visual iría de maravilla. Cuando dijo que participaría en el proyecto se mostró muy emocionada, porque ella también estaba elaborando un duelo al que le daría salida de un modo muy artístico.
- ¿Qué le influyó para darle una segunda vida a este relato?
- A raíz de la pandemia, con la trágica muerte de tantos abuelos y abuelas, sobre todo, muchos padres buscaron libros que les ayudasen a sus hijos a pasar el duelo...; es muy complicado saber abordar esa cuestión de un modo que no sea ni demasiado triste, ni demasiado oscuro ni devastador. Y creo que 'La leyenda de las mareas mansas' puede ayudar en ese sentido, porque se habla de un modo muy bello de las diversas fases del duelo y el final es esperanzador. En tiempos como los que vivimos, de incertidumbre y cambio, Ovidio es muy actual. Canta a la belleza de la transformación. Mejor que asumir los cambios con miedo, asumirlos con curiosidad y apertura. Esa transformación permanente es la que hace que todo esté constantemente vivo, sólo está inmóvil lo que se estanca, lo que deja de evolucionar.
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